Opinión

Galicia, último aviso

En términos estrictamente políticos: ¿es Galicia una rara avis? Más bien parece que la anomalía es la protagonizada por una izquierda incapaz de ofrecer, elección tras elección, una alternativa coherente y con vocación mayoritaria a los gallegos. Pe

  • Pedro Sánchez en Moncloa

En términos estrictamente políticos: ¿es Galicia una rara avis? Más bien parece que la anomalía es la protagonizada por una izquierda incapaz de ofrecer, elección tras elección, una alternativa coherente y con vocación mayoritaria a los gallegos. Pero a diferencia de lo ocurrido en anteriores ocasiones, los resultados de la cita regional del pasado domingo, sin duda la de mayor impacto nacional de todas las celebradas en aquella tierra, deberían suscitar, especialmente entre los derrotados, reflexiones que sobrevolaran la planicie de las lecturas que estos días venimos escuchando.

“En general preferimos creer que somos los sujetos activos de nuestras victorias pero solo los objetos pasivos de nuestras derrotas”. La frase de Hernán Díaz (Fortuna. Anagrama, 2022), podría perfectamente aludir a la íntima (y falsaria) convicción a la que se agarra el binomio gubernamental, Pedro Sánchez&Yolanda Díaz, para esquivar la responsabilidad, esta vez intransferible, de su estruendoso fracaso. Con esa actitud escapista será muy difícil remontar el vuelo en futuros comicios (y se vienen tres: País Vasco, Europa y Cataluña), lo que no tendría la menor importancia si no fuera por las nefastas consecuencias, en clave nacional, de esa irresponsable elusión.

De las elecciones gallegas el PSOE debiera extraer al menos tres lecciones básicas. A saber:

1.- No todo vale

El resultado, engañoso, de las elecciones generales del 23 de julio confirmó la eficacia de las estrategias del miedo (¡Que viene la ultraderecha!), pero dejó un país difícilmente gobernable, salvo acuerdo entre socialistas y populares. En la misma noche electoral, Pedro Sánchez despejó cualquier duda, “somos más”, y se empeñó en formar una coalición antinatura asentada en los pactos con los más acérrimos enemigos de la nación. El destrozo que han supuesto para el PSOE las elecciones gallegas acredita el fin de la fábula. Galicia es el fiel reflejo del brutal desgaste de un partido completamente desfigurado por la personalísima gestión de su secretario general.

2.- El ‘sorpasso’ de la izquierda radical

Las elecciones del domingo han certificado una tendencia inquietante: la izquierda soberanista se confirma en las comunidades históricas como la principal alternativa al centro-derecha. Ha pasado en Galicia, pasará en el País Vasco y, de seguir por este camino, acabará pasando con mayor énfasis en Cataluña. La responsabilidad es de un Sánchez que ha amparado, e impulsado, este insensato proceso de reemplazo. También de una izquierda radical que se dice “nacional” a la vez que se abraza sin apenas matices a las opciones independentistas. Una izquierda infantil, que parece habitar otro planeta, desmembrada, y con liderazgos tan insustanciales como menguantes.

3.- Subalternos del secesionismo

Galicia nos notifica el riesgo inquietante de la ruptura de uno de los equilibrios básicos que de forma natural surgieron de la Transición: la cohabitación, corregida en ocasiones, pero ordenada por la alternancia de dos partidos sólidos, a derecha e izquierda, y conectados por el centro. Aquí no hay duda de quién es el culpable. Desde el primer momento, la estrategia de Pedro Sánchez se ha centrado en cercenar como fuera la posibilidad de una saludable alternancia. Las gallegas, con la renuncia por parte del PSdeG a impugnar el proyecto cismático del Bloque Nacionalista, lo han puesto descarnadamente de manifiesto. Con esa práctica obstruccionista, dudosamente democrática, Sánchez ha roto aquel viejo equilibrio, empujando al PSOE por el sendero de una larga decadencia mientras consolidaba el poder intimidatorio de los partidos independentistas.

Galicia es el último aviso, o quizá sea el penúltimo, porque las elecciones de abril en el País Vasco aún pueden acentuar el deplorable papel subalterno de un partido que ha perdido el norte, y el resto de puntos cardinales, y se encamina, de persistir en esta operación suicida, no solo a una debacle en las elecciones europeas, sino a su invalidación por mucho tiempo como aceptable alternativa de izquierda democrática.

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