Opinión

Garzón, el ministro más útil

Durante muchos meses, Pedro Sánchez cultivó su imagen de gran estadista mediante la cercanía de un Iván Redondo. Redondo, a su vez, cultivaba la suya gracias al entusiasmo de la

Durante muchos meses, Pedro Sánchez cultivó su imagen de gran estadista mediante la cercanía de un Iván Redondo. Redondo, a su vez, cultivaba la suya gracias al entusiasmo de la prensa, que nunca dejó de considerarlo un genio de la política. No había decisión o imprevisto que no fuera una gran jugada puesta en marcha por la mente ajedrecística del asesor. Si estallaba un escándalo, era una genialidad de Redondo. Si bajaban en las encuestas, otra genialidad. Y si subían, en fin, lo mismo. Cómo no iba a ser un maestro de la política, si en cada entrevista se declaraba fan de El Ala Oeste.

Después llegó la crisis sanitaria, y Sánchez abrió una nueva vía para el cultivo. Redondo siguió haciendo sus cosas geniales, pero la situación exigía algo más. Hacía falta expertise. Y apareció el comité de expertos. Luego supimos que nunca existió, un poco como Redondo, pero cumplió su tarea. El comité servía para justificar tanto lo que hacía Sánchez como lo que no hacía. Porque en realidad no era el Gobierno quien actuaba, ni siquiera el comité fantasma; era la Ciencia, con mayúscula. Y quienes no aceptaban la Ciencia debían ser negacionistas.

Hoy las circunstancias son otras, estamos más cerca de unas nuevas elecciones y la crisis que sirvió para agrandar a Sánchez se va haciendo más pequeña, a pesar de los lamentos apocalípticos de buena parte de la prensa y de una parte de la oposición. Pero la necesidad de grandeza presidencial no disminuye, y hace falta un nuevo elemento que le permita seguir cultivándola.

Esto hay gente que no lo entiende. Hablan de la debilidad de Sánchez por no hacer dimitir a Garzón, como si Garzón le hiciera algún daño

Ahí es donde aparecen Alberto Garzón y Yolanda Díaz. Los comunistas siguen empeñados en ser los ministros más útiles a Sánchez y a su Gobierno, tomando el testigo de Pablo Iglesias. Esto hay gente que no lo entiende. Hablan de la debilidad de Sánchez por no hacer dimitir a Garzón, como si Garzón le hiciera algún daño. Sánchez, decíamos, necesita aparecer ante los medios y los votantes como un gran estadista. Esto puede hacerse poniendo a tu lado a gente con aura de experto, personas que sean fácilmente percibidas como maestros en lo suyo; pero también puede hacerse al revés, con personas que sean percibidas como bobas, incompetentes o frívolas. Y precisamente para eso está Garzón, que se entrega a la tarea con ánimo estajanovista. 

¿Que el ministro del martillo entre los dientes y la hoz de aluminio dice que hay que comer menos carne? Sánchez sonríe a cámara: “A mí, donde me pongan un chuletón al punto…”. Y de nuevo aplausos en la redacción. Ahora estamos con las macrogranjas en The Guardian, dentro de unas semanas es posible que muestre en L’Équipe su preocupación por el dopaje en el deporte español, o tal vez mencione en Food & Wine las infrahumanas condiciones de los stagiers en nuestros mejores restaurantes. Todas estas cosas tienen consecuencias para las industrias españolas, sí, pero también para la industria de la imagen presidencial. Cuando se acerquen las próximas elecciones generales, muchos votantes se acordarán al mismo tiempo de las recomendaciones de Garzón y de las chuletas al punto de Sánchez.

La gran esperanza del comunismo, la nueva encarnación del sorpasso que acabará con el PSOE, es más idealismo berkeleyano que materialismo marxista, por muchos prólogos del Manifiesto Comunista que escriba

Se acordarán también de la gran promesa de Díaz, aquello para lo que nació Podemos: derogar la reforma laboral del PP y mejorar la vida de la gente. Se acordarán de que, en fin, técnicamente no se podía. Y de que lo que finalmente ofreció Díaz fue una derogación política, simbólica, suave; tan pequeña por dentro que se diría toda de algodón. La gran esperanza del comunismo, la nueva encarnación del sorpasso que acabará con el PSOE, es más idealismo berkeleyano que materialismo marxista, por muchos prólogos del Manifiesto Comunista que escriba. De lo que se trata no es de analizar ni transformar el mundo, sino de imaginar cosas chulísimas.

Díaz y sus realidades mentales podrían tener éxito en el contexto adecuado, pero le pasa como a los liberales con el feminismo: no, bonita, el idealismo Berkeley-Coelho nos lo hemos currado los socialistas. La ministra de Trabajo es capaz de comunicar un fracaso como si fuera un éxito, de vender una imposibilidad real como una posibilidad metafísica, es verdad; pero es que el PSOE acaba de vender el mensaje de que la factura de la luz en 2021 ha sido igual -o incluso menor- que la de 2018.

A Sánchez no le preocupan los desvaríos de Garzón ni las frivolidades de Díaz. Lo que le preocuparía sería que se estuviera hablando de Teresa Ribera y de la transición ecológica, o de Reyes Maroto y del futuro de la industria española. Eso sí que son cosas chulísimas.

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