Había un programa de radio hace unos años que otorgaba un premio al oyente que fuera capaz de fallar los 15 pronósticos de La Quiniela. La tarea era tan difícil como acertar el resultado de todos los partidos, pero humanos privilegiados, como Alberto Garzón, seguramente hubieran tenido éxito, dado que siempre se equivocan. Es complicado fallar siempre, en cualquier predicción y ante cualquier problemática, pero el ministro y sus adláteres siempre lo hacen. Lo cual podría ser considerado como un don si no fuera una desgracia.
Fue en 2016 cuando Garzón, junto con Ricardo Sixto, presentaron una Proposición No de Ley -página 2- en la que instaban a los responsables de RTVE a renunciar a la emisión de la misa dominical. Lo hicieron al considerar que en la España contemporánea conviven musulmanes, evangélicos, ortodoxos, budistas y hasta zulúes; y que, por tanto, no tenía sentido privilegiar a los católicos. Vaya, como en Toledo convivían moros, cristianos y judíos, ¿para qué perder el tiempo en montar una escuela de traductores si cada cual podía dedicarse a lo suyo?
“Ante la imposibilidad de dar cabida a todos y cada uno de estos sistemas ideológicos y conjunto de creencias, y para que ninguna persona pueda sentirse discriminada, la actitud más sensata de una televisión pública es la de absoluta neutralidad en materia de ideologías, religión o creencias. Y esto debe traducirse en el cese de las emisiones televisivas de determinados ritos religiosos, misas católicas básicamente, que actualmente se emiten”, argumentaron.
Como es costumbre, el tiempo ha quitado la razón a los dos representantes de la izquierda. El Día del Señor es actualmente el programa con una mayor cuota de pantalla de La 2, junto con Saber y Ganar, y uno de los espacios más vistos de la depauperada televisión pública. En la semana del 25 de abril al 1 de mayo, tan sólo la carrera de Moto GP, un par de telediarios del fin de semana -amén del matinal- y MasterChef lograron un share mayor.
En su edición del pasado día 1, la eucaristía televisada logró una cuota de pantalla de 11,6 puntos, que, curiosamente, fue mayor de la que consiguió la final de Maestros de la Costura (10,9%) unos días antes, en La 1. Curiosamente, su audiencia (426.000 espectadores) no fue muy inferior a la del debate de Javier Ruiz del 29 de abril (514.000 seguidores), pese a que la misa se emite por las mañanas y el segundo en prime time. Donde, por cierto, su cuota de pantalla fue del 4%, según los datos de Kantar Media.
La misa de La 2 gana a La 1
Hay que ser honestos: El Día del Señor se ha convertido en uno de los espacios más vistos de la televisión pública debido a la mala situación del principal canal de la corporación, La 1, que en los últimos meses ha logrado su peor audiencia histórica de forma consecutiva. El pasado miércoles 4 de mayo, obtuvo una cuota del 7%, lo cual atestigua su mala salud.
Pero sucede que en un país cuya población cada vez está más envejecida, la misa televisada se erige como un servicio público irrenunciable. Especialmente desde que comenzó la pandemia, que disuadió a una parte de los ancianos de acudir a la iglesia. Desde entonces, su audiencia ha aumentado.
Garzón y otros iluminados no tuvieron en cuenta la utilidad de esta emisión entre esta parte importante de los ciudadanos porque son así. Porque la izquierda woke a la que representan tan sólo atiende a las singularidades que le interesan. Entre las que no se encuentra la religiosa o la espiritual; y menos la católica. A la cual no respetan, como demuestran con medidas como aquella Proposición No de Ley. Que, por cierto, era manipuladora o partía de la desinformación, dado que La 2 también dedica una parte de su programación a otras confesiones religiosas.
Los odios y la manía persecutoria dirigen a estos representantes, cuyos argumentos irreflexivos siempre encuentran altavoces y apoyos en la sociedad que se carcome en su minoría de edad. Eso sí, hay que reconocerles atrevimiento, dado que nunca aplican la prudencia a la hora de solicitar este tipo de prohibiciones y restricciones, pese a que afecten a una parte importante de la población.
Tampoco son comedidos a la hora de emplear el reduccionismo más estúpido, como el que lleva a confundir el felizmente desterrado nacional-catolicismo con la emisión de una misa en televisión. Pero así son. Y siempre se equivocan.
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