Opinión

Garzón y la hipocresía política

¿Cuál es el posicionamiento de cada uno de los partidos políticos en relación a la supuesta dicotomía ganadería intensiva versus ganadería extensiva cuyo debate abrió, de aquella manera, el todavía

¿Cuál es el posicionamiento de cada uno de los partidos políticos en relación a la supuesta dicotomía ganadería intensiva versus ganadería extensiva cuyo debate abrió, de aquella manera, el todavía ministro Alberto Garzón? ¿Qué alternativa a la ganadería intensiva ofrecen los partidos políticos críticos con este tipo de explotación ganadera? ¿Qué argumentan los que la defienden? ¿Qué incidencia tendría para los consumidores la sustitución progresiva de la ganadería intensiva por explotaciones de ganadería extensiva? ¿Es deseable tal cosa? ¿Es viable? ¿En cuánto tiempo? ¿Qué inversiones requeriría tal propósito? ¿Qué cambios sociales llevaría consigo? ¿Quiénes serían los beneficiados y quiénes los perjudicados? ¿Qué implicaciones tendría en los precios? ¿Hay macrogranjas en España? ¿Cuántas? ¿Qué dicen al respecto los programas de los distintos partidos políticos? ¿Qué hacen los países de nuestro entorno?

¿Ha respondido alguno de nuestros políticos a estas preguntas? No, han tratado de ganar votos, mejorar su porvenir político personal o partidario, perjudicar al adversario y sacar partido de la polémica. Porque, salvo honrosas excepciones, no los mueven unas ideas o unos principios sino la ambición política.

Alberto Garzón no es santo de mi devoción. El coordinador federal de Izquierda Unida representa a la izquierda reaccionaria que llevo años denunciando, esa que se alía con los nacionalistas y los independentistas que pretenden romper España, traicionando de ese modo los valores de la igualdad, el internacionalismo y el progresismo que han caracterizado históricamente a la izquierda democrática y progresista, esa que algunos seguimos echando de menos. Como ministro, no da la talla, y han sido varias las iniciativas ministeriales que nos han provocado sonrojo. Es probable que las funciones que desarrolla no merezcan todo un ministerio… pero así se decidió para satisfacer las demandas y las ambiciones de todos los que forman el gobierno de coalición formado por PSOE y Podemos.

Ahí le faltó a Alberto Garzón habilidad suficiente, lo cual aprovecharon tanto sus adversarios confesos como sus compañeros tanto de gobierno como de coalición electoral

En la polémica que nos ocupa, es posible que Alberto Garzón se condujera torpemente, se expresara mal, no midiera los tiempos y dijera en un medio extranjero lo que antes debió explicarse, debatirse y decidirse de puertas para dentro. Además, está fuera de toda duda que la carne que se produce en España supera con creces todos los estándares de calidad, por lo que sembrar dudas a ese respecto por parte de un ministro es un error imperdonable; sin embargo, no era de la calidad de la carne de lo que se trataba (o debió haberse tratado, si atendemos a lo que Garzón quiso realmente decir sobre la materia) sino de las distintas formas que existen para producirla, y cuál es mejor o más deseable entre todas ellas.

Y ahí le faltó a Alberto Garzón habilidad suficiente, lo cual aprovecharon tanto sus adversarios confesos como sus compañeros tanto de gobierno como de coalición electoral: aquellos para sacar tajada política ante las inminentes elecciones en Castilla y León… y estos para menospreciarlo o ignorarlo y, cuando proceda, quitarse de en medio a un rival que puede resultar incómodo. De momento, el error de Garzón le ha servido a Sánchez para utilizarlo de parapeto, desviar la atención de sus errores y ganar tiempo, tal como acostumbra; cesarlo no puede porque su ministerio depende de Podemos, pero tampoco es probable que sea lo que ahora le conviene. El cese, cuando llegue, vendrá por acuerdo de ambos socios de coalición, cuando a ambos les interese.

No considero al ministro Alberto Garzón el más listo de la clase pero dudo de que sus declaraciones fueran una ocurrencia suya. En todo caso, si intentó abrir el debate en relación a las distintas formas de producción ganadera, solo lo consiguió a medias. Y de aquella manera. Y eso a pesar de que es un debate más que pertinente, como tantos otros que es imposible abrir y tratar de manera constructiva en España, donde todo se mueve en el corto plazo, en función del calendario electoral y de las luchas partidarias. No es la primera vez que el presidente del Gobierno le enmienda la plana: cuando planteó la necesidad de reducir el consumo de carne roja (cosa que Sánchez ya había planteado antes), el propio Sánchez soltó aquello de “un chuletón al punto es imbatible”, cosa que un servidor comparte, lo que pasa que yo pensaba que los políticos y los gobernantes están para otra cosa: para liderar el país, impulsar los cambios que se necesitan o hacer frente a los retos de nuestro tiempo. No para hacer demagogia barata o contravenir su propio programa político.

Agenda 2030 contiene 17 objetivos que van desde el fin de la pobreza y el hambre en el mundo hasta el logro de una energía asequible y no contaminante, pasando por la producción y el consumo responsables

El Gobierno de España tiene firmados dos documentos de enorme calado, y se vanagloria de ello siempre que puede, especialmente cuando quiere vender su lado transformador, ecololgista, sostenible y verde. La Agenda 2030 contiene 17 objetivos que van desde el fin de la pobreza y el hambre en el mundo hasta el logro de una energía asequible y no contaminante, pasando por la producción y el consumo responsables o parar el cambio climático. España 2050 dispone de 678 páginas y fue presentado hace unas semanas a bombo y platillo. En él se incluyen objetivos que el mismo gobierno tildó de extraordinariamente importantes para nuestro futuro y el de nuestros hijos, y a cuyo cumplimiento únicamente podríamos aspirar si se producen “cambios radicales” en “la forma que generamos energía, nos movemos y producimos y consumimos bienes y servicios”, de modo que “habrá que aprovechar toda nuestra riqueza en fuentes de energía renovable, electrificar el transporte, reinventar las cadenas de valor, replantear los usos que hacemos del agua, reducir al mínimo los residuos que generamos, apostar por la agricultura ecológica e impulsar la fiscalidad verde”, lo cual deberá hacerse “en un tiempo récord”. No lo digo yo, lo dice el Gobierno de España.

Son tan enormes los objetivos señalados en ambos documentos, que son casi inalcanzables. Deberíamos cambiar profundamente nuestra forma de vida, y ni así es posible que los alcanzáramos. Y sin cambiar nuestra forma de vida, no los alcanzaremos en absoluto. Hay quienes no creen en todo ello o simplemente han tirado la toalla, dadas las dificultades. Al menos son coherentes y no alertan a los ciudadanos de todos estos problemas. Lo que no es compatible es alertarnos de los grandes desafíos de nuestro tiempo y, a la hora de la verdad, no mover un dedo o disimular por simples intereses electorales. O pensar que todo cambiará por arte de magia. Y es que a algunos se les llena la boca con el cambio climático, la transición ecológica, la economía circular, la producción y el consumo sostenibles… pero, a la hora de la verdad, les mueven más los votos o las próximas elecciones. Es el tipo de política que se hace en España. Y esta sí que no cambia.

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