Mucha gente no era consciente de la importancia del gas natural en España hasta las tensiones de precios de la primavera de 2021. Y, desde luego, no de lo critico que podía llegar a ser este combustible hasta la crisis de abastecimiento de hace un año, a raíz del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. Probablemente, ese desconocimiento tenga su base en que se han hecho bien las cosas y no ha habido ocasión de queja, porque la realidad es que lleva con nosotros más de 50 años.
Qué es el gas natural y su evolución en España
El gas natural es esencialmente metano, el hidrocarburo más sencillo y pequeño que existe. Frente a otros combustibles fósiles, tiene contenidos casi nulos o muy bajos de componentes contaminantes como el azufre, al quemarse no produce partículas y las emisiones son inferiores a las de cualquier otro hidrocarburo.
Originalmente, el problema del gas natural radicaba en el coste. Aunque la materia prima era barata, las reservas se ubicaban lejos de los centros de consumo y ese transporte encarecía el producto. El avance de la tecnología ha permitido construir grandes gasoductos de forma eficiente para transportar el gas en forma gaseosa (GN), pero sobre todo ha permitido el transporte en forma líquida (GNL), multiplicando así su densidad energética casi 600 veces. Dicho de otra manera 1 m3 de GNL equivale a 584 m3 de GN.
En febrero de 1969 atracó el primer buque metanero en la pionera planta de regasificación de Barcelona, actualmente la mayor de Europa. En aquella época el consumo era residual y centrado en usos industriales.
Este combustible recibió un fuerte impulso en 1983, coincidiendo con la paralización de la construcción de cinco reactores nucleares. Y es que el debate sobre que el gas es el sustituto natural de la energía nuclear no es nuevo. Pero no será hasta el Plan Energético Nacional 1990-2000 cuando el gas natural enfila la pista de despegue.
El pistoletazo de salida ocurrió el 30 de abril 1991, con la firma en Madrid de un acuerdo tripartito entre España, Argelia y Marruecos para la construcción del gasoducto Magreb-Europa, que comenzó a funcionar en noviembre de 1996. Este acuerdo, liderado por el vicepresidente del gobierno español, el socialista Alfonso Guerra, fue la culminación de ocho años de negociaciones entre los tres países. Para España fue uno de pilares principales de una evolución energética, que llega hasta nuestros días, marcada por la estabilidad en términos de seguridad de suministro y precios, la incorporación al mix de las energías renovables y la descarbonización.
El 31 de octubre de 2021, en plena crisis energética de precios y de abastecimiento, esta infraestructura se cerró, también bajo un gobierno socialista y en medio de un fuerte conflicto entre los países implicados, dejando a España -y por ende a Europa- sin una de las mayores entradas de gas por gasoducto.
Adicionalmente a la paralización definitiva de la construcción de nuevos reactores nucleares en España, el gas cobra gran protagonismo por la necesidad de desplazar progresivamente al carbón, con una cuota importante en la producción de electricidad y por con una presencia principal en usos domésticos -calefacción y agua caliente sanitaria-. Finalmente, había que hacer frente a las previsiones de demanda energética en un país que experimentaba un notable crecimiento económico, sobre todo tras la entrada en 1986 en el mercado común (para los más jóvenes, la Unión Europea).
España como eje europeo del gas natural
El sector del gas natural supone hoy en España el 25% del consumo total de energía. Los orígenes están muy diversificados, gracias a nuestra amplio y flexible conjunto de infraestructuras de alta capacidad. El GNL, que llega por barco, actualmente supone un 72%-73%, y el GN, por tubo, el resto. Por países, los principales son Argelia (24%-29%), EEUU (20%-29%), Nigeria (14%) y Rusia (18%).
Cabe destacar que la cuota de importación rusa casi se ha duplicado desde que comenzó el conflicto con Ucrania; y que la cuota francesa llegó a alcanzar hasta un 15% en los meses más críticos de la crisis, en los que el país vecino nos vendía gas y nos compraba electricidad, beneficiándose de la subvención denominada “excepción ibérica”.
El gas natural está muy capilarizado en la economía y sociedad española. Lo habitual es usarlo como fuente de calor por combustión, pero también se usa en otras industrias como materia prima, sin necesidad de quemarlo, en la industria química y farmacéutica, destacando la síntesis de hidrogeno, así como la fabricación de plásticos y otros productos.
Es muy llamativo que España, dotada de la mejor y más amplia red de infraestructuras para la recepción y procesamiento de gas natural de toda la UE, solo exporte en torno a un 13% de su capacidad potencial
El uso industrial acapara la mayor parte de la demanda (45%-55%), seguido de la producción de electricidad (30%-38%) y, finalmente el uso doméstico y de pymes (13%-14%).
Por el contrario, es muy llamativo que España, dotada de la mejor y más amplia red de infraestructuras para la recepción y procesamiento de gas natural de toda la UE y con capacidad para cubrir hasta el 20% de las necesidades europeas, solo exporte en torno a un 13% de su capacidad potencial. La razón es la falta de interconexiones con el resto del continente, a las que siempre se ha opuesto Francia con mucha vehemencia.
El futuro
La industria del sector, por supuesto, no está quieta y no son pocos los proyectos en los que se está investigando en la dirección de proveer de una fuente de energía estable, gestionable y con emisiones neutras. Destaca el biogás, obtenido mediante el tratamiento de residuos orgánicos, que se enmarca en los principios de la economía circular; o el denominado blending de hidrogeno y metano, encaminado a reducir las emisiones y sobre el que previsiblemente se pronunciará la UE esta semana.
¿Por qué destruir lo que tenemos y tanto esfuerzo nos ha costado? ¿Por qué no hacer valer económica y geoestratégicamente nuestra gran capacidad ante la Unión Europea?
Tengo claro que el gas natural, al igual que el resto de los combustibles fósiles, acabará desapareciendo. A pesar de los augurios habituales, no por agotamiento, sino porque la UE prohibirá su uso. Por ahora lo ha indultado -que no amnistiado-, considerándolo un combustible verde a efectos de la transición a una sociedad descarbonizada.
Pero ¿cuándo podremos prescindir del gas natural? No soy capaz de responder esta pregunta, pero sí podemos estar seguros de que tenemos décadas por delante; básicamente, hasta que la energía por fusión nuclear y el almacenamiento por hidrogeno estén en disposición técnica y económica de desplazar al resto de fuentes de energía. Hasta entonces ¿por qué destruir lo que tenemos y tanto esfuerzo nos ha costado? ¿Por qué no hacer valer económica y geoestratégicamente nuestra gran capacidad ante la Unión Europea?
Francisco Ruiz Jiménez ha sido consejero y miembro del comité de dirección del grupo REDEIA
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