Opinión

Por vuestro bien

Las soluciones no pasan por engañar, mentir, aplazar y dilatar, sino por tomar decisiones que, pudiendo ser desagradables a corto, no comprometan la estabilidad del sistema a largo plazo

“Menos mal que la gente de la nación no entiende nuestro sistema bancario y monetario, porque si lo hicieran, creo que habría una revolución antes de mañana por la mañana.” Henry Ford

Cuando estamos a punto de finalizar el año, conviene sentarse unos minutos a reflexionar sobre las perspectivas económicas, los riesgos a los que nos enfrentamos y las oportunidades que se abren. La situación de nuestro país no es especialmente halagüeña; la imprevisión inicial del Gobierno se siguió de las medidas de confinamiento más restrictivas de occidente, para cerrar en falso con los famosos “hemos vencido/derrotado al virus” de junio y julio y abrir España al tráfico internacional de turistas, sin las medidas de seguridad en origen que algunos exigíamos entonces y con un fracaso monumental que se traduce, con valores consolidados a octubre, en una caída de más del 76% en el interanual. Donde llegaban 74 millones de turistas, apenas llegan 18. En país cuya renta depende en alrededor de un 15% de este sector, el efecto es brutal. Así, la OCDE espera que España sea el país con la mayor caída del PIB de los 37 que componen el club de los ricos; y esta previsión es más generosa que las del FMI y del Banco de España, que apuntan a caídas entre el 12,6% y el 12,8%. Como dije en marzo pasado, cuando tantos hablaban de los efectos transitorios y de la recuperación en V, toda caída que esté por debajo del 12% puede considerarse un éxito.

Escenarios macro de la OCDE

Desde entonces, los bancos centrales han trabajado mano a mano con los gobiernos por nuestro bien. Al fin y al cabo, desde hace ya bastantes años los unos son una oficina de los otros, y juntos luchan por lograr objetivos políticos. En esta ocasión, como en la anterior crisis, como en la anterior y como en la anterior, el objetivo ha sido estimular la demanda, porque nuestros políticos no entienden de otra cosa que no pase por la compra de votos mediante gasto público, y nuestros banqueros centrales, históricamente denodados y bravos luchadores del equipo de la ortodoxia (aquel cuya máxima dice “no gastes lo que no puedas pagar tú mismo, sin traspasarle la deuda a tus herederos”), han entendido el mensaje; si ningún político ha pagado jamás por arruinar un país, ¿por qué iban a ser ellos los malos de la película?

Así, los primeros tienen a punto, en Europa, la manguera de fondos con 750.000 millones de euros preparados para estimular especialmente el apetito desbordado de gasto de los gobernantes, que podrán aplicar no sólo un Plan E, sino tantos como letras tiene el abecedario; en EEUU, un reducido pero significativo grupo de congresistas demócratas quiere que el gobierno entregue un cheque de 2.000 dólares directamente a los ciudadanos. En cuanto a los banqueros centrales, ya empezaron a inflar sus balances a finales de febrero, y los de EEUU, Japón, Reino Unido y Europa los han incrementado en más de un tercio en estos tan largos como escasos nueve meses. De su épica y heroísmo en la crisis de 2007, que cantaron juglares como Lagarde o Gurría, nos queda hoy un sistema más débil, con una inundación de liquidez tal y con tipos de interés tan cercanos a cero, cuando no negativos, que impiden la aplicación de la política monetaria. Por nuestro bien nos dejaron, exhaustos, al borde un precipicio al que un virus de 100 nm nos ha acabado empujando.

Balance de los principales bancos centrales del mundo

En su cesta de la compra, a los bancos centrales sólo les faltan las pipas: tienen deuda soberana (ese grandilocuente epíteto que empleamos los economistas para referirnos a deuda que emiten los gobiernos con respaldo del estado, y que en el caso del BCE superan los 1,2 billones de euros), deuda privada (el BCE tenía contabilizados más de 48.000 millones de euros en estos activos a 2 de diciembre pasado), y tienen también acciones de empresas cotizadas. De hecho, desde el pasado 5 de diciembre, el principal inversor de la bolsa japonesa es, precisamente, el Banco de Japón, con un importe superior a los 430.000 millones de dólares en acciones y que multiplica por 10 el importe invertido por el Fondo de Pensiones del Gobierno del mismo país, el mayor fondo de pensiones del mundo. Y ser el principal inversor es ser el principal propietario, no lo olvidemos; la paradoja de la nacionalización de la economía como fin último del capitalismo.

Los mismos que hoy exigen que todo el mecanismo financiero y todas las reservas de capital se pongan al servicio del gasto y del consumo, acusarán a los mercados de la perversión que ellos provocan

Por su parte, la cartera de valores de la Reserva Federal de los EEUU ha crecido entre marzo y diciembre desde los 3,9 billones de dólares hasta los 6,6 billones. Además de todas las medidas de inundación de liquidez, que son muy bien vistas por la mayor parte de mis colegas, los bancos centrales están fomentando que los bancos comerciales presten cada vez más, casi sin importar cuánto y a quién; esto es la consecuencia directa de la relajación temporal de los requisitos regulatorios, donde, de nuevo, el calificativo es fundamental para engañar y diluir la responsabilidad, como lo fue en el cierre también temporal de la ventanilla del oro, que se prolonga ya casi 50 años. Esta situación se traduce en la puesta en circulación del capital de reserva que los propios reguladores, al grito de “nunca más”, establecieron tras la crisis de 2007 para proteger, precisamente, al sistema financiero. Vendrán las dificultades, las quiebras y los rescates, siempre por nuestro bien. Y los mismos que hoy exigen que todo el mecanismo financiero y todas las reservas de capital se pongan al servicio del gasto y del consumo, acusarán a los mercados de la perversión que ellos provocan. Eso sí, no me negarán lo fácil que resultará entonces, por nuestro bien, nacionalizar la mayor parte del sistema productivo.

Mientras tanto, la defensa del ahorro pasa por tres pilares fundamentales, claramente amenazados: el oro, la única contrapartida tangible de la moneda, cuya onza roza los 2.000 dólares frente a los 35 que costaba cuando Nixon cerró la ventanilla del ahorro para abrir la del gasto desbocado. El efectivo, el refugio último, inmediato, barato y popular del ciudadano libre, tan perseguido como necesario para evitar la represión financiera, con la caída de los tipos de interés a simas que competirían con la de las Marianas. Y las criptomonedas, con el Bitcoin a la cabeza de las más de mil que compiten por el apetito del inversor, cada vez más preocupado por la situación económica. El interés por el Bitcoin se refleja no sólo en su cotización, que esta semana ha marcado su máximo histórico en los 24.000$ (con proyecciones de algunos analistas de 100.000 dólares a final del próximo año) sino también en que empresas muy importantes, como Square o PayPal, están transformando su efectivo en él. Pensemos que MicroStrategy, preocupada por la depreciación del dólar derivada de las políticas de estímulo de la Fed, cambió 425 millones de dólares entre julio y agosto a menos de 10.000$ por unidad, para transformarlos, con esa decisión estratégica de protección de sus cuentas y, por ende, de sus inversores, en cerca de 1.000 millones a fecha de hoy.

“Lo hacemos por el bien de todos, la gente quiere soluciones”, nos dicen. Claro. Para eso pagamos a los políticos. Pero las soluciones no pasan por engañar, mentir, aplazar y dilatar, sino por tomar decisiones que, pudiendo ser desagradables a corto, no comprometan la estabilidad del sistema a largo. La combinación de una política monetaria expansiva con una política fiscal represiva, con mayores niveles de gasto, de impuestos y de deuda, sólo puede acabar de una forma. La única duda no es si llegará, sino cuándo.

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