No es extraño que Felipe se exprese en términos elogiosos respecto al alcalde Almeida mientras tilda de inexperto al gobierno de Sánchez. Ya lo dijo en su día: ¿qué importa el color del gato, si caza ratones? Y es que ese gato socialista ahora solo sabe decir uy uy uy como el de Rosario, mientras que el gato popular va resolviendo problemas. Ahí tienen a Almeida, en primera línea, ayudando a los voluntarios y dictando medidas razonables desde alcaldía.
O a la presidenta Ayuso, a quien nos querían presentar poco menos que como la tonta del bote y ha resultado ser una gobernanta eficaz, útil para los madrileños y trabajadora. Los problemas más graves de la vida, al fin y al cabo, no se resuelven con un carné, sino con sentido común. Justamente es ese el sentido que se intuye echa de menos el viejo león socialista en su partido. No es el único que se echa las manos a la cabeza viendo en lo que ha ido a parar el PSOE de los años de la Transición. Dirigentes como Joaquín Leguina o José Luis Corcuera no han dejado de manifestarse públicamente de manera contraria a la línea oficial del partido en asuntos tan graves como el separatismo o el acatamiento constitucional preceptivo a todo partido democrático.
La vieja guardia incomoda a Sánchez y sus socios de gobierno. No es casual que el referente del presidente del gobierno sea Zapatero, de profesión su Venezuela bolivariana, y no González. Este último representa, con todos los errores que quieran, un intento por parte del socialismo español de superar el largocaballerismo para insertarse en la socialdemocracia europea. La de Olof Palme, Willy Brandt, Bruno Kreisky, la que encumbró a Mitterrand hasta la presidencia de la república francesa, la de pensadores como Norberto Bobbio.
A Sánchez estos nombres no tienen nada que decirle porque también es cierto que él poco o nada quiere escuchar de esos ejemplos. Solo así se comprende que no haya llamado ni una vez a Felipe. Ni que sea por cortesía. O que a Alfonso Guerra lo considere poco menos que un señor de la derechona. Claro que si las feministas de odas a la vagina y glándulas mamarias a la intemperie que se mueven en los círculos social comunistas miran por encima del hombro a Lidia Falcon calificándola de reaccionaria, poco puede esperarse de estos portentos.
Felipe, que sabe de gatos y de ratones coloraos, opta por reconocer lo evidente, que debería ser la primera condición sine qua non de cualquier político, a saber, que lo que está bien hecho está bien hecho, lo haga la izquierda o la derecha. Y tanto Almeida como Ayuso lo están haciendo de nota. Especialmente si los comparamos con esos ministros tan curiosos que salen en la tele entre carcajadas, como la de Trabajo, o la portavoz Montero, que se inventa palabras como “cromacidad” y nos dice que el virus llegó “de manera improvisada”, vamos, sin enviar ni siquiera un wasap avisado de que se presentaba a cenar. Por no hablar de Salvador Illa, que siempre da la impresión de que estaría más cómodo hablando del materialismo y el empirocriticismo o, ya puestos, de las tres vías al misticismo, la vigencia del tomismo o de las teorías que unen fe y ciencia de Teilhard de Chardin. Mejor le iría y, de paso, a todos nosotros.
El caso es que Felipe ha dicho que los suyos son “inexpertos” y eso ha sentado como una patada en las gónadas en Moncloa Sûr Mer. Comprendo que todo esto parezca sumamente pueril si lo ponemos al lado de los muertos, los contaminados y el país que les está quedando a los que nos gobiernan. Pero habrá que empezar a pensar en el día después y procurar que no nos pille, como siempre, con los calzones por los tobillos. Que alguien como González empiece a dar toques de atención no es mala noticia. Que sirva para que socialistas y populares puedan algún día sentarse y pactar las grandes cuestiones de estado como sucede en Alemania, es harina de otro costal. Por el momento, y agarrado a ese lastre que se llama Podemos, es imposible.
Cuando Sánchez e Iglesias estén en el fondo del mar político, veremos. Habremos pasado del tiempo de los ratones al de los gatos.
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