Hemos trivializado tanto la realidad que llega una tragedia y la tratamos con la simpleza de un suceso, ahora que los medios de comunicación han eliminado los profesionales del ramo y ya no se hacen ramos sino floreros. Dos niñas de 12 años escogieron el suicidio porque no podían soportar más la vida que les habían asignado. En la civilización japonesa existe al parecer una expresión para designar la muerte voluntaria en grupo. En nuestra cultura empoderada un hecho tan insólito debería conmocionar a un pueblo, a la sociedad y hasta al país, por más que haya a quienes les interese enterrarlo discretamente.
El pueblo es Sallent, una pequeña población catalana que no alcanza los diez mil habitantes, herederos en buena parte de la emigración obrera peninsular que buscaba trabajo en la minería. Hoy no tiene mineros ni minas, sólo un río enmerdado por buen nombre Llobregat y una población que sobrevive si no huye para buscarse un trabajo y vuelve, cuando puede, los fines de semana. Allí se fueron, buscando mejor vida que la acumulada, un matrimonio argentino con dos niñas gemelas.
O aprendían catalán o sabrían lo que era una sociedad de blancos y pobres, agarrados a la xenofobia pero temerosos siempre de no caer en la islamofobia, que eso puede tener malas consecuencias
Entonces aparece con su manto nuevo la sociedad podrida. Que se creían ellos que era Sallent y qué era Cataluña. A los padres no los podían echar por más que perdieran el trabajo y les fuera menester vivir a la que salta, el precariado. Pero las niñas no; o aprendían catalán o sabrían lo que era una sociedad de blancos y pobres, agarrados a la xenofobia pero temerosos siempre de no caer en la islamofobia, que eso puede tener malas consecuencias y hay que darles tiempo a que pasen al catalán, porque ellos no están marcados por la lengua opresora de sus padres y madres que hablan castellano.
Nada que sea trascendente tiene valor para quien alimenta el resentimiento. El miércoles salió en el BOE la Ley de Autodeterminación del Sexo Registral según la cual un adolescente a partir de los 16 años puede cambiar de sexo a voluntad. La parroquia taciturna; apenas alguna voz de experta en la materia señalando que se trata “el primer gran escándalo médico y ético del siglo XXI”. El mundo de la izquierda institucional se decanta por el sexo y el bienestar animal, pero aún no tenemos un Freud que nos lo diagnostique. Primero “el sólo sí es sí”, una tautología para gente sin pasiones, con grave costo para el victimario.
Ahora la autodeterminación individual de género sin otro requisito que la intención; una reducción del anuncio “la república de mi casa” por el más vistoso de “mi cuerpo es una república”. Pertenezco a una generación viejuna que en general no estaba a gusto con su físico, ni con su municipio, ni con su sindicato ni con su Régimen, pero de ahí pasamos a la modernidad narcisista y sus nuevos relatos cuasi constitucionales. Yo escojo mi género a voluntad y además debe sufragarlo la Seguridad Social. No es que hayamos perdido el norte, es que se nos cayó la brújula.
Lo de cambiarse de sexo no estaba en el programa; había aspirantes a gays con maneras y sufridores, puteros de secano y mucho discípulo de Onán
A los doce años cada cual aspiraba a marcarse un destino; ser misionero -no había onegés-, aventurero en África, cantante de rock o melódico -entre Johnny Halliday y Adriano Celentano-, cirujano de postín o atracador de grandes bancos. Lo de cambiarse de sexo no estaba en el programa; había aspirantes a gays con maneras y sufridores, puteros de secano y mucho discípulo de Onán. Los tiempos cambian y las personas aún más. Entra dentro de la lógica de las personas y de los derechos democráticos el plantearse cambiar de sexo y regular un protocolo para hacerlo posible.
Convertir el drama en una historia de trans postmortem es el colmo de la modernez periodística
Ya tiene que estar narcotizada una sociedad para que considere que a los 12 años una querencia pueda convertirse en algo irreversible. Pasmo es lo que causa que medios de comunicación para “la buena gente” -que por inquietante que resulte se da en el área de Núñez Feijoo tanto como en la de Pedro Sánchez- se haya recogido la tragedia como la desgraciada aventura de una niña y “el de un chico suicidado en Sallent”. Convertir el drama en una historia de trans postmortem es el colmo de la modernez periodística y sólo contribuye al objetivo de diluir las responsabilidades sociales.
Para los más arrebatados de los chavales del Instituto de Sallent las gemelas Leila y Alona eran purria emigrante que no hablaban la lengua políticamente correcta que marcan las autoridades, desde el Ayuntamiento -Esquerra y CUP- hasta la Generalidad. Y además -¡fíjate tú en el detalle descalificador para esos alevines de racistas y xenófobos!- una de ellas quería que la llamasen Ivan y hacerse varón. No advirtieron, por más que resulte significativo, que las pancartas de repulsa por el crimen, todas sin excepción, estaban escritas en castellano. La reacción de los supremacistas fue de un descaro inaudito, el que corresponde a las bandas que dominan el cotarro. Escribieron impunemente en la misma pared donde había velas y recuerdos de homenaje un grafiti incontestable: ¡Okupas!
Díganme cuántos disfrutan y cobran por las delaciones, las imposiciones y el ejercicio inquisitorial que obliga a delatar los incumplimientos de la norma xenófoba
Un acoso escolar cuando es masivo y tiene la benevolencia de las autoridades es una forma de linchamiento, esa sensación de que cada vez que vas al Instituto Público, dependiente de la Generalidad, eres víctima de torturas tan crueles como las que son capaces de imaginar los niños. Ya que no me dejan vivir acabemos con la vida. ¿Acaso no te reiteran cuál es la lengua que debes utilizar en el patio, en la calle y hasta en tu propia casa? La impostura del director del Instituto se suma la del consejero de Educación, González-Cambray, un apellido delator, por fabricado. No se aplicó la Emergencia de Ayuda ante el Acoso Escolar; la cortina de humo. Díganme cuántos disfrutan y cobran por las delaciones, las imposiciones y el ejercicio inquisitorial que obliga a delatar los incumplimientos de la norma xenófoba.
Conmovedor que este episodio trágico haya coincidido con el humor pitarresco, algo muy arraigado en el país. El consejero áulico del Ayuntamiento de Barcelona, Jordi Borja, presentó su libro de memorias en una ceremonia con los suyos, los supervivientes del viejo estado mayor de la disidencia catalana ahora devenido Amical de Antiguos Combatientes, sonrientes jubilados. Andreu Claret, Carmen Claudín, Isidre Boix…
Propongo que se incluya la hipocresía como plato nacional en Cataluña, junto a los calçots, la escudella y la botifarra amb secas. Haría las veces del pan de masa madre con la que se solazan las memorias, para saborear la miga y rebañar el plato. Las niñas de Sallent hablaban “argentino”; lo mismo que nos sucede a algunos, que somos okupas sin saberlo y pese a pagar las cuotas que ellos administran.
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