Era en aquel Madrid de aquellos tiempos. Hablamos del 24 de mayo de 2012, se cumplía el centenario del nacimiento del general Manuel Gutiérrez Mellado, muerto en accidente de automóvil años antes, el 15 de diciembre de 1995, a los 83 años. Todo estaba dispuesto en el Ministerio de Defensa para que ese año 2012 fuera el año de Gutiérrez Mellado, pero la victoria del Partido Popular en las elecciones de 2011 dio al traste con los programas que se habían ido concertando y las conmemoraciones fueron anuladas hasta reducirse a cero. Por eso, la sociedad civil se puso en marcha para rendirle el homenaje que le era debido en Fundación Carlos de Amberes. El general Manuel Gutiérrez Mellado era uno de esos héroes de la retirada admirablemente descritos por Hans Magnus Enzensberger y sabemos bien que la retirada es la operación más difícil y peligrosa en términos bélicos.
Ahora, cuando algunos ensayan gorgoritos o juegan al chat para decirse lindezas sin calcular que ninguna intimidad ni mensajeo resistiría su destape público porque hundiría la reputación de quienes figurasen como polos opuestos de la interlocución, la memoria del teniente general barrería tanta nadería de botarates ociosos paseantes de los jardines de Caín. En aquel homenaje fueron interviniendo conforme al orden cronológico en que fueron conociendo a Gutiérrez Mellado, el teniente general Miguel Íñiguez, que fue Jefe del Estado Mayor Conjunto de la Defensa; el teniente general Javier Calderón, que ocupó la Dirección del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID); el ex presidente del Congreso Landelino Lavilla; Alberto Aza, ex director del Gabinete del presidente Adolfo Suárez; el ex ministro de Defensa Alberto Oliart; el exministro de Defensa Eduardo Serra; el exministro de Defensa Narcís Serra y su biógrafo el coronel Fernando Puell de la Villa.
El general Manuel Gutiérrez Mellado había servido como número dos del Jefe del Alto Estado Mayor, general Manuel Díez Alegría. Había sido comandante general de Ceuta, capitán general de la VII región militar con sede en Valladolid, jefe del Estado Mayor Central y luego vicepresidente primero del Gobierno para asuntos de la Defensa y primer titular de esa cartera. A él se debe la creación de ese ministerio y la supresión de los ministerios del Ejército, de Marina y del Aire, el encaje constitucional de las Fuerzas Armadas, las Reales Ordenanzas de 1978.
Conviene volver sobre el artículo que publicó en la revista Cuenta y Razón, un año después del golpe del 23-F donde preconizaba que se suprimieran las unidades y destinos que carecían de razón de ser pero también que las que queden estuvieran al completo, bien dotadas e instruidas conforme a planes exigentes.
También expresaba su frustración por no haber logrado que todos sus compañeros de armas abjurasen del intervencionismo político. "Huyamos de un corporativismo exagerado que acaba derivando en un militarismo vigilante o lo que es peor en un pretorianismo que a la larga lleve a la nación a la ruina". "Huyamos", concluía, "de la soberbia, no seamos exclusivistas ni acaparadores del patriotismo, ni de la honestidad, ni del valor, ni del honor, ni del sacrificio".
Algunos podemos recordar bien cómo esa actitud le valió la enemistad de muchos uniformados. También que nunca se le pudo rendir el homenaje nacional que merecía porque algunos se esforzaron en presentarle como traidor y quienes debían haberle amparado no lo hicieron. En la tarde del martes, día 15, se había convocado un homenaje al Guti en el Instituto Universitario adscrito a la UNED que lleva su nombre. Voy para allá. A la vuelta se lo contaré.
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