La escena que se reproducía este sábado a las 07.45 horas en el parque madrileño de la Dehesa de la Villa no podría etiquetarse de costumbrista, pues no tenía nada de habitual. Ni antes, ni después del estado de alarma. Marcaba 15 grados el termómetro, las faldas de la Sierra estaban cubiertas por un manto de nubes y los caminos de tierra del lugar, ocupados por decenas de corredores que sabían que este sábado le concedían a los españoles un tercer grado que permite salir un rato de día para volver después al encierro. Algunos, eran runners habituales, pero otros, qué duda cabe, sobrevenidos.
Soñaban los españoles con una ración de libertad, tras tantos días de confinamiento y preocupación; y esta mañana la han abrazado, aunque haya sido por un rato. Por lo visto, parece que el aburrimiento o, simplemente, las ganas de tomar el sol han orillado el miedo a enfermar con el coronavirus, pues eran muchos los ciudadanos que tomaban las calles y los parques esta mañana, pese al riesgo del que tantas veces han advertido los especialistas televisivos durante las últimas semanas, como es que las partículas de saliva de un infectado asintomático lleguen a las vías respiratorias de alguien sano, cosa que resulta más fácil durante el ejercicio físico, dado que salen disparadas a una mayor distancia y velocidad.
Es curioso cómo las crisis nos hacen expertos en cosas que hasta que arrecian nos resultan desconocidas. En la anterior, fue la prima de riesgo. En ésta, la carga viral, la 'desescalada', la 'nueva realidad' o la distancia social.
Escenas raras
Se han visto hoy escenas inéditas en esta primavera rara, como parejas que caminaban de la mano, lo cual dice todo del efecto que ha tenido el estado de alarma sobre las relaciones humanas. También a algunos que perdían una parte de la dignidad entre prendas de licra y camisetas de algodón, de colores horrendos. Es habitual el running en la sociedad que tanto énfasis pone en los pequeños logros que pueden exhibirse en las redes sociales, como correr medio maratón o 1 kilómetro en 4 minutos y medio. Pero no en este número, por lo que es evidente que, entre la concurrencia de domingueros que se ha ejercitado este sábado, se habían colado unos cuantos impostores.
Es evidente que, entre la concurrencia de domingueros que se ha ejercitado este sábado, se habían colado unos cuantos impostores.
Ciertamente, bien podría ser lo de este sábado un brindis en el ojo del huracán, pues el virus es contagioso y todavía no está claro si a estos meses de confinamiento les seguirán otros más, ante un posible nuevo repunte de los contagios. Quizá seamos demasiado inconscientes y todavía no hayamos podido apreciar en toda su dimensión el costo que supone para nuestro presente y futuro parar un mes la economía...o dos. O volverlo a hacer durante varias semanas. Mientras el virus no se controle y tienda a generar maremotos que hagan que las olas de afectados adquieran una enorme altura, las nubes no desaparecerán del horizonte. Por eso, lo de este sábado ha tenido cierto punto de inconsciencia, pues cualquier movimiento, norma, orden o decisión personal o colectiva estará envuelta en un mar de dudas y podría empeorar la epidemia mientras dude esta crisis.
La frase que titula este artículo la pronunciaba un hombre alto, orondo y calvo que se había colocado la mascarilla en la barbilla mientras daba caladas a un cigarrillo. Se la decía a su mujer que estaba sentada en un banco, sin ni siquiera ropa deportiva. Hay personas que no han entendido nada o lo han comprendido todo mejor que el resto. O vaya usted a saber qué.
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