Pla dividía a las personas entre amigos, conocidos y saludados indicando con ello el grado de proximidad y afecto que sentía hacia los demás, que tampoco fue nunca demasiado, para qué vamos a engañarnos. La visión misantrópica del genio de las letras catalanas hubiera chocado frontalmente con la frase que pronunció Feijóo en el senado cuando le espetó a Sánchez que dejara en paz a la gente de bien. La socarronería de Pla le habría hecho entrecerrar más aquellos ojos escrutadores de la condición humana y, con el sempiterno cigarrillo hecho a mano colgando desmadejado de la comisura de aquellos labios cansados de predicar en el desierto, habría dicho algo así como “Mire usted, Feijóo, si me permite una pequeña discrepancia, yo no creo que exista la gente de bien en este país porque aquí todo el mundo envidia a los demás y por esto somos un país horroroso”. Acto seguido, habría calificado al dirigente popular - adjetivar es lo más difícil en literatura, sostenía don Josep – de panglosiano y se habría marchado a su casa pairal, el Mas Pla, a leer a Montaigne.
Nosotros no somos tan escépticos como el solitario de Palafrugell y todavía pensamos que existe gente de bien. Incluso mucha. Pero de la misma manera que solo un atolondrado cabeza hueca puede decir que si le siguen cinco mil personas en Twitter tiene cinco mil amigos, sería del género lírico pretender que los españoles somos, solo por el hecho de serlo, buenos y benéficos. Distingamos, pues, qué es y qué no es ser gente de bien. Tengo para mí, y es opinión personal calafateada por los sesenta y cuatro tacos que me caerán este próximo ocho de marzo, que la gente de bien, la buena gente, es la que vive sin molestar a nadie, sin hacer daño, sin envidias ni rencores, que trabaja y se esfuerza para hacer de su vida y la de los suyos algo cómodo, sólido, con los mínimos necesarios.
La gente de bien, la buena gente, es la que vive sin molestar a nadie, sin hacer daño, sin envidias ni rencores, que trabaja y se esfuerza para hacer de su vida y la de los suyos algo cómodo, sólido, con los mínimos necesarios
Es gente que sabe reírse a mandíbula batiente, que sabe emocionarse cuando toca, que se compadece de quien sufre, que no se ha llevado en la vida un duro que no fura suyo, gente que ama, sueña, piensa, gente que abraza a los niños con la misma ternura que a los abuelos, gente de fiesta y canción, de porrón y comida abundante, de fiesta y de cuadrilla, gente que comparte el pan y la sal con sus vecinos, gente a la que todavía le queda capacidad de indignarse ante los criminales y sus crímenes, gente que defiende la justicia, la ley, la igualdad de todos, gente que escupe sobre el corrupto, el aprovechado, el ladrón, el chulo, gente que entre el ricachón y la puta siempre estará de parte de la segunda, gente que no juzga a los demás por lo que dicen ser sino por lo que son en realidad. Gente, en suma, que bebe la vida a gollete y no a sorbitos. Esa gente.
Ignoro si el concepto de Feijóo es el mismo que el de un servidor, aunque bien pudiera serlo. De hecho, encuentro a mucha más gente de bien en lo que se refiere a la política en la oposición que en el gobierno y en sus socios. Ahí solo veo a golpistas, etarras, comunistas, corruptos, enfermos, rencorosos, vanidosos, tullidos mentales y seres capaces de las mayores atrocidades con tal de seguir en su cargo. La definición, pues, está clara. Si la buena gente estaría entre la gente del PP, de VOX, de lo que queda de C’s, del personal de infantería que no es de ningún partido pueden ustedes mismos rellenar la casilla de la gentecilla y la gentuza. Y con esto termina la clase de hoy, Sánchez. Ahora vas y lo cascas.
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