Para enjuiciar el funcionamiento de la economía española y explorar su posible desarrollo a medio plazo, digamos más allá de los próximos tres o cuatro trimestres, es conveniente atender tanto a los movimientos superficiales como a los movimientos en el subsuelo que están aconteciendo. Estos calificativos se utilizan aquí en un sentido meramente descriptivo, según la relativamente mayor o menor visibilidad ante la opinión pública que tengan las variables económicas correspondientes. Así, por movimientos superficiales se han de entender los cambios contemporáneos en los datos del PIB, la inflación, el empleo o el paro. Por movimientos del subsuelo, los del tamaño de la deuda pública y privada, así como los que afectan a las variables que configuran las bases del crecimiento de la economía, a saber, la productividad y la intensidad en la utilización de los factores productivos.
Veamos primero la superficie de la economía. El avance de la economía española en 2021 y 2022, con un crecimiento medio anual del 5,5% en ambos años, ha sido tan espectacular como insuficiente para remontar del todo la caída del 11,3% en 2020. En lo que llevamos de 2023, la inercia de la recuperación pospandemia y los fondos europeos junto con el vigor de los estímulos fiscales está permitiendo superar los todavía incipientes efectos contractivos del giro de la política monetaria del BCE. Consecuentemente, según el consenso de previsiones, el crecimiento del PIB este año se situaría algo por encima del 1,5%. El comportamiento del empleo es más satisfactorio en lo concerniente a los puestos de trabajo creados que a las horas trabajadas. Hay, en todo caso, varios factores que arrojan sombras preocupantes sobre su evolución futura. Por un lado, están las distorsiones de la contrarreforma laboral, que ciertamente ha laminado los contratos temporales pero a costa de reducir la duración media de los contratos indefinidos e inflar los contratos a tiempo parcial y los fijos discontinuos, un concepto cuántico que permite estar simultáneamente parado y empleado sin saber muy bien si se está en un estado u otro. Por otro lado, es inquietante el intenso crecimiento del empleo público durante estos años, llegando a alcanzar la mitad del empleo total generado en algunos periodos, Una parte del empleo creado, además, ha obedecido al afloramiento de economía sumergida para poder beneficiarse de los ERTEs y de las múltiples ayudas y subvenciones instrumentadas estos últimos años. En todo caso, según las estimaciones del consenso de previsiones, la creación de empleo en 2023 ya será insuficiente para reducir la tasa de paro por debajo del 13%. Huelga decir que un crecimiento futuro inferior al previsto para 2023 e incluso ligeramente superior, y no digamos ya una recesión por leve que fuera, agotadas las posibilidades de seguir creando empleo público y aflorar empleo sumergido, tendría consecuencias muy negativas para el empleo y el paro.
Parte del avance económico de estos años se ha conseguido a costa de pedir prestado, de comerse, parte de las rentas futuras
Los movimientos del subsuelo de la economía son más preocupantes. Como consecuencia de déficit presupuestarios desaforados, el tamaño de la deuda pública en proporción al PIB ha aumentado casi diez puntos desde 2019, más que en cualquier otro país de la Unión Europea, alcanzando el 113% en la actualidad. Esto significa que parte del avance económico de estos años se ha conseguido a costa de pedir prestado, de comerse, parte de las rentas futuras. Este nivel de deuda pública es claramente insostenible y más pronto que tarde, por las buenas o por las malas, llegará la hora del ajuste de cuentas y tendrá que corregirse a través de reducciones del déficit público.
Luego están las bases del crecimiento económico tendencial, esto es, la productividad total de los factores de producción y la intensidad con que se utiliza la oferta disponible de los mismos. Vaya por delante que estás bases ya eran débiles antes de la seria erosión que van a sufrir por las nefastas medidas adoptadas por este gobierno, como se explicará a continuación. Así, el PIB per cápita de 2021 era, en términos reales, prácticamente igual al de 2005, lo que indica el estancamiento del nivel de vida en estos diez y seis años. Los resortes que impulsan el avance de la productividad están gripados en comparación con los países más dinámicos de nuestro entorno. La estructura de la negociación colectiva, del subsidio de paro y los elevados costes efectivos del despido, así como las trabas regulatorias a la creación, disolución y aumento del tamaño de las empresas, entorpecen la reasignación de trabajo y capital a sus usos más eficientes. Por otra parte, la baja calidad de los sistemas educativo y de formación profesional limitan severamente el potencial productivo del capital humano y todo ello ralentiza la difusión de los avances tecnológicos. En cuanto a la intensidad de uso de los factores productivos, esto es, el ritmo de crecimiento del empleo y la inversión, además de los efectos negativos inducidos por las deficiencias mencionadas, se ha de señalar el impacto contractivo de los salarios mínimos y la estructura impositiva. Una estructura impositiva, a diferencia de la que prevalece en los países más dinámicos, con imposición sobre el consumo baja e imposición sobre el trabajo y el capital muy elevada, especialmente en el caso de las cotizaciones empresariales a la seguridad social. En otras palabras, tenemos impuestos indirectos relativamente bajos e impuestos directos relativamente altos, una combinación nociva para el crecimiento económico.
La contrarreforma laboral y la intensa subida del salario mínimo, así como la contrarreforma de las pensiones, empeoran el ya de por sí deficiente funcionamiento del mercado laboral
Si la debilidad de las bases del crecimiento económico era palmarla antes de esta legislatura, después del cúmulo de disparatadas medidas adoptadas por este gobierno es aún peor. Pasaremos de un crecimiento tendencial de la renta per capita nulo a un crecimiento negativo. La contrarreforma laboral y la intensa subida del salario mínimo, así como la contrarreforma de las pensiones, empeoran el ya de por sí deficiente funcionamiento del mercado laboral. En particular, la fuerte subida de cotizaciones sociales, mal nombrada reforma, reducirá apreciablemente la creación de empleo. La subida de impuestos a las empresas y al capital y sus rendimientos reducirá la inversión productiva. Como lo harán también las múltiples intervenciones efectuadas en diversos mercados.
Los movimientos del subsuelo terminan siempre afectando a la superficie y dominando la escena económica. La ausencia de reformas y las contrarreformas implementadas nos condenan al retroceso de nuestros niveles de bienestar. Nunca se puede descartar algún providencial acontecimiento que permita la pervivencia de la brecha entre la superficie y el fondo de la economía, por ejemplo el fin de la guerra de Ucrania. Pero el estado de nuestros cimientos económicos es tan deplorable que, sin las reformas necesarias para fortalecerlos, aún cuando se materializaran esos improbables eventos, el alivio sería rápidamente perecedero.
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