El comunicado en el que Mireia Boya explica su marcha del órgano de dirección de la CUP merece la posteridad por su valor de prontuario del MeToo. En primer lugar, la exparlamentaria cupaire dice haber sufrido un “episodio continuado de agresión psicológica”, sintagma tomado del argot médico-jurídico o acaso psicosocial, del que cabría inferir la existencia de un diagnóstico, sanción o cualquier otro dictamen que aspire a una cierta objetividad. A ello también apuntaría la expresión “gestión emocional complicada” [del daño infligido], tan “complicada”, de hecho, que la afectada precisa de inmediato que dicha “gestión” está “aún abierta”. Y, sin embargo, la frase que sigue desmiente la posibilidad de que los hechos hayan sido evaluados por nadie que no sea la propia Boya: “Así lo viví entonces y así lo siento ahora”. Y con ser sorprendente que una víctima de “agresión psicológica” aluda a ella mediante el verbo vivir, bien entendido que las agresiones no se viven, se sufren, más lo es que esa fraseología cuasi forense desemboque en un ‘al menos así me lo parece’.
Resulta pintoresco que alguien que milita en la CUP, que ha hecho del escrache al adversario una forma de vida, presente semejante catálogo de susceptibilidades
No hay en el texto rastro alguno del hombre que, al decir de los medios, protagonizó la agresión; a decir verdad, no hay rastro de ningún macho. A lo más que llega su autora es al deíctico “aquella persona”, que, por lo demás, parece coherente con los usos gramaticales de un partido cuyos militantes, también los de sexo masculino, se refieren a sí mismos como “nosotras”. Sólo sabremos que se trata de una agresión machista (hasta ese momento, bien podía ser un bullying, digamos, genérico) por el arranque del tercer párrafo: “Me marcho consciente de que dejo el reto colectivo de mejorar la gestión de las agresiones machistas”. He tenido que leerlo varias veces para esclarecer su significado, sin ningún éxito. Convengamos en que Boya sugiere que es esa “persona” quien debería abandonar el partido, o ser expulsada. Pero incluso ese punto se sirve al lector envuelto en bruma. El verdadero déficit, no obstante, tiene que ver con la máxima que empuja a Boya a hacer pública su acusación: “Lo personal es político”. Lo pintoresco que resulta, en fin, que alguien que milita en una organización como la CUP, que alienta y justifica los ataques a sedes de partidos rivales, que ha hecho del escrache al adversario una forma de vida, presente semejante catálogo de susceptibilidades.
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