Llevamos ya unos cuantos días con el foco puesto en el líquido elemento -Góngora dixit- a cuenta de su escasez en algunas ciudades de España. Porque, realmente, el agua solo escasea en zonas concretas; aunque a tenor de los telediarios, hubiese podido parecer que la pertinaz sequía estaba de vuelta. Como fuere que soy bastante indiferente al sensacionalismo habitual de la televisión, en esa indiferencia me encontraba, cuando un amigo me preguntó si la causa de esa pertinaz sequía podía ser un uso exuberante del agua para la producción hidroeléctrica. Esa pregunta me sacó de mi indiferencia y me puse a analizar cuál era la situación.
Producción hidroeléctrica
Lo primero que cabría examinar es el uso que hemos hecho de la mejor tecnología de que disponemos para la generación de electricidad. En 2023 hemos producido 25.273 gigavatios-hora (GWh), un 9,5% de toda la electricidad generada, que se sitúa en la media de los últimos 10 años.
Siendo este su uso y comprobado que no es excesivo, veamos, entonces, en qué nivel se encuentran las reservas. Según datos oficiales del Ministerio de Transición Ecológica, nuestros embalses acumulan un volumen de agua de 28.095 hectómetros cúbicos (Hm3), un 50,1% de la capacidad total. Aquí sí podemos apreciar un nivel algo más bajo que la media de los últimos 10 años, situada en el 57,9%. Sin embargo, aun reconociendo esa diferencia, no parece que estemos en un nivel crítico, habiendo sufrido históricamente etapas mucho más secas que la actual.
Analizando las diferentes demarcaciones hidrográficas, podemos identificar el problema en las provincias de Gerona y Barcelona, en la zona noreste; y en el sur y sureste peninsular, en Murcia, la Andalucía mediterránea y la cuenca del Guadalquivir. Curiosamente, en las zonas enumeradas apenas hay instalaciones hidroeléctricas. Si sumamos toda la capacidad de esa área alcanzamos un máximo teórico de 1.204 GWh, es decir, un 5,2% del total nacional.
Hay que abrir sin más dilación un debate público sobre nuestra estrategia energética y del agua
En este contexto, hay que buscar las responsabilidades por la escasez localizada de agua en otras razones diferentes al aprovechamiento energético: ¿Se está haciendo una adecuada gestión del agua? ¿Se podría estar abusando de los regadíos? ¿Son adecuadas y suficientes las infraestructuras existentes? En fin, cada uno sacará sus propias conclusiones, pero el Gobierno debería llevar a cabo un análisis nacional de la situación del agua en España, que incluya un enfoque prospectivo y ponerse manos a la obra, a la luz de las conclusiones.
Las desaladoras, planteadas como una posible solución, no parece estructuralmente lo más adecuada, al menos desde el punto de vista de su consumo eléctrico o del impacto ambiental de las concentraciones de sal que produce como residuo.
Hidrógeno y nucleares
Otra cuestión no menor que habría que abordar, y que ya apuntamos hace unas semanas en esta misma columna, es el impacto que puede tener la producción de hidrógeno verde a escala industrial en la estrategia nacional del agua. Recordemos que el hidrógeno verde, obtenido de la electrolisis del agua, es una actividad que la consume intensivamente (20 litros por kilogramo de hidrógeno).
Actualmente, los proyectos existentes, muy pocos y de reducido tamaño, son experimentales y por tanto con un consumo acotado. Pero si estamos dispuestos a producir una cantidad tan elevada como para exportar los excedentes a Europa, ¿qué cantidad de agua vamos a necesitar? ¿Tiene España una hoja de ruta del hidrógeno que internalice esta problemática? ¿Se está analizando el actual despliegue de energías renovables de manera transversal?
Recientemente, Portugal ha planteado una consulta pública sobre su plan de biometano combinado con hidrógeno, con el objetivo de minimizar el consumo de agua necesario para la producción de hidrógeno renovable, manteniendo una posición neutra en emisiones. ¿Tenemos una estrategia nacional del agua paralela y vinculada al desarrollo del hidrógeno?
Las decisiones que ahora se tomen desplegarán sus efectos, para bien o para mal, cuando los responsables de éstas ya no estén en el poder
Hay mucho trabajo por delante y muchas decisiones que tomar, lo que nos debería abocar, sin más dilación, a abrir un debate público sobre nuestra estrategia energética y del agua. Las diferentes alternativas requieren de grandes plazos de tiempo y cuantiosas inversiones; y las decisiones que ahora se tomen desplegarán sus efectos, para bien o para mal, cuando los responsables de éstas ya no estén en el poder. Además, la elección de una u otra alternativa puede ser de difícil reversión.
Valga como ejemplo el plazo programado -precipitado desde mi punto de vista- para el cierre y desmantelamiento de las centrales nucleares, sin todavía tener consolidado el modelo renovable. ¿Qué ocurrirá si cerramos las nucleares y no tenemos desarrollada su alternativa energética? ¿Qué ocurrirá si esa alternativa no es viable porque no hay agua suficiente? ¿Qué ocurrirá si, aun así, se decide seguir adelante con un modelo basado en renovables e hidrógeno?
Francisco Ruiz Jiménez ha sido consejero y miembro del comité de dirección del grupo REDEIA