Siempre he pensado que los secesionistas catalanes respirarán tranquilos un día que nunca llegará. Se trata de ese imposible amanecer en el que el español sería erradicado de Cataluña y ellos se comunicarían con el resto de España y del mundo… ¡en inglés! Como si fueran holandeses. Pero ocurre que son españoles por multitud de razones. Y una de las más tangibles es que —prácticamente todos, como lengua materna o lengua aprendida, a regañadientes o no— son hispanohablantes. De hecho, según el propio Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat), el 95% de los habitantes de Cataluña considera que habla bien español y solo el 65,1% considera que hace lo propio en catalán. Lo anterior los diferencia radicalmente de los holandeses: estos no pueden sino aprender una lengua mayor para hablar más allá del vecindario. Pero los catalanes ya poseen una de las tres megalenguas mundiales y eso les rompe el esquema de liberación lingüística y extrañamiento. El español les es propio y les es útil. Y esto ha estallado a plena luz del día en la muy calvinista Ginebra.
Dada la condición feroz y tramposa de los españoles, a los secesionistas no les queda otra opción que recurrir a verificaciones y mediaciones de terceros mediante… ¡un salvadoreño!
Todo en Ginebra parece calculado por los separatistas catalanes para montar un escenario en el que España quedaría humillada como Estado democrático y ajena en todo al cuerpo catalán. Veamos. Se monta fuera del país y en una ciudad en la que se resuelven asuntos entre naciones. En el tinglado, España queda como una suerte de Farc que agravia una noble y vieja nación que solo exige —para preservar sus altas esencias únicas— autodeterminarse pacíficamente. Dada la condición feroz y tramposa de los españoles, a los secesionistas no les queda otra opción que recurrir a verificaciones y mediaciones de terceros mediante… ¡un salvadoreño!
Cuando se negocian cuestiones delicadas, la precisión y cada gesto son fundamentales. Por ello —apuesto lo que quieran— me atrevo a asegurar que Junts, el PSOE y el verificador no están negociando en inglés o en español y catalán a través de pinganillos. No, detrás de esas puertas cerradas, cuando no hay que dar el espectáculo absurdo de la artificial división, todos volvemos a la lengua común. Propia y común. E indispensable para que los que hablan lenguas menos difundidas puedan mantenerlas en sus ámbitos y, a la vez, hacerse entender más allá de la comarca.
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