Opinión

La globalización del terrorismo de Hamás

Es probable que el pueblo judío esté viviendo el momento más difícil desde la Segunda Guerra Mundial. Manifestar cercanía con la identidad judía y con el Estado de Israel en estos tiempos de cólera sentimental desata

Es probable que el pueblo judío esté viviendo el momento más difícil desde la Segunda Guerra Mundial. Manifestar cercanía con la identidad judía y con el Estado de Israel en estos tiempos de cólera sentimental desatada, que celebra abiertamente el linchamiento de judíos en todo el mundo, es un ejercicio de higiene moral. Por qué se decide callar y mirar hacia otro lado ante la barbarie de las masacres del 7 de octubre es una incógnita que nuestras élites y las Instituciones internacionales tendrán que responder cuando el juicio y la cordura termine por imponerse. Enfrentamos un mundo post holocausto que se lava la conciencia recordando, una vez al año en homenajes enlatados, a los judíos muertos hace 75 años, mientras niega, ignora o ningunea a los civiles israelíes decapitados, violados, torturados, quemados vivos o secuestrados hace poco más de 100 días. Un mundo indiferente al terror glorificado bajo el disfraz de la resistencia y de unas protestas altamente disruptivas por todo el planeta que ocultan una agenda global profundamente perturbadora. Hasta qué punto los que ven en la fusión entre “liberación” y “descolonización” entienden que gritar “Allahu akbar”, “revolución de la intifada” o “del río al mar” son consignas que sirven a la agenda de los Hermanos Musulmanes, al negocio de una causa palestina tóxica que pide vaciar de judíos el Estado judío, y a otras agendas revisionistas radicales, que exportan al Occidente que odian el sectarismo y la violencia que idolatran en sus sociedades tercermundistas. Discursos radicales que unen desde los desposeídos del llamado Sur Global a los privilegiados woke del mundo capitalista, en esa idea de una Palestina idílica que trasciende fronteras, que cree que representa a todos los marginados del mundo y que, en realidad, es una idea desestabilizadora que aglutina a lo más canalla, resentidos y nihilistas. Con consignas vacías y valorando la violencia como modo de vida, en lugar de liberación, encuentran en Israel el canario en la mina que agita el odio contra la resiliencia, el éxito, la libertad y la supervivencia en un entorno hostil.

La palestina es una sociedad enferma que celebra la muerte, y por eso es inviable que Israel pueda permitir que se cree cualquier tipo de Estado a su lado que ponga de nuevo en riesgo la seguridad de sus ciudadanos

Lo escribía en 2009 George Gilder, en The Israel Test (La prueba de Israel). El autor, que ni es judío ni tiene ningún vínculo con Israel, señala la irracionalidad de la judeofobia, y aunque exagera en la apreciación de que las personas que admiran el éxito tienden a ser ricas y pacíficas y tener sentimientos positivos hacia Israel – intuyo que Susan Sarandon y Roger Waters no se han leído el libro -, sí observa que el resentimiento violento es un activo en el gran juego de las naciones que buscan la desestabilización del Occidente liberal y basado en unas normas que cuestionan. Un Orden basado en reglas frente a la anarquía de lo imprevisible. Una ética con deficiencias frente a deficiencias con algún punto de ética.

La palestina es una sociedad enferma que celebra la muerte, y por eso es inviable que Israel pueda permitir que se cree cualquier tipo de Estado a su lado que ponga de nuevo en riesgo la seguridad de sus ciudadanos. Y como lo único que se vislumbra en el futuro próximo son colchones de seguridad en torno a Gaza, Cisjordania y la frontera norte con Líbano y Siria, el engendro de la causa palestina, internacionalizada por unos gobernantes que blanquearon a Arafat y revitalizaron a unos criminales para limpiar la conciencia de una Europa con un pasado ingrato, busca redefinir las fronteras de Israel, empujando a las potencias mundiales a alumbrar una fantasía patológica que no reconozca el derecho a la soberanía y existencia de Israel. La globalización del terrorismo de Hamás, con Khaled Mashal al frente, lleva tiempo enviando mensajes muy nítidos en los que rechaza la solución de los dos Estados, por más que las almas cándidas, como el presidente norteamericano Joe Biden o el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, insistan.

Y en un momento de mayor desesperación, surge también la esperanza. El espectáculo de La Haya pasará a los anales del Derecho Internacional como el acontecimiento más deleznable en la historia de un Tribunal que nació con un propósito justo. La acusación de cometer genocidio y la causa abierta por Sudáfrica contra Israel ante la Corte Internacional Penal de La Haya es, no obstante, una ventana de oportunidad para demostrar que la violencia palestina es endémica, por más que se les siga recompensando. La causa abierta es endeble jurídicamente, y va a servir para desacreditar y desactivar la propaganda contra Israel. Destapar las conexiones de las organizaciones internacionales y el respaldo de los poderosos grupos de presión y agentes internacionales que apoyan el imperio global del cártel Sociedad Palestina S.A., va a producir frustración y vértigo en una comunidad internacional que no esconde ni su frustración por un pasado antijudío que no termina de resolver, ni el vértigo de perder el control de un conflicto que reporta muchos beneficios.

A pesar de las pruebas y las evidencias, hay quienes siguen negando la magnitud y la intención de fondo de las masacres perpetradas el 7 de octubre con la complacencia de una población deshumanizada y sin frenos morales

Hay una obsesión compulsiva por señalar a Israel. Pero fue Hamás quien cometió crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad, y es fácilmente comprobable desde el punto de vista jurídico. A pesar de las pruebas y las evidencias, hay quienes siguen negando la magnitud y la intención de fondo de las masacres perpetradas el 7 de octubre con la complacencia de una población deshumanizada y sin frenos morales. Israel no tiene que preguntarse si actuó bajo la ira tras el 7 de octubre. Tampoco si sentirá vergüenza por cumplir la promesa de Seguridad que exigen sus ciudadanos, intentando neutralizar de forma permanente la amenaza que supone Irán a través de sus proxys. La intencionalidad de los actos inhumanos que cometió Hamás el 7 de octubre excede a cualquier tipo de racionalidad. No hay ninguna víctima palestina a la que Israel haya sometido nunca a tal grado de salvajismo. Por eso, los que tienen que preguntarse por qué apoyaron a los terroristas de Hamás y por qué no sintieron vergüenza son los que disfrazan el apoyo a la causa palestina con la deshumanización de un país que sólo quiere ser uno más en el concierto de las naciones civilizadas.

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