Ningún gobierno está preparado para vivir en una crisis perpetua. Este, a lo que se ve, siquiera para liderar la gestión de una excepcional pero prevista nevada. El Gobierno de Pedro Sánchez se diseñó pensando en neutralizar a Podemos y que el PSOE recuperara la condición de partido hegemónico de la izquierda, ahuyentando el riesgo del sorpaso y devolviendo a los de Pablo Iglesias al nicho que ocupara en su día Julio Anguita. Y en ello estaba Sánchez, reconquistando al de Galapagar espacios desde la ortodoxia pre Suresnes, cuando al muy profesional ejercicio de ficción seriada diseñado por Redondo para convertir al amo en líder mundial, se le vino encima la cruda realidad, el día a día, los imprevistos o como diablos se quiera denominar a lo que viene siendo la puñetera vida misma.
Si algo ha quedado claro en este año largo de irregular coexistencia es que el populismo es fuente permanente de inestabilidad y productiva fábrica de ineficacia
Hasta el incordio de la pandemia, a Sánchez las cosas le rodaban según lo previsto: la calamitosa situación de la oposición, y el retroceso de Podemos en las elecciones de noviembre de 2019, convirtieron el fracaso del PSOE, a tenor de las expectativas que sirvieron para justificar la repetición electoral, en una oportunidad para abordar el gran acuerdo nacional que tiene pendiente este país. Sin embargo, la inteligencia ratonera del mago de La Moncloa se impuso a lo que en otras latitudes más refinadas habrían llamado sentido común. De tal modo que con lo que nos desayunamos el 30 de diciembre de aquel año fue con el anuncio de una coalición progresista exprés que, siendo en realidad el ejercicio forzado -que no forzoso- de dos perdedores, nos fue presentada por la vía de urgencia, sin dar opción a debate interno alguno, como uno de esos virajes históricos que se han de aprovechar para construir un esplendoroso futuro.
Lo que queda del ‘Robin Hood vallecano’
Lo que no podían prever los firmantes de un pacto inconveniente, pero de mutua conveniencia, es que transcurrido algo más de un año de aquella componenda, que sorprendió a tirios y troyanos, a Calvos, Lastras y Ábalos, y a medio mundo civilizado, es que un inoportuno compañero de viaje denominado covid-19 iba a desnudar impúdicamente las debilidades estructurales del país, alterando de forma abrupta la pirámide de prioridades y necesidades, y desplazando de la escaleta de los telediarios la formidable agenda social que preparaba el más progresista de los gobiernos del planeta. Aun así, con su extraordinaria capacidad para la adaptación, el imaginativo equipo del presidente se impuso la tarea de convertir, con encomiable alarde propagandístico, el desastre en oportunidad. Objetivo, dicho sea de paso, todavía no descartado. Milagros de la resiliencia (y de la ocupación del espacio informativo).
El enfrentamiento más crudo se produce entre los que aún tienen mucho que perder y aquellos que han sobrepasado con creces su nivel de incompetencia
Sucede, sin embargo, que si algo ha quedado claro en este año largo de irregular coexistencia, es que el populismo, representado por un sector del Gabinete ministerial, no sólo es fuente permanente de inestabilidad, sino sobre todo productiva fábrica de incompetencia. Incompetencia, por cierto, que la propaganda no sólo no consigue tapar, sino que acentúa, por cuanto detrae ingentes recursos de otras áreas de gestión, aunque no siempre seamos capaces de advertirlo. Incompetencia en parte derivada del esfuerzo de imposible conciliación al que Sánchez somete a las dos tribus de su Gobierno. Porque por mucho que lo vistan de ejemplar modelo de contraste de pareceres, la realidad, siempre la tozuda realidad, es que un equipo en el que no hay posibilidad de entendimiento en cuestiones básicas como el modelo de Estado, las líneas maestras de una política económica compatible con las exigencias de Bruselas, o el muy relevante asunto del reparto de los fondos europeos, no es un equipo. Un Gobierno bifronte enfrentado en asuntos tales como la reforma de las pensiones, la fiscalidad, la monarquía parlamentaria, las prioridades en política exterior e incluso en políticas de igualdad, no es un Gobierno.
Este es un Gobierno inservible no porque no cuente con algunos gestores de contrastada capacidad, sino porque no es el que, en esta coyuntura, necesita el país. Podrá aguantar largo tiempo, porque sus líderes no parecen muy partidarios de la autodestrucción, pero no sirve. Ni siquiera la hipótesis argumental más benévola para Sánchez, esa que proyecta hacia fuera un noble pulso interno entre pragmáticos y populistas, da ya para esconder la debilidad de un Gabinete cuyos actores más fiables son sometidos a permanente escrutinio revisionista, y en el que el verdadero enfrentamiento se produce entre los que todavía tienen mucho que perder -o que ganar (Calviño, Escrivá o Robles)-, y aquellos otros que viven de contraprogramar a los citados (y de mantener esa pose, ya inverosímil, de Robin Hood vallecano), demostrando, día sí, día también, haber sobrepasado con creces su nivel de incompetencia (The Peter Principle).
La Postdata
Transcribo a continuación, para aquellos que siguen relativizando la gravedad del asalto del Capitolio, el mensaje de un buen amigo que sabe de lo que habla, alarmado ante tanta desmemoria: “Mucho analista en las páginas de la prensa hablando del asalto al Capitolio de EEUU y ninguno recuerda la larga tradición fascista y pronazi de un sector de la sociedad norteamericana. Roosevelt se las vio y se las deseó para entrar en la Segunda Guerra Mundial. Henry Ford era nazi y financió el partido nazi alemán, y si los japoneses no atacan Pearl Harbor, cosa que sabía el servicio secreto norteamericano, todavía tardan más en combatir a Hitler. Trump no es coyuntural ni fruto de la casualidad. McCarthy tampoco lo era”.
Dicho queda.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación