Opinión

Gobierno fracasado, Estado colapsado

La emergencia que nos agobia es de carácter existencial y si no lo entendemos y nos acomodamos, nos arrastrará

A lo largo del insoportable sexenio sanchista, la lista de tropelías de los sucesivos gobiernos encabezados por el que Santiago González define con cruel precisión como “el psicópata”, se va haciendo tan larga como inaudita: una moción de censura basada en una frase extemporánea en una sentencia judicial, una mayoría construida sobre la conjunción maligna de todos aquellos que desean liquidar a España como Nación y reemplazar el sistema de libre empresa, base de nuestra prosperidad y de nuestra pertenencia al espacio de integración europea, por un colectivismo totalitario y empobrecedor, una política internacional alineada con populismos destructivos, tiranías hostiles y narcodictaduras, una presión fiscal que ha alcanzado los límites de lo confiscatorio, un gasto público desbocado y un endeudamiento suicida, la reducción de nuestro sistema educativo a una fábrica ideologizada de analfabetos funcionales, la compra innoble e inconstitucional de apoyo parlamentario con amnistías vergonzosas de golpistas condenados, confesos y contumaces, la colonización descarada de órganos constitucionales y organismos reguladores, el anuncio de una reforma de la financiación autonómica que triture el principio de solidaridad entre territorios y ciudadanos, la utilización descarada del poder para convertir los despachos de la Moncloa en centros de tráfico de influencias y turbios negocios del entorno familiar inmediato del titular del Ejecutivo, la incapacidad criminal de prevenir primero y remediar después la más terrible catástrofe natural acaecida en nuestro país desde la Transición  y, como colofón de este itinerario de pesadilla, el descubrimiento de que una trama de corrupción tan extensa como intensa se ha instalado en la presidencia del Gobierno y en diversos ministerios con el fin de saquear el erario y establecer oscuras conexiones con la cleptocracia venezolana.

Un camino de salida

Ante este panorama desolador, cuyas causas remotas y próximas han sido objeto de abundantes análisis que sería ocioso repetir, surge en estos días un interrogante angustiado: ¿dónde está la oposición? ¿qué propone el partido que representa, por lo menos sobre el papel, la alternativa al desastre en el que estamos inmersos? ¿cuál es el diseño de otra España, una España digna de su formidable pasado, acorde con su enorme potencial hoy ahogado por una combinación letal de incompetencia, venalidad y sectarismo? ¿qué ventana se abre a la esperanza por parte de un liderazgo firme y valiente que ofrezca un camino de salida a tanta decepción, a tanta traición y a tanta vileza? ¿por qué no resuena vibrante e irresistible una llamada apasionada y elocuente a liberarnos del corsé asfixiante con el que nos aprisionan nuestros enemigos y a movilizar las energías saludables que aún anidan en las entrañas de nuestra sociedad?

Se requiere la articulación de una ofensiva conceptual, intelectual y moral de largo alcance y de enorme dimensión, la puesta en marcha de una reacción colectiva imparable acompañada de una estrategia de comunicación de arrasadora efectividad

Afirmaciones como la de que el Estado de las Autonomías ha funcionado tras el espectáculo lamentable de la ineficacia, las culpabilizaciones mutuas y el caos absoluto que siguió a la tragedia provocada por la DANA en Levante no ayudan a que la ciudadanía confíe en sus representantes y vea verosímil un cambio a mejor. No será el encadenamiento monótono de lugares comunes en declaraciones frías leyendo un papel preparado por un gabinete de burócratas de partido ni las ofertas de disponibilidad pasiva ni la inacción a la espera de que el adversario se cueza en su propio caldo nauseabundo, los que saquen a los votantes de izquierda de su empecinamiento hipnotizado. Hay que convencer y entusiasmar, hay que despertar y motivar, hay que atraer y seducir, y nada de eso se consigue con un léxico gris, un lenguaje corporal rígido y un tono de tediosa sobriedad. La expresividad del discurso y la pasión en la transmisión de las ideas han de ser acordes con la externa gravedad de la situación en la que nos encontramos. Frente a la absoluta carencia de escrúpulos, a la inmoralidad galopante, a la mendacidad sin cortapisas, no basta una actitud de mera resistencia más o menos indignada, se requiere la articulación de una ofensiva conceptual, intelectual y moral de largo alcance y de enorme dimensión, la puesta en marcha de una reacción colectiva imparable acompañada de una estrategia de comunicación de arrasadora efectividad. La emergencia que nos agobia es de carácter existencial y si no lo entendemos y nos acomodamos, nos arrastrará, como las aguas embravecidas que desbordaron los barrancos valencianos, hacia la devastación, la descomposición y la muerte.

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