Nada nos puede quitar la sensación de estar gobernados por unos adolescentes. Con la sanidad en colapso, a falta del instrumental básico para abordar la pandemia, desde mascarillas a batas que se sustituyen por plásticos, el presidente y su cuadrilla de pandilleros, siguen llenándose la boca afirmando que tenemos “la sanidad mejor del mundo” (sic). Así como lo oyen, con la misma facundia que usábamos en el bachillerato para competir sobre quién era el mejor futbolista “del mundo”, el ciclista más rápido “del mundo”, el boxeador más mortífero “del mundo”. Pero entonces teníamos diez años a lo sumo y nadie nos había encargado dirigir el país, ni siquiera el aula desvencijada y maloliente.
Grandilocuencias aparte, estamos sufriendo una catástrofe y los jefes de la administración pública van por la vida siempre con retraso. Lo que ordenan hoy tenían que haberlo hecho ayer porque de ellos son el mando y los recursos. Los muertos y los afectados aumentan exponencialmente y ellos siguen en el debate sobre si son galgos o podencos. Si escribimos la verdad cotidiana se nos amenaza por catastrofistas, nuevo modelo de insulto que intimida tanto a muchos como nos da valor a otros. “Hay que decir mentiras positivas”, como si fuera posible tal mezcla contradictoria, a menos que se aplique a la política. No se dan cuenta de que ahora la política hace de música de fondo a una realidad que no requiere paliativos. ¿De qué le sirven a la gente las grandes palabras cuando los hechos vienen a echarlas por tierra en la borrascosa quietud de la soledad obligada? El señor Sánchez sigue en su charanga de salvar la legislatura. En su cortedad adolescente no percibe que está en juego el sistema, no un apaño parlamentario.
Millones de parados, de familias sin mañana, no se tranquilizan cuando les prometen que el Estado correrá a cargo del pan con nocilla. La gente, si se subleva porque le falta el pan, no se conforma con que abran las panaderías: quiere más, y si se trata de riesgos, hay que apostar más alto. Estamos acumulando ira y eso no se rebaja con paracetamol. Cualquier frivolidad puede generar una revuelta, que es lo que pasa cuando el presente es áspero y el futuro no se espera. De poco importa que María Antonieta no dijera nunca que si faltaba el pan podían comer rosquillas, porque la idea estaba ahí: no se pueden buscar sucedáneos cuando la indignación amenaza arrasar con todo.
Lo cierto es que los Borbones han tenido una querencia obsesiva hacia el dinero, las faldas y la traición, con apenas excepciones"
Ahí tenemos al rey emérito, el inoportuno que siempre aparece cuando más conviene que se haga de piedra. Nosotros nunca hubiéramos tenido el eco de un diario anglosajón que es quien dio la noticia de los pagos millonarios del Rey -entonces lo era- a su querida. Y no porque algunos no escribiéramos los negocios de su Majestad, su afán por acumular dinero libre de pagos, haciendas e intereses. Jesús Cacho lo recordaba aquí hace unos días, yo lo sufrí en forma de censura editorial e indignado rechazo de los comentaristas, cuando no con el ominoso silencio. Reproduje la carta del secretario del Sha de Persia en la que recogía favorablemente la petición, firmada de puño y letra por Juan Carlos de Borbón, de diez millones de dólares -de los de 1977- para “combatir al comunismo”. Nadie se escandalizó; unos porque estaban en el secreto y los otros en la cobardía. ¿Habrá que repetir lo que escribimos sobre la responsabilidad Real en el golpe del 23-F? Se vio obligado a desactivarlo porque se dio cuenta demasiado tarde que había derramado gasolina en el fuego y que en ello le iba su cabeza, y nosotros hicimos como que no nos enterábamos, para poder salvar el culo. Está escrito en 2009 y ni hubo ni habrá desmentidos.
Y ahora, en plena catástrofe, un diario británico, el The Telegraph, nos informa del regalo multimillonario del Emérito a su querida. Saldrán los descerebrados de Abascal alegando que estamos ante la última treta de la Pérfida Albión contra los galeones españoles. Lo cierto es que los Borbones han tenido una querencia obsesiva hacia el dinero, las faldas y la traición, con apenas excepciones. Pero esto de ahora es como un disparo en el concierto, más exactamente en un funeral. Si viviéramos en una sociedad consolidada no tendría otra salida que la cárcel o el destierro, pero hay demasiados intereses y demasiada mierda acumulada como para que las cosas vayan más lejos. Le quitan la asignación mensual, graciosa medida, como quien retira la paga extra al financiero que se ha quedado con el capital. Están en el borde de la catástrofe, y el virus, el suyo, está clasificado y no tiene cura, viene de familia y figura en el ADN. Se le acabó la mecha y la medicina, ahora toca esperar que explote o que se muera, pero para vergüenza de nuestra empoderada sociedad democrática no somos nosotros sino los banqueros suizos los que levantaron la esquina de la alfombra. Lo nuestro es el silencio que viene de lejos, de décadas de practicarlo en la mayor impunidad. Cuanto más silentes más demócratas, aseguran. El silencio de su hijo Felipe VI, en su tardío y pastoso discurso de ánimo, llevaba la marca de la casa.
No vendría mal que se aplicara el clamor popular de devolver los robos al Estado restituyéndolos en forma de material sanitario. Empezando por el Emérito y seguido a unos pasitos por la familia Pujol en pleno"
No vendría mal que se aplicara el clamor popular de devolver los robos al Estado restituyéndolos en forma de material sanitario. Empezando por el Emérito y seguido a unos pasitos por la familia Pujol en pleno. Sería tanto como aplicar el antiguo grito del cínico –“a partir de ahora de honor y de honradez hablaremos nosotros”, que pronunció el Honorable President ante las masas ovejunas- y hacerlo extensivo como una catarsis política. No aliviaría las penas de una población condenada a confinamiento, pero al menos les otorgaría un aliciente bastante más benéfico para su salud mental que hacer largos en el pasillo y flexiones en el cuarto de baño.
De momento hay que escoger entre decirnos mentiras y sonreír con los chistes de las redes o asumir que nos están engañando, que no otra cosa es ocultar la verdad, como si fuéramos otros adolescentes como ellos. Entretanto, encajar esas estadísticas que parecen diseñadas por Tezanos y emocionarnos con el serial diario de que los ricos también lloran, aunque menos que esa “Tercera Edad” sumida en la evidencia del fin de una época. Comenzará otra en la que no seremos sino sombras, paisajes. ¡Y eso que íbamos a cambiar el mundo! Conformémonos con que nos cambien las sábanas. No es pesimismo, ni catastrofismo. Es conciencia sin futuro. Somos presentistas por falta de otra cosa.