España está en estado de alarma y su presidente, en estado de shock. Carmen Calvo nos desveló la existencia de un Pedro Sánchez bifronte. El de antes de Moncloa y el de después. Un político con dos caras. Tan distintas, tan opuestas. Pero hay un tercero. Lo hemos descubierto esta semana en sus comparecencias por el virus. El martes le temblaban las piernas. El jueves parecía un zombi. El viernes seguía aterrado. Un presidente pasmado y conmocionado. Con el rostro oscuro y descompuesto, aferrado siempre a unos papeles de prosa espesa, desgranaba, bien medidas económicas estériles, bien un estado de alerta por concretar. El aventurero sin escrúpulos, el gran truhán por antonomasia, se mostraba incapaz de mantener firme la mirada frente a la pantalla y dirigirse, con sincera determinación, a un país encogido y espantado.
Ni una referencia sincera a los casi cien fallecidos, ni una mención de afecto a los cuatro mil contagiados, ni una palabra de ánimo o consuelo a las centenares de familias dolientes. Ni una frase de esperanza creíble a un país al que hasta hace una semana tuvo engañado. "Compatriotas, al virus lo pararemos unidos", fue lo más épico que logró deponer frente a la pantalla. "El heroísmo también es lavarse las manos", fue otro de sus aciertos. Hasta las vísperas del 8-M feminista, la epidemia era un cuento chino, una fábula oriental. Repentinamente, el lunes nos topamos en la antesala de la catástrofe.
A la oposición democrática le habían calzado el bozal de la extrema derecha. Maniatados y demonizados, Casado no crecía y Vox no sumaba
Sánchez se manifiesta en estado catatónico. El virus ha embestido con una fuerza desmesurada, con una brutalidad de cataclismo bíblico. No es un presidente para esta crisis. No está preparado para gestionar una situación de este calibre y estas características. Sus recientes comparecencias públicas, incluida la del estado de alarma, apenas despejaron la angustia general.
Sánchez tenía un plan, una estrategia vencedora, pero le han cambiado el guión y está perdido. Había diseñado un Ejecutivo hipertrofiado, poco profesional, demagogo y gritón para solventar su investidura, aprobar el techo de gasto, y sacar adelante los presupuestos...de ahí a la eternidad. Una legislatura al caletre y quizás otra en puertas. No hacía falta gestión, ni buen gobierno, ni administración aseada. Bastaba con arrojar a su grey enormes toneladas de carnaza ideológica de lo más pedestre, la ley del sexo, la memoria histórica, el ministerio de la Verdad, el diálogo con los separatistas, el referéndum, la amnistía a los golpistas... Todo iba a ser plácido y cómodo. Sin contratiempos. A la oposición democrática le habían calzado el bozal de la extrema derecha. Maniatados, vilipendiados y demonizados, Casado no crecía y Vox no sumaba. Todo perfecto en una estrategia diseñada al milímetro para eternizarse en la Moncloa.
Ni siquiera la brújula de Iván Redondo fue capaz de prevenir los síntomas del apocalipsis. Italia advertía pero nadie la escuchaba
El mundo ha dado un vuelco infernal en ocho días. Ni siquiera la brújula de Iván Redondo fue capaz de olisquear los síntomas del apocalipsis. Italia advertía pero nadie la escuchaba. Estamos ante la mayor crisis sanitaria de los últimos cien años y el Gobierno apenas da señales de vida. Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, ha sido la primera en reaccionar, pese a las zancadillas que le lanzaban desde Moncloa.
Pretende ahora Sánchez transmitir una cierta idea de unidad de acción en torno a su persona, por el bien de España. Demasiado tarde. Ha dedicado su mandato a hostigar a las fuerzas democráticas para entregarse a un acuerdo inaudito con los separatistas y populistas. Se acabó el tiempo. Game over. Este Gobierno de diletantes, esta coalición de amateurs, este Ejecutivo desbordado de sectarismo y de soberbia, no puede hacer frente a la hecatombe. Ya nos gustaría, pero se antoja una imposibilidad irrebatible.
El debate no es, como algunos pretenden, si PP y Cs apoyarán los presupuestos de Sánchez. La única salida razonable pasa por enviar a su casa a esta amalgama de pancarta y eslogan que tenemos por Gobierno, incapaz de afrontar estos tiempos del cólera y pactar una salida de emergencia democrática, con el respaldo de técnicos y expertos. Una coalición PSOE, PP y Cs. Lo que debió concretarse antes de la investidura.
Bien venido sea, aunque tardío, el estado de alarma. Y lo que haga falta. Hay que mirarle al monstruo a la cara y combatirlo sin piedad. Este ha de ser un empeño de todos, toda una nación unida en un esfuerzo de patriótica supervivencias. Sánchez no es la persona para liderar esta batalla. Está entregado a los pánicos e las tinieblas y al miedo ante la conciencia de su propia ineptitud. Ojalá nos equivoquemos.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación