La búsqueda de la felicidad y los cien días de gracia son tradiciones anglosajonas de escasa raigambre entre nosotros. Con el nombramiento de Dolores Delgado como fiscal general, Pedro Sánchez ha dinamitado la segunda. No puede haber periodo de tregua con un nuevo Gobierno que aterriza del brazo de la designación al frente del Ministerio Público de la fiscal más controvertida ("información vaginal, éxito asegurado") de los últimos años. Nunca ocurrió tal cosa. Una diputada socialista pasa de la cartera de Justicia a la jefatura de los fiscales en un tránsito de 24 horas. La sombra de Garzón, el grande, y de Villarejo, el comisario, sobrevuelan en forma inquietante y casi tóxica sobre esta designación.
Una provocación para algunos. Un disparate para otros. "Estupor", "disgusto", dicen las asociaciones de fiscales. Jamás ocurrió cosa semejante. Sánchez en estado puro y superlativo sin empacho alguno en mostrar sus cartas. "Desjudicializar la política" era el objetivo anunciado, el acuerdo alcanzado con los separatistas. Ahí está. La política por delante de la Justicia. O por encima. La Justicia, mancillada, y el Estado de derecho, en la UVI.
Todos tranquilos, menos en Zarzuela, que se iban enterando de las novedades por guasap o por la prensa. Una muestra más de la obsesión patológica de Sánchez hacia la Corona
Durante el fin de semana, Sánchez había inoculado a la opinión pública unas dosis homeopáticas de tranquilina mediante el inteligente goteo de nombramientos prudentes y razonables. Un Escrivá para las pensiones, una Laya, "Spain is back", a Exteriores, Calviño sigue en Economía... técnicos de sólida trayectoria al objeto de serenar a Europa y pagar las pensiones. Eso sí, un gobierno nada 'bonito', de ilustres desconocidos, despojado de Huertas y otros adornos restallantes, y de un tono gris naval, muy adecuado para los tiempos de crisis. Todos tranquilos con los fichajes salvo en Zarzuela, que se iban enterando de las novedades por guasap o por la prensa. Una muestra más de la obsesión patológica de Sánchez hacia la Corona.
Podemos, de esta forma, quedó aislado en el seno del nuevo Ejecutivo. Cinco carteras de atrezzo anuladas por otras tantos ministros del PSOE para ejecutar funciones similares. A cada nombramiento, el Gobierno rojo/morado se hacía más bermellón. Iglesias perdía fuste y Sánchez ensanchaba sus poderes. Se llegó casi al ensañamiento con la juez Victoria Rosell, que aspiraba al departamento de Justicia y se ha quedado en ama de llaves de Irene Montero como delegada de Violencia de Género.
Tras las humillaciones ante el matonismo de Bildu, ERC y Podemos, Sánchez pareció reencarnarse en un presidente democrático y respetuoso de los valores constitucionales
Teníamos, pues, un Gobierno feo pero sensato, un Podemos domesticado y, para redondear, una apacible sensación de calmachicha, unos golpistas despojados de sus escaños, tanto en Bruselas como en Cataluña, merced a sendas iniciativas de la Junta Electoral Central avaladas por el Tribunal Supremo. Tras la galerna apocalíptica de la investidura, tras las humillaciones ante el matonismo de Bildu, ERC y Podemos, Sánchez parecía encarnarse en un presidente democrático y respetuoso de los valores constitucionales.
Vuelta al engaño
El domingo se rompió el embrujo y se evaporó la farsa. Sánchez asomaba de nuevo su negra patita, su faz más tenebrosa, al anunciar que se entrevistará con Torra porque su sentencia "aún no es firme". Una falacia que ignora lo dispuesto por la JEC y por el propio Supremo. Una señal inequívoca de que nada había cambiado. Vuelta al engaño y a la trampa.
El giro se completó con el inasumible nombramiento de Dolores Delgado. Del escaño socialista y del ministerio de Justicia a la jefatura de los fiscales. Indultos, excarcelación, referéndum, autodeterminación... las decisiones políticas y judiciales más trascendentales que nos falta por recorrer pasan, inexorablemente, por la Fiscalía. La estruendosa designación eclipsó al Gobierno. Ni las insignias de antifachas de Iglesias-Garzón, tan ridículos, ni el travieso iPad de Duque, el ministro marciano, ni el mitin de la comunista Díaz, titular de Trabajo, merecieron la atención que el caso merecía. No siempre se nombra un Gobierno integrado por 22 elementos/as.
Lo de Delgado arrasó con todo. El Gobierno prosaico se transformó, por mor del aterrizaje de la dama fiscal, en el Gobierno más feo e incalificable de cuantos tenemos memoria. Sánchez hace bueno lo de Virgilio: "Vivimos en un Estado en el que se confunde lo lícito y lo ilícito". Y esto no ha hecho más que empezar. Nada de cien días: átense bien las bridas que llega Delgado.
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