Opinión

González, al servicio del sanchismo

Más que un homenaje por la victoria del 82, les ha salido un acto cargado de necrofilia ideológica

Los hechos importan. En 1982 los españoles veían al PSOE como solución, hoy lo ven como problema. No se puede ignorar ese dato en el 40 aniversario de la victoria socialista. Todo el montaje del Palacio de Congresos de Sevilla ha estado orientado a transmitir que Pedro Sánchez representa al PSOE de Felipe González. Pero han logrado más bien destacar las ausencias, la de Alfonso Guerra especialmente. Los guionistas del acto han pretendido que los electores que se alejan del PSOE olviden sus pactos y cesiones, que les repugnan, pero la imagen del expresidente en el escenario les lleva a compararlos con los Pactos de la Moncloa y los que condujeron a la Constitución.

Días antes, González había acusado de sectarismo a quienes olvidan que el PSOE no es el artífice de la transición democrática, sino la unión de los españoles centrados en ese objetivo. Lo dijo rodeado de sectarios como Sánchez que ha difundido un cartel según el cual la democracia la habría traído el PSOE. Ni la democracia ni el Estado de bienestar son exclusiva de ningún partido. Lo que no se entiende es que Felipe se preste a banalizar la alianza con enemigos declarados de la España de la Constitución del 78. Asociado a esos dislates, el expresidente sale de este evento dañado como aquel famoso ecce homo del cuadro repintado.

Gonzalo Araluce firmó en Vozpópuli una excelente información sobre el plan de EH Bildu para expulsar a la Guardia Civil de País Vasco y Navarra. Produce escalofríos que el PSOE esté negociando el voto a los PGE a cambio del apoyo a este proyecto bilduetarra. Sánchez asiste impasible a la campaña del sentenciado terrorista Otegui titulada “Alde Hemendik” –“que se vayan”, ¿recuerdas?-. Los carteles de esta indecencia, que como han explicado es la condición para avalar los presupuestos socialistas, llevan la imagen de un guardia civil con una maleta y la leyenda “Bake garaia da” (“es tiempo de paz”). Para conseguir que los votantes lo ignoren, Sánchez sacó a González en procesión.

En todos los debates anuales, el PNV presentaba una enmienda para que el Ministerio cediera el cuartel de Loyola al Ayuntamiento de San Sebastián. El guion se repetía

Que los socialistas hayan asimilado con normalidad la mutación del felipismo en sanchismo es para mí un misterio. Cuentan que, cuando un colega le preguntó a Juan Belmonte cómo había podido llegar a Gobernador un banderillero suyo, el torero contestó “degenerando, maestro, degenerando”. Así se debió pasar del PSOE de González al de Sánchez, degenerando. Como portavoz de Defensa socialista entre 2004 y 2011, negocié en cada presupuesto en el Congreso la sección de este sector. En todos los debates anuales, el PNV presentaba una enmienda para que el Ministerio cediera el cuartel de Loyola al Ayuntamiento de San Sebastián. El guion se repetía.

El diputado nacionalista encargado daba por hecho que sus intenciones poco tenían que ver con el urbanismo y yo no ignoraba qué pretendían. Él sabía que le diría que no tenía nada que hacer, que el PSOE nunca cedería a sus intenciones. La bandera de España seguiría ondeando en aquel objetivo especial durante años de ETA. Coincidí con Carme Chacón, José Antonio Alonso y José Bono como ministros, y ninguno tuvo dudas sobre que ese cuartel era innegociable. En 2020, por los motivos conocidos, Pedro Sánchez le entregó esta pieza al nacionalismo vasco y humilló a los españoles, especialmente a los electores socialistas.

Me pregunto qué puede explicar que alguien como el exministro Bono avale semejante felonía, y que González se preste a hacer digeribles tales claudicaciones. ¿Ignoran qué pretenden los independentistas? He seguido en directo la intervención del expresidente en Sevilla y de esas cosas no habló. Perdido en la tribuna -¡qué pena!- le pide a Sánchez “sentido de la orientación”, mientras el público no sabe qué aplaudir. Antes, han ofrecido un coloquio marciano de Cristina Narbona, María Jesús Montero, Juan Espadas -¿cambio generacional?- y un saludo del castro-chavista Zapatero desde Brasil. Que Sevilla no era una fiesta, terminó por confirmarlo la intervención de Sánchez. “Estamos en familia”, dijo, y no hubo más, salvo vergüenza ajena.

Se presta Felipe al juego, aunque su imagen en la tele transmita pesadumbre. Sirve con disciplina a los designios espurios del sanchismo

Más que un homenaje por la victoria del 82, les ha salido un acto cargado de necrofilia ideológica. El Felipe que se presta al teatrillo es el mismo que en el XXVIII Congreso del PSOE de 1979 proclamaba “hay que ser socialistas, antes que marxistas”. Sánchez regresa a una etapa anterior, y no porque sepa qué es el marxismo. Como puede pactar con cualquiera, ha convertido al partido en un cachivache político, un armario de viejas ideologías. Así, con Zapatero de representante, firman un manifiesto castrista en La Paz junto a Iglesias; rinden culto a la antigualla llamada “plurinacionalidad” que teoriza Íñigo Errejón; y no tienen problema alguno de compatibilidad ideológica con la Yolanda Díaz del Partido Comunista-CCOO. O se declaran catalanistas -adjetivado ridículamente como socialdemócrata- matrimoniados con el xenófobo ERC.

Felipe González insinúa que no está de acuerdo con esto, pero no hace nada por evitarlo. Al contrario, se presta al juego, aunque su imagen en la tele transmita pesadumbre. Sirve con disciplina a los designios espurios del sanchismo. Me recuerda a una narración de Alessandro Baricco en su original adaptación de la Ilíada. El desprestigiado Agamenón, líder de los aqueos que cercan Troya, no sabe cómo afrontar las quejas de la tropa irritada por el trato dado a Aquiles. Para hablarle a su gente, le pide que le sustituya al carismático anciano Néstor. Cuando le preguntaron por qué no lo hacía él siendo el jefe, respondió: “Porque de él se fiarán”. Con el mismo objeto, para superar el hándicap de su insalvable desprestigio, pone Sánchez a González en el escaparate, y en el telediario.

Terminado el espectáculo, recogidos los bártulos, ahora le estarán diciendo a Felipe “ya has posado para las cámaras, puedes irte a casa”. Se entiende bien por qué Sánchez teme a Alfonso Guerra. Los organizadores sabían que, si hubiera intervenido en la celebración, habría dicho lo que piensa. Mejor contar para la ocasión con la docilidad sobrevenida del expresidente.

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