La primera apuesta de quien se perfila como nuevo líder popular, para pelear por la silla curul, ha sido rescatar del olvido a un corredor de fondo, alejado sin razón del entramado de la política nacional y, desde 2014, activo eurodiputado, a caballo entre Bruselas y Estrasburgo, con galones ganados a pulso.
Esteban González Pons (Valencia, 1964). Abogado, exsenador (nombrado en 1993, siendo el más joven de España), exdiputado, consejero en el gobierno valenciano, de Cultura, Educación y Deporte, Relaciones Institucionales y Comunicación, Territorio y Vivienda, "una política sandía: verde por fuera y rojo corazón por dentro", ha sido la apuesta del llamado a ser nuevo conductor de la formación, para presidir el comité organizador del Congreso. En la sede, ahora pendiente -o no- de venta, nunca gozó de la titularidad en la selección nacional de la formación, ocupando puestos de menor cuantía, como la vicesecretaría de comunicación y la de estudios y programas.
Cuando llegó el momento de repartirse las medallas, le tocó quedarse en el vestuario “vigilando las botas", como dijo con sorna meridional. La última vez, recientemente, cuando la jefatura del establishment -ahora destronado- no apostó por él para que presidiera el Parlamento Europeo. Lo peor de todo es que -allende la frontera- para las casas de apuestas era el mejor colocado.
Con el partido en cuidados intensivos, después de una prolongada, incomprensible y letal crisis, que sigue supurando; sin tiempo que perder, el baranda ha sido recurrente, al optar por alguien con las cualidades que buscaba: máxima confianza y conocimiento de las interioridades de un partido históricamente complicado. En 2018, el ladino gallego tenía pensada la secretaría general del partido para el perspicaz levantino, en el supuesto de que aquel se hubiera decidido, finalmente, a suceder a su paisano, en cuyos diversos Gobiernos, el predestinado nunca llegó a sentarse.
Resultó ser un ciudadano europeo, comprometido en la defensa de los derechos humanos y la ciudadanía, el ecologismo y el feminismo, nuevos catalizadores de la movilización social
Los postergados, que para algunos -con luces de posición- se encuentran en vías de extinción, son quienes mejor saben interpretar algo tan esencial en política como son los tiempos, al acreditar capacidad de resistencia y saber estar cuando se les necesita. La paradoja radica en que su nombre reaparece cuando se busca una figura singular y acreditada.
Autonomista, europeísta, centrista y reformista, astuto mediterráneo, amigable componedor, liberal de carril y trato de terciopelo; la incomprensible ceguera doméstica lo convirtió en expatriado. Pero resultó ser un ciudadano europeo, comprometido en la defensa de los derechos humanos y la ciudadanía, el ecologismo y el feminismo, nuevos catalizadores de la movilización social.
El maverickismo -que identifica a las personas ingobernables- no es algo ajeno a quien se saltó la disciplina interna, votando a favor de retirar los fondos europeos de recuperación a Hungría, por su deriva anti-LGTBI, mientras sus compañeros de pupitre, escogiendo la obediencia al mando, se abstenían. Detractor de lo obvio y la corrección a ultranza, aunque haya sonado para oficios que terminaron siendo invisibles, “los que desembarcaron en Normandía no fueron los que desfilaron en París”, sentenció en su día, no fue profeta en su tierra, y cogió un billete de ida a Bruselas.
Culto, sin estridencias, ha descubierto su pasión otoñal como escritor de floración tardía. Lleva publicadas tres obras: Camisa Blanca (donde reflexiona sobre la política); Tarde de Paseo (de corte más intimista) y Ellas (una historia de amor sobre las segundas oportunidades con algún pasaje cargado de erotismo). Empezó siendo un refugio y será la estación término cuando cierre el ciclo de la política.
Le pueden ser útiles las credenciales que ha ido depurando en su tránsito europeo: cintura política, accesibilidad, vocación pactista y fina oratoria
Como telonero -junto a Manolo Pizarro y Federico Ysart- en la presentación de su primera incursión literaria, con un libro político, recuerdo las aprensiones que anticipé y siguen vigentes, aunque no han conseguido desdorar la camisa blanca, símbolo de los trabajadores. Después de la peor crisis interna -desde su fundación- del partido en que sigue militando, la del frenesí -con auto flagelo incluido, para beneficio del adversario- el pacificador, siempre en las quinielas de ministrables, tiene por delante mucha tela que cortar.
Para esta nueva travesía, le pueden ser útiles las credenciales que ha ido depurando en su tránsito europeo: cintura política, accesibilidad, vocación pactista y fina oratoria, que le hace brillante y temible en el debate y le han valido el respeto y admiración de sus compañeros de filas y adversarios políticos.
Resuena en el andamio su intervención -muy aplaudida- en la que sacó a la luz las contradicciones de los populismos: "No fue la Europa de los bancos y las corporaciones la que sacó a Grecia del abismo, sino que fueron los contribuyentes que cada mañana se levantan para trabajar, los ahorros de los jubilados y los pequeños empresarios".
Para esta nueva encomienda, hay que tener en cuenta su desdeño por la mansedumbre, que se traduce en gestos, en los anaqueles de una biografía radial. De ahí cabe extraer: el perdón que pidió a las familias afectadas por el accidente del metro del 3 de julio de 2006; la presencia de una antagonista política en la presentación de uno de sus libros osu oposición al proyecto de ampliación del Puerto de Valencia, provocando el cabreo en su partido y en las organizaciones empresariales.
Ha lamentado que “la política haya perdido completamente el sentido del humor". Este retorno del olvido, “he renacido dos o tres veces", puede traer en la maleta algunas virtudes suyas, menos conocidas, provechosas para el malhumorado panorama español, a caballo entre el desconsuelo y el estado de alarma.
Con la añoranza de los paseos por el Bois de la Cambre y la beligerancia con ‘el esplín’, vamos viendo…
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