Opinión

El gran Belloso

Se murió mi amigo Miguel Angel Belloso a quien tanto quería y lo hizo a escondidas, como sin querer molestar a nadie, en un vera

Se murió mi amigo Miguel Angel Belloso a quien tanto quería y lo hizo a escondidas, como sin querer molestar a nadie, en un verano madrileño arrasado por un implacable ferragosto. Y no le he podido decir adiós porque ni siquiera fui capaz de intuir o descontar la necesidad de la despedida. Miguel Angel parecía eterno desde su crónica fragilidad. Era una roca de cristal embarcada en un galeón insumergible con un rumbo fijo e inalcanzable hacia una tierra llamada libertad. A ella debe haber llegado y desde allí esgrime sin duda su sonrisa abierta, sorprendida e irónica. Y es que el Gran Belloso fue una combinación explosiva y admirable de rigor, de tenacidad, de sueños y de coraje; un “chico de derechas”, irreverente e irreductible que fue toda su vida pública una sola cosa: un recalcitrante liberal.

En este país necrófilo, con un gusto singular por los entierros barrocos y sus pompas, Miguel Angel disfrutaría, se lo pasaría bomba ante los lloros y laudes lanzados estos días en su memoria. Hubiese celebrado la ceremonia de sus adioses con entusiasmo por puras razones estéticas y, eso sí, con la punta de ironía de un caballero español sacado de cualquier página de la literatura del Siglo de Oro. Belloso era una persona y, a la vez, un personaje. Era un espadachín de las ideas dispuesto a batirse cual D´Artagnan  en cualquier lugar,  a cualquier hora y ante cualquiera por la causa de la libertad.  Jamás cedió, jamás transó y jamás se rindió ante nada y ante nadie. Tenía una enorme capacidad de admiración hacia lo noble y, también, de desprecio hacia lo indigno y mediocre. Practicaba ambas tareas con una profesionalidad admirable.

Tenía una enorme capacidad de admiración hacia lo noble y, también, de desprecio hacia lo indigno y mediocre. Practicaba ambas tareas con una profesionalidad admirable.

Es bastante irrelevante describir su cursus honorum en el ámbito profesional y sólo serviría para llenar espacio en una nota necrológica, como es natural, llena de sentimiento. Muy joven lo fue casi todo en el periodismo español, en la prensa económica, y, también, muy joven empezó a dejar de serlo. Su independencia y su espíritu crítico, su negativa a adaptarse a la moda políticamente correcta, su estilo directo y contundente le convirtieron en una mezcla a partes casi iguales de un Quevedo patrio con toques de D. Quijote; alguien molesto a quien era imposible obviar pero al que era conveniente postergar. A eso contribuyó, siempre le dio igual, su descarnada y, a veces, desgarrada forma de escribir, llena de brillantez, en numerosas ocasiones de angustia y, en muchas otras, de una aguda y mortal lúcida acidez. El pasteleo político, la vulgaridad existente en esta poco mágica Corte patria de los Milagros le producía una enorme repugnancia, una infinita pereza y los protagonistas de la farsa igual. Era algo superior a sus fuerzas.

Con el paso de los años, muchos o, para ser precisos, algunos acusaron a Miguel Angel de haberse radicalizado, de transformarse en un ultra, obviamente, de la derecha. Sin embargo, eso es falso porque él nunca cambió. Siempre estuvo en el mismo lugar al menos para quien, como yo, le conoció hace casi 40 años cuando ambos comenzábamos nuestra vida profesional. Belloso abrazó muy pronto el ideal del liberalismo clásico en sus dos manifestaciones institucionales, la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa. Nunca se apartó de ese pensamiento y fue implacable con todas las formas y expresiones del colectivismo, carnívoro o vegetariano, de izquierdas, de centro o de derechas.

Siempre estuvo en el mismo lugar al menos para quien, como yo, le conoció hace casi 40 años cuando ambos comenzábamos nuestra vida profesional

Si se mira con perspectiva, lo acaecido en España estos últimos 10 años, quienes se han convertido en “radicales” son todas las formaciones de izquierdas en sus distintas variantes partidistas y en el campo sociológico, los “pijo progres” esa sub raza sin sport ni esprit, como diría Foxá, a quien Miguel Angel despreciaba. Quienes no han seguido esa estela o han osado criticarla se han transformado por acción u omisión en fascistas. Pues bien, Miguel Angel nunca tuvo complejo de inferioridad alguno frente a la troupe gauchista. Al contrariodefendió con ardor y racionalidad la superioridad en términos morales y de eficiencia del centro derecha o, como le gustaba decir a él, de la derecha liberal.

En el mundo de los medios, de la opinión, del análisis etc. etc. etc. es decir, en los ámbitos desde donde se configura el clima político, social, cultural, económico de esta hora, Miguel Angel era anacrónico a conciencia y deseaba serlo. No sentía respeto intelectual alguno por los sacerdotes de la religión dominante en la escena pública española ni por sus ideas. Les consideraba unos farsantes, unos meros extractores de rentas puestos al servicio del poder, similares a los intelectuales orgánicos del viejo franquismo o a la nomenklatura de los antiguos regímenes comunistas.  Para él representaban la moderna versión de “la  trahison des clercs” descrita por Julien Benda.

La muerte de Miguel Angel entristece de una manera extraordinaria y nos deja el enorme volumen  de su ausencia. Pero también hay que contemplar su partida como el final de un largo viaje, del retorno a Itaca tras haber sobrevivido a naufragios, tormentas, batallas para reunirse con quien desde hace ya mucho tiempo le esperaba su mujer, el amor de su vida. Por eso no lloremos con desconsuelo su salida de la escena porque mientras le recordemos siempre seguirá vivo y estoy seguro que desde donde quiera que esté nos contempla con su socarrona y entrañable sonrisa.

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