Opinión

La gran decisión del PSOE

La situación crítica del PSOE no es puntual, ni tampoco se debe a un fenómeno pasajero, accidente o situación particular. Es un fenómeno global, que se repite miremos a donde miremos.

La crisis del PSOE no es ni ha sido nunca una crisis de liderazgo, por más que la personalidad de algunos de sus líderes haya podido jugar un rol en su desarrollo. Tampoco es una crisis provocada por una mala gestión del partido y sus dirigentes en los últimos años, por mucho que las malas valoraciones hayan podido ayudar a acelerar el proceso. Si fuera así, los problemas se hubieran dado solo en el PSOE, en vez de ser tan transversales a todos los partidos socialdemócratas de Europa y el mundo.

Las bases electorales de los partidos socialdemócratas se han ido distanciando, dificultando mucho la concreción de un proyecto compartido

La crisis del PSOE es una crisis de proyecto, y sobre todo una crisis de los aliados naturales de éste. La situación crítica del partido no es puntual, ni tampoco se debe a un fenómeno pasajero, accidente o situación particular. Es un fenómeno global, que se repite miremos a donde miremos. La globalización, la ampliación de la educación y los cambios tecnológicos han creado una nueva sociedad, una nueva sociedad en la que las alianzas electorales del pasado ya no tienen la fuerza y la lógica que tenían. En las economías postindustriales del mundo desarrollado actual las necesidades de las clases populares sin estudios ni recursos han entrado en clara contradicción con las necesidades de los profesiones liberales de izquierda de clase media y preferencias por la distribución. Las bases electorales de los partidos socialdemócratas se han ido distanciando, dificultando mucho la concreción de un proyecto compartido. De formas y tiempos muy distintos, según el país, pero casi sin excepciones.

En este contexto, la aparición de nuevos partidos defensores del cambio radical del sistema (antisistemas, populistas... llámenlos como prefieran) ha puesto sobre la mesa la gran pregunta que hay detrás de todas las divisiones. ¿Funciona el sistema suficientemente como para que el objetivo sea hacer ajustes, o es necesario refundar el sistema y cambiar todas sus bases? Una pregunta cuya respuesta, fuera la que fuese, iba a molestar irremediablemente a una parte del electorado, pues no todos los votantes socialistas se estaban beneficiando del mismo modo del sistema. La pérdida de confianza y, por consiguiente, apoyos, era difícilmente evitable por más liderazgo y buenos gestores que se pudieran tener. Aunque es cierto que algunos liderazgos han conseguido mantener el tipo mejor que otros.

En este contexto, de crisis del proyecto y división de las bases, los partidos socialdemócratas se han encontrado en la difícil decisión de escoger aliados en el sistema

En este contexto, de crisis del proyecto y división de las bases, los partidos socialdemócratas se han encontrado en la difícil decisión de escoger aliados en el sistema. La aparición de los nuevos partidos que apelan a las antiguas bases socialistas ha implicado que los partidos socialdemócratas tradicionales ya no fueran capaces de conseguir el poder por sí solos. Era preciso crear alianzas y pactar con otros partidos, algo que ha acabado de precipitar la crisis. Porque la necesidad de decidir a quién se apoyaba para formar gobierno y con quién se podía pactar, hacía imposible los posicionamientos ambiguos y moderados que podrían haber permitido apelar a cada bando de esa división. No se podía tener una posición intermedia, había que escoger. ¿Eran sus socios prioritarios los que prometían mantener el sistema o, por el contrario, los que pretendían cambiarlo? El debate era profundo y de consecuencias a muy largo plazo.

Sin embargo, en los nueve meses que llevamos desde que en las elecciones del 20 de diciembre confirmamos la existencia de este reequilibrio de fuerzas, tal debate no parece haber existido. Las declaraciones de los líderes socialistas en los últimos tiempos se han caracterizado por los eufemismos, las generalidades y las apelaciones a grandes principios no posicionales como el liderazgo o la democracia. Ni unos ni otros parecen haber querido poner sobre la mesa las claves de la decisión y los costes y beneficios que ella conllevaba. Desde algunos sectores, incluso, se ha pedido que se tomará la decisión antes de que el partido tuviera el debate sobre su futuro. Como si la decisión de lo que va a ser el partido no estuviera muy determinada por la coalición que se forme en esta legislatura.

Las causas de la falta de debate no son sorprendentes. Es un debate incómodo que supone aceptar costes muy altos para el proyecto a cambio de beneficios inciertos

Las causas de la falta de debate no son sorprendentes. Es un debate incómodo que supone aceptar costes muy altos para el proyecto a cambio de beneficios inciertos. Y posicionarse en él implica, necesariamente, perder aliados y apoyos en el otro lado. Es mucho más cómodo mirar para otro lado y hablar de temas tangenciales. Pero el escenario ha cambiado y sin un mensaje claro sobre cuál es la posición del partido, va a ser difícil mantener la confianza de los votantes. Es una pena que el desenlace se vaya a tener que producir con prisas y en medio de una guerra interna del partido que no va a permitir una reflexión a la altura de las circunstancias.

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