La sensación que se tiene en España, políticamente hablando, es la de vivir una gran farsa: nada es verdad y nada es lo que se dice que es. Y lo más grave, todos fingen que las cosas son otra, no lo que son. Y esto aplica tanto al caso venezolano, a la visita del prófugo Puigdemont a Barcelona, o al nuevo Cupo catalán. Es una atmósfera viciada y corrupta en la que, me temo, los ciudadanos españoles (los que queden) se han acostumbrado a vivir.
Naturalmente, existe una poderosa maquinaria que se encarga de alimentar o promover la farsa de turno. Hay una farsa general (el manejo político mismo) y multitud de farsas sucesivas cuya función es entretener y, como en un campo de batalla, distraer a los españoles (los que queden) del objetivo principal del enemigo: la destrucción de España, su derrota total a manos de las fuerzas tribales.
La maquinaria, a estas alturas, es indestructible. De ella vive y medra una enorme claque parasitaria que, ay, gobierna el país. Y. Como se sabe y prueba la Historia, el llamado Pueblo carece de importancia lo que importa es la claque que lo arrea de un lado a otra a conveniencia. Se habla mucho de la Verdad, pero la Verdad importa cada vez menos, lo que cuenta es la puesta en escena del asunto del momento. Asunto que impone la maquinaria, mediante decreto o los llamados medios de difusión, (y digo llamados porque son en general medios de confusión, embrutecimiento, vulgarización y adoctrinamiento progre). La falsa moral izquierdista lo ha corrompido todo y nada escapa a la ficción progre que se impone a la vida real.
Todos sabían (y saben) que no era verdad, que los vascos y catalanes eran españoles de primera. Constitucionalmente. Ya en la mismísima Constitución se establecía una desigualdad, un trato privilegiado por motivos tribales
Con el bipartidismo de alternancia PP–PSOE, se guardaban un poco las formas y la ilusión de que existían normas que ataban al mundo fáctico el mundo político, prevalecía en cierta medida. Pero. Bajo el sanchismo castro–chavista esta ilusión, tan necesaria, ha desaparecido. Su espacio ha sido ocupado por una gran farsa en la que ya no hay espacio para lo real, para lo verdadero.
Los españoles, desde el nacimiento de la democracia, han vivido en plena farsa. Por poner un ejemplo, la farsa seminal de la Igualdad entre españoles. Todos sabían (y saben) que no era verdad, que los vascos y catalanes eran españoles de primera. Constitucionalmente. Ya en la mismísima Constitución se establecía una desigualdad, un trato privilegiado por motivos tribales. Sin tener en cuenta que lo tribal niega lo ciudadano. Lo tribal es lo contrario de lo ciudadano.
Pero, a pesar de todo, la situación no era comparable a la actual. La farsa no se había convertido en discurso hegemónico político y mediático. Hoy la farsa lo abarca todo y ocupa todo el espacio gubernamental y social. Véase, por centrarnos en un tema de candente, Venezuela.
Sin Cuba no hay dictadura venezolana
Hace días, en un editorial, el diario El Mundo señalaba que “el apoyo político y económico de Rusia y China ha suministrado a Maduro el oxígeno necesario para perpetuar el golpe electoral”. Rusia y China, sí. Pero no en lo fundamental: en la violencia ejercida contra los ciudadanos venezolanos. Maduro ha continuado en el poder a pesar de perder las elecciones gracias a la violencia, al apoyo militar de Cuba. El DSE cubano forma parte de las estructuras represivas y militares en Venezuela. Es quién entrena y adoctrina a las fuerzas especiales (grupos de criminales, torturadores y asesinos) que han matado y encarcelado a los votantes de Edmundo González y María Corina Machado. Sin Cuba no hay dictadura venezolana. Sin el asesoramiento de los militares cubanos, expertos en mantener a los Castro en el poder durante 64 años, no habría dictadura en Venezuela. Es una farsa informar o analizar el pucherazo sin hablar del papel de la dictadura castrista. Es una burla al sentido común, la decencia, la inteligencia ¡y a la realidad!
El Gobierno español, en franco contubernio con la dictadura venezolana, ha montado una operación militar para sacar de su país al presidente electo de Venezuela. Es decir, para despejar el terreno a Maduro. La farsa de turno consiste en hacer como si esto no hubiera sucedido. Pronto le tocará a María Corina Machado, si el castrochavismo no llega a la conclusión de que es mejor pagarle un tiro o meterla en la cárcel. Hay que recordar el caso de Oswaldo Payá, líder de la resistencia democrática cubana, que se negó durante años a abandonar Cuba y fue asesinado (junto a su colaborador Harold Cepero). Y no se olvide, muy importante, la complicidad del Gobierno español (y el obsceno papel de Moratinos) en las tareas de encubrimiento del crimen.
Lo único que queda por saber de esta negociación y de esta farsa es cuánto ha cobrado Zapatero por facilitarla, y cuánto se ha enriquecido con su abyecta colaboración con el castro–chavismo
Venezuela está perdida. El castro–chavismo ha ganado. Ningún método no violento puede derrocar a una dictadura estilo cubano una vez se asienta en el Poder. Es triste ver llegar a Edmundo González al Exilio (en el que morirá, obviamente) y aún más triste es escuchar a líderes venezolanos hablar de “la lucha exterior”. Pamplinas. Los cubanos llevan más de medio siglo en esa inútil “lucha exterior” y puedo decirles con total certeza que no sirve para nada. Y el Gobierno español y la banda sanchista lo saben perfectamente, por eso han negociado con el madurismo el exilio del señor González. Lo único que queda por saber de esta negociación y de esta farsa es cuánto ha cobrado Zapatero por facilitarla, y cuánto se ha enriquecido con su abyecta colaboración con el castro–chavismo. Qué, ¿hay algún periodista por ahí?
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