Opinión

Granada, nuestra Granada

Es extraño que algo tan señalado como la conquista de Granada no se recuerde en todo el país. En Dinamarca, por ejemplo, todos los años cada 15 de junio se celebra el día de Valdemar en honor al rey que, tras la batalla de Lyndanisse en 1219, venció a los estonios, los sometió y, ya que estaba, bautizó a todos los que no había matado previamente.

El 2 de enero de 1492 los Reyes Católicos recibieron de manos del último rey moro de Granada, el célebre Boabdil, las llaves de la ciudad. Fue una rendición pactada previamente tras duras negociaciones que habían comenzado meses antes. El emirato, privado de los puertos de Málaga y Almería, que habían caído en manos cristianas entre 1487 y 1489, estaba herido de muerte y no podía resistir más.

La capital nazarí se encontraba sometida a un implacable sitio de carácter permanente, lo que implicaba que las posibilidades de romperlo eran remotas. Los cristianos se habían tomado tan en serio la conquista de la última plaza musulmana en la península que llegaron al extremo de fundar una ciudad para rendir a otra. Esa ciudad, que sigue existiendo, se llama Santa Fe, y sería el modelo sobre el que, años más tarde, se levantarían las ciudades coloniales en el Nuevo Mundo

Allí los nuevos reyes levantaron una majestuosa catedral renacentista, fundaron el Hospital Real, la Universidad y trasladaron la Real Chancillería desde Ciudad Real

Hasta aquí todo normal. Solo historia y nada más que historia. La Edad Media marcaba sus últimos compases y arrancaba la modernidad, en la que la nueva Granada cristiana brillaría tanto o más de lo que lo había hecho en los dos últimos siglos de dominio musulmán. La ciudad se convertiría en el centro neurálgico de la Andalucía oriental en detrimento de otras plazas como Jaén, Almería o la propia Córdoba, antaño sede de un poderoso califato. Allí los nuevos reyes levantaron una majestuosa catedral renacentista, fundaron el Hospital Real, la Universidad y trasladaron la Real Chancillería desde Ciudad Real. En toda España solo había dos chancillerías, una estaba en Valladolid y la otra en Granada. Luego, ya en tiempos de Carlos I, llegaría el palacio de estilo italiano junto a la Alhambra y la reordenación de la trama urbana.

Granada sería, por añadidura, el lugar escogido por los monarcas para su eterno descanso y no el monasterio de Poblet o la catedral de Toledo. Otros reyes castellanos habían hecho lo mismo. Los restos de Fernando III y Alfonso X reposan en Sevilla, los de Fernando IV y Alfonso XI en Córdoba. Lo cual nos viene a decir que, aunque no hablaban de reconquista, si tenían más o menos claro que estaban recobrando territorios perdidos en el pasado.    

Esa es la razón por la que no se ensañaron con Granada, ni la arrasaron sembrándola de sal, simplemente la incorporaron a su reino tras haberla conquistado. El derecho de conquista estaba en plena vigencia y lo seguiría estando hasta bien entrado el siglo XX, cuando la Carta de las Naciones Unidas lo proscribió. Lo que hicieron los Reyes Católicos en Granada era, conforme a los esquemas morales de aquella época, legal y, además, legítimo. La España andalusí, a fin de cuentas, también había sido fruto de una conquista. Los musulmanes andalusíes legitimaban su dominio precisamente en esa conquista del siglo VIII y no les parecía reprochable haber acabado con el reino visigodo que, a su vez, había dado la puntilla al Imperio Romano tres siglos antes. Todo lo contrario, estaban convencidos de que era justo, que Alá así lo había dispuesto y que su obligación era barrer del mapa a los hispanogodos. 

La mezquita de Córdoba, por ejemplo, se levantó sobre la basílica de San Vicente, una antigua iglesia goda

Vayamos a las piedras, que esas no admiten demasiadas interpretaciones. La mezquita de Córdoba, por ejemplo, se levantó sobre la basílica de San Vicente, una antigua iglesia goda. Y hay teorías que aseguran que esta basílica se construyó en el siglo VI sobre un templo romano dedicado al dios Jano. En países tan antiguos como el nuestro, con miles de años a sus espaldas, estas capas superpuestas son habituales, hacen las delicias de los arqueólogos y, además, nos ayudan a explicarnos quiénes somos y por qué estamos aquí.

La cuestión que algunos parecen ignorar es que, en toda esta larga y a ratos torturada historia, los últimos en efectuar una conquista fueron nuestros antepasados directos. Es decir, los españoles de hoy somos herederos culturales y hasta genéticos de los que rindieron Granada, del mismo modo que quienes pueblan hoy Estambul son los nietos de quienes tomaron Constantinopla unos años antes de la caída de la Granada nazarí. La historia la escribe quien prevalece. Castilla y León, Aragón y Navarra prevalecieron. ¿Es eso malo? No, es lo que es.

Puede suceder, como es el caso de los que se oponen con vehemencia a la conmemoración de la toma de Granada, que no nos guste lo que nuestros ancestros hicieron. En ocasiones este rechazo está justificado porque los crímenes son recientes, o son lejanos pero de ellos solo se extrajo un mal permanente. Pero la toma de Granada, y por extensión toda la Reconquista, no fueron crímenes sino procesos históricos que dieron lugar a lo que hoy es España y Portugal. Celebrar el fin de ese proceso tan largo, al que, curiosamente, podemos ponerle una fecha concreta es celebrar lo que somos.

En Turquía la caída de Constantinopla en 1453 también se conmemora, algunos años de un modo multitudinario

Lo extraño es que algo tan señalado no se recuerde en todo el país. En Dinamarca, por ejemplo, todos los años cada 15 de junio se celebra el día de Valdemar en honor al rey que, tras la batalla de Lyndanisse en 1219, venció a los estonios, los sometió y, ya que estaba, bautizó a todos los que no había matado previamente. El Valdemarsdag se celebra con desfiles, canciones y trajín de banderas ya que, según cuenta la leyenda, durante aquella batalla la bandera danesa descendió de los cielos. Los suizos también conmemoran con trompetería y alborozo un lejano hecho histórico, esta vez acaecido en 1291. El primero de agosto de aquel año los llamados tres cantones del bosque (Uri, Schwyz y Unterwalden) sellaron un pacto que, con el correr del tiempo, daría lugar a la Confederación Helvética. En Turquía la caída de Constantinopla en 1453 también se conmemora, algunos años de un modo multitudinario. En la del año pasado se congregaron en la plaza Yenikapi de Estambul un millón de personas. A nadie le pareció mal, y eso que la toma de Constantinopla supuso el ocaso del milenario Imperio Bizantino. Para los turcos, sin embargo, constituye su gesta nacional. Y los que prevalecieron fueron ellos, no los bizantinos.    

Otra cosa es que a algunos españoles no les guste serlo y anden a la búsqueda de identidades alternativas, generalmente de cartón piedra. Ahí entraríamos en otro debate de mucho más alcance, el del auto odio de cierta izquierda hispana que, más que hundir sus raíces en nuestra propia historia, lo hace en el neomarxismo sesentayochista, madre nutricia de todos los absurdos. Eso sí, no descansarán hasta que esta festividad inocente, tanto que se celebraba en los años de la República sin que nadie se avergonzase por ello, sea prohibida por ley. De los granadinos dependerá que sobreviva.

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