Opinión

Griñán: nunca caminarás solo

Voces tan autorizadas del socialismo como la de Patxi López insisten en que no se llevó ni un euro; un poco como Vera y Barrionuevo

La actualidad política de estas últimas semanas ha venido marcada por dos empeños inútiles: el manifiesto y la manifestación. Ninguno funciona como herramienta política. No son más que emanaciones del nosotros o del yo, demostraciones públicas de poder y fracaso.

José Antonio Griñán fue condenado a seis años de cárcel y quince de inhabilitación por su implicación en el caso de los ERE, el nombre con el que se conoce a la red de subvenciones fraudulentas y arbitrarias otorgadas a determinadas empresas por el PSOE sin ningún control fiscal ni político; la voluntad del partido era, como ahora, el único control que hacía falta.

Lo llamativo del caso una vez más no es el hecho delictivo sino la respuesta social, que ha sido idéntica a la que se produjo cuando dos dirigentes de una banda parapolicial creada bajo un Gobierno del PSOE entraron en la cárcel. En aquella ocasión los simpatizantes no se conformaron con un manifiesto y fueron a acompañar a Vera y Barrionuevo, Secretario de Estado y ministro de Interior, hasta las puertas de la prisión.

El dirigente del PSOE sabe, como el jugador del Liverpool, que nunca caminará solo. Griñán fue condenado por malversación de caudales públicos y por prevaricación continuada, pero es un buen hombre -si no fuera así no estaría en el PSOE- y eso pesa más que la corrupción. Fue responsable de una red clientelar organizada por su partido para “mantener la paz social” en Andalucía, que es otra forma de decir “garantizarse el apoyo de la gente para perpetuarse en el poder”, pero voces tan autorizadas y libres como la de Patxi López insisten en que no se llevó ni un euro; un poco como Vera y Barrionuevo.

No hay ninguna buena razón para firmar el manifiesto, pero incluso aunque la hubiera, existen decenas de razones para no hacerlo

Suele pensarse que todos estos detritos verbales se vierten porque no se conoce qué es la justicia y qué es la corrupción, pero de nuevo la visión socrática-platónica se muestra incompleta. Cuando Patxi López suelta que “lo de Griñán no es corrupción, y decir que es malversación es estirar mucho el chicle” no está revelando su ignorancia, sino su conocimiento de lo que es la política, lo que es el partido y hasta lo que es el alma española.

Es un poco más difícil de comprender el fenómeno del firmante externo. No hay ninguna buena razón para firmar el manifiesto, pero incluso aunque la hubiera, existen decenas de razones para no hacerlo. Cada cargo del PSOE que defiende la inocencia de Griñán ("es un hombre bueno", "fue un error", “no fue verdadera corrupción”) debería suponer una razón suficiente para no firmar.

El manifiesto es en cualquier caso un empeño inútil, pero no porque no vaya a conseguir sus objetivos, sino porque es una exigencia dirigida a uno mismo. Se le está pidiendo a un Gobierno del PSOE que indulte a uno de los suyos. No es más, por lo tanto, que una justificación previa en favor del Gobierno.

Ha pasado más de una semana desde el domingo y ha pasado lo que ya se sabía que iba a pasar: nada. Ha pasado incluso el líder del PP, que se fue a Toledo por no ir a Barcelona

La manifestación es también un acto inútil, aunque por razones distintas. La protesta del 18 de septiembre por la vehicularidad de castellano en las escuelas de Cataluña fue un fracaso, pero no por la cantidad de personas que consiguió reunir. Ni siquiera lo fue por la inutilidad del acto, una ligera brisa que recorrió las calles sin consecuencias; lo fue porque el propio planteamiento partía de un fracaso aceptado: un ridículo 25% de horas lectivas en castellano. Durante los últimos años se han sucedido actos similares en España, y las consecuencias han sido siempre las mismas: nada. Ha pasado más de una semana desde el domingo y ha pasado lo que ya se sabía que iba a pasar: nada. Ha pasado incluso el líder del PP, que se fue a Toledo para no tener que estar en Barcelona. 

Las consecuencias de este tipo de actos son siempre nulas, y lo son porque estas manifestaciones no son más que consolaciones colectivas, una especie de procesión aconfesional. Los firmantes del manifiesto tienen claro a quién se dirigen. ¿Quién es, en cambio, el receptor de las consignas que se lanzaron el 18 de septiembre? Desde luego no el Gobierno, que tiene como socios a Bildu, a ERC, al PNV y a Junts. Mucho menos el PSOE, principal responsable de que los partidos nacionalistas hayan podido destruir cualquier posibilidad de una educación pública nacional en España. Tradicionalmente el receptor de estas consignas, el partido que podía llevar las reclamaciones al Congreso, era el PP. 

El PP de Feijóo quiere ser un partido cordial, moderado, simpaticón, un partido al que pueda votar cualquier español

Pero el PP eligió a Feijóo, y Feijóo es lo que parecía. El PP de Feijóo quiere ser un partido cordial, moderado, simpaticón, un partido al que pueda votar cualquier español; y precisamente la principal característica del ciudadano español es sentirse siempre cualquier cosa antes que español.

La única reclamación que debería hacerse no es la libertad de elección de los padres, ni el 25%, ni la garantía de que se conozcan las dos lenguas cooficiales, sino algo tan básico como una educación construida sobre el eje de la única lengua de España que es la lengua común. Hasta que los dos únicos requisitos pedagógicos para poder enseñar en cualquier escuela pública de España sean el dominio de la materia y el dominio de la lengua común, no habrá nada que hacer.

Cuando salió la sentencia sobre el 25% en las aulas de Cataluña muchos salieron a celebrarlo como una victoria. “No valdrá para nada”, dijeron los agoreros. Como casi siempre, tenían razón. Las exigencias bienintencionadas o gradualistas suponen salir a perder por la mínima, y este partido terminó hace ya varias décadas.

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