En apenas ocho días, el nivel de bronca en el Congreso de los Diputados ha crecido hasta extremos que hace poco no lográbamos siquiera imaginar: parecía imposible que esa gente llegase a comportarse aún peor. La diputada de Vox Carla Toscano provocó una barahúnda inaudita al llamar “libertadora de violadores” a la ministra de Igualdad, Irene Montero, y al afirmar que su único mérito era “haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”.
Unos días después, a otra diputada del partido de extrema derecha, la malagueña Patricia Rueda, le retiraba la palabra el presidente en funciones de la Cámara después de que su señoría llamase “filoetarras” a no se sabe quién, hay que suponer que a algunos de los apoyos parlamentarios del gobierno. El grupo parlamentario de Vox abandonó teatralmente el hemiciclo y habló de "censura" de la presidencia. Qué otra cosa iban a decir. Estaban los periodistas delante, estaba la tele.
Ayer mismo, una tercera diputada de ultraderecha (Patricia de las Heras) aprovechaba un debate sobre el sector ferroviario para asegurar que el Gobierno cede ante “comunistas, golpistas, separatistas, malversadores (…) que defienden a condenados por terrorismo, pederastas y violadores”. ¿Tenía eso algo que ver con los trenes? No, pero qué más da. Nueva (e inútil) recriminación de la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet.
Estas barbaridades, estas zafiedades, estas provocaciones, ¿son casuales? ¿Fueron fruto del ingenio (por llamarlo de alguna manera) de las tres diputadas, a quienes se les calentó la boca en el fragor del debate? Yo creo que no. Son deliberadas. Están perfectamente planeadas y proceden, me parece a mí, de una causa fundamental: las encuestas, los sondeos electorales. Después del caso Olona, cuyos dimes y diretes están a la altura argumental de Las bravías (sainete de Ruperto Chapí basado en La fierecilla domada, de Shakespeare), el partido que acaudilla Abascal no deja de perder votos, dicen las encuestas. Si las elecciones se celebrasen hoy, Vox perdería entre diez y trece diputados. A duras penas llegaría a los 40 escaños. Y eso, naturalmente, no se puede consentir. Hay que hacer algo. ¿Qué? Pues lo de siempre: subir el listón de la ordinariez, de la chabacanería, del matonismo.
Mmmm, veamos, ¿cómo va Podemos en las encuestas? Pues mal. Ahora tiene 35 escaños. Perdería alrededor de diez. Baja más despacito que Vox, pero baja
¿Son los únicos que hacen eso? No, no lo son. La misma presidenta del Congreso, Batet, se vio obligada a reprender nada menos que a una ministra, Irene Montero, de Unidas Podemos, por vocear en el hemiciclo que el PP “promueve la cultura de la violación, que pone en cuestión la credibilidad de las víctimas”. Es cierto que Montero lleva días muy exaltada después de acoceamiento personal que le destinó la diputada Toscano, pero ¿dijo eso de la violación solo por ese motivo? ¿Nada más? Mmmm, veamos, ¿cómo va Podemos en las encuestas?
Pues mal. Ahora tiene 35 escaños. Perdería alrededor de diez. Baja más despacito que Vox, pero baja. Y eso, naturalmente, no se puede consentir. Hay que hacer algo. ¿Cómo qué? Pues a la vista está: inflamar a las masas, que andan medio mohínas y aliquebradas. Como decía ayer mismo este periódico, en el gobierno están hasta el mismísimo gorro de la señorita Montero. En Podemos, que tiene desde hace tiempo unos problemas de articulación y de liderazgo muy serios, están todos de acuerdo al menos en una cosa: en estar también hasta el mismísimo gorro de la señorita Montero. Y es probable que la propia señorita Montero esté también lasta el gorro de sí misma. Motivos no le han de faltar.
El aumento deliberado de la vocinglería, la transformación de la sede del poder legislativo (el templo de la soberanía popular) en un putiferio al estilo de Sálvame, tiene un efecto evidente y muy difícil de revertir: el descrédito del sistema parlamentario y, por lo tanto, de la democracia representativa. He dicho “deliberado”. ¿Lo es? Yo creo que, en el caso de la extrema derecha, no cabe la más mínima duda. Esa gente no cree en la democracia tal y como se entiende el término en los países civilizados. Lo suyo es una autocracia al estilo de Hungría, Bielorrusia o Guinea. ¿Y los otros? Estoy convencido de que, utopías y eslogans aparte, los otros no saben lo que quieren, hacia dónde van, qué país sueñan que seamos.
Siguen las ideas vandálicas de su maestro, Donald Trump: nunca jamás hay que pedir perdón, nunca hay que disculparse, nunca hay que dar un paso atrás
El vergonzoso espectáculo (porque no es nada más que un espectáculo) que vemos día tras día en el Parlamento, cada vez más agusanado, son los gritos; los susurros son lo que suena al ver las encuestas y tragar saliva, con cierto sudor en la frente. Pero el resultado es el que tienen previsto y la estrategia no es ni siquiera original, no se les ha ocurrido a ellos. ¿Por qué los diputados de ultraderecha se niegan a retirar sus chulescos ultrajes, aunque se les pida (con el reglamento en la mano) que lo hagan? Pues porque siguen las ideas vandálicas de su maestro, Donald Trump: nunca jamás hay que pedir perdón, nunca hay que disculparse, nunca hay que dar un paso atrás.
Aunque sea evidente que uno ha quedado como un imbécil y como un traidor a su país. No importa. Si te dejan en ridículo, atácales tú. Si te plantean argumentos, tú insúltales. Berrea, hazte el gracioso, gesticula. Eso funciona. ¿Con todo el mundo? Está claro que no, pero hay mucha, muchísima gente con la cabeza enloquecida, gente harta o depauperada, gente decepcionada (ah, es maravillosa, utilísima, la gente decepcionada; hay que decepcionarla mucho más) que no piensa y que siguen al que grita más, al que miente mejor, al más bestia o al peor educado. Esos son, pobres idiotas, los que nos llevarán adelante, dicen los salvapatrias. Y para conseguirlo hay algo que no hay que tener jamás: vergüenza. Pudor. Dignidad. Todo vale, por más asqueroso que sea. Sobre todo si es asqueroso.
Esas son las ideas que le metieron en la cabeza a Trump personajes tenebrosos como Steve Bannon, Roy Cohn o Roger Ailes. Esas son las ideas que hicieron que Hitler y Mussolini lograsen convencer a alemanes e italianos de que la única solución eran ellos. Esas son las ideas que alentaron o alientan a Mosley, Salvini, Le Pen (sobre todo el padre), Orbán, Berlusconi o Maduro, por poner solo unos pocos ejemplos, que hay muchos. ¿Democracia? ¿Respeto? ¿Convivencia en paz? ¿Constitución? ¿Estado de derecho? Eso es para mariquitas. Aquí lo que hace falta es alguien que tenga, como decía un antiguo torero, las tres B: balor, boluntá y buebos.
Libertadores de violadores. Filoetarras. Golpistas. Defensores de violadores o de la cultura de la violación. Venga, más madera. ¿Que todo eso ayuda a poner en peligro, en un peligro cada vez más serio, al país, al sistema democrático? Bueno, ¿y qué? ¿Qué pasa por eso? Lo que cuenta es que calienta la cabeza a la gente que nos aproximará al poder, aunque sea a empujones, a gritos o a golpes. Y el poder, camaradas, es lo único que cuenta. Repito: lo único.
¿De verdad se dan cuenta de lo que están haciendo?
Lo peor es que todo hace pensar que sí. Que se dan cuenta perfectamente. Ya lo que dicen las p… encuestas.
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