Peleón y optimista como pocos, el presidente Trump ha hecho del desequilibrio comercial fruto de los tratados internacionales en la materia, negociados por los lobbies emparentados con clintons y bushes, con su piratería global y doble rasero contra su país, uno de los caballos de batalla de su discurso político. En un año con elecciones de mitad de mandato y en un ambiente político muy tenso, con su guerra de memos, fruto en parte de una forma de gobierno basada en la desconfianza hacia los políticos que les hace estar en un continuo control y lucha mutua, los inversores afrontan el optimismo irredento de su presidente, las subidas de tipos, la contracción monetaria, que vimos en "¿El crash de Yellen?" , y una bolsa que, paradójicamente, después de tantos subidones, está un poco más barata, la misma a la que ahora el ínclito Alan Greenspan sí califica de burbuja. En esa atmósfera inflamable, la política comercial de Trump será clave, así que explorémosla.
La necesidad de crecimiento
Como fuente de crecimiento, entre otras, Trump ha fijado su mirada en el comercio internacional y, tras empezar fuerte vendiendo armas a las satrapías del Golfo y poniéndolas firmes, entró en negociaciones con Corea del Sur y Japón para luego pasar a los acuerdos con Canadá y México, país este último del que ya ha vuelto una fábrica de camiones Chrysler y la Carrier, que debe su nombre a Willlis Carrier, inventor del aire acondicionado y neoyorkino como Trump, sector en el que, como en muchos otros, multitud de empresas piratean y quitan clientes a los estadounidenses. Tras negociar con esos países, es lógico que vengan Alemania - cosa que nos afectará directamente - y China, que Trump va de menor a mayor dificultad según su costumbre.
Acostumbrados como estamos a políticos sin oficio ni beneficio que gustan de predicar sobre "lo que debería ser", algo en lo que todos nos podemos poner "estupendos", entrar en "lo que es", con sus complejidades, se torna aburrido y, por ejemplo, hablar del componente "local" en el tratado con México y Canadá, tema que discuten ahora, o que sus ventas, como las de armas, requieren años en materializarse, son temas que no interesan, se quiere lo inmediato, magia. Aún así, los estadounidenses piensan mayoritariamente que Trump es el presidente con más capacidad de cumplir sus promesas. ¿Lo está haciendo? "Does he deliver?" Veamos datos.
La Cuenta Corriente
Así se denomina a la cuenta de la Balanza de Pagos que salda el comercio internacional de bienes, servicios y rentas de un país. Como pueden ver en la siguiente, la de Estados Unidos es deficitaria y además de forma estructural, una anomalía económica insostenible en toda regla en cualquier economía y, agotado el ciclo largo, ahora también lo es para la economía americana. Ricardo Hausman explica esa anomalía por lo que llama la materia oscura (lo vimos), pero no es así, simplemente es un déficit financiado con operaciones de balance (Cuenta Financiera de la Balanza de Pagos), fruto de la creación y salida a bolsa de innumerables empresas nacidas del motor del ciclo largo (electrónica, TIC, etc.), que luego se localizaban globalmente según intereses estratégicos, y de la necesidad de una moneda internacional. Ahora, agotadas esas fuentes, la brecha se ha de cerrar.
La posición de Trump está clara: trabajar para arreglar los malos tratados comerciales, exigiendo reciprocidad y justicia, protegiendo a los trabajadores americanos y la propiedad intelectual aplicando la legislación americana al respecto y aquí, que somos el reino de la piratería, el mesianismo y el desempleo endémico, todo eso suena a herejía derechista. El caso es que Trump ha dado un golpe de timón y la nave se mueve, lentamente, como no puede ser de otra manera, pero se mueve, como muestra la mejoría del tercer trimestre que se ve en la gráfica y que seguro parecerá poco a los que creen en la magia.
¿Y cómo van los pedidos exteriores?
Y en concreto los de manufacturas, sector prioritario para el presidente. Tras un comportamiento cíclico de libro, han superado el máximo anterior y, seguramente, irán a más, que los ánimos han cambiado y ahora su maquinaria diplomática no está a promover las entelequias zapateriles de Obama que tanto enriquecen al Establishment.
Parte importante de su política es desmantelar un sistema fiscal y regulatorio que no solo dañaba la producción local, sino que casi parecía pensado para fomentar la importación y favorecer la deslocalización; dicho cambio, lógicamente, tiene desquiciados a los lobbies globalistas enriquecidos a costa de que unos treinta millones de estadounidenses dejaran la clase media para pasar a recibir ayudas alimentarias, llegándose a exabruptos como el del "analista" Jonathan Tasini, que celebró la muerte de congresistas republicanos en un accidente de tren en un exabrupto digno de nuestro guerracivilismo.
Alemania y la "guerra" comercial
En la cumbre de Davos, Trump se reunió con líderes corporativos europeos, ningún español, casi todos alemanes de esos que mueven los hilos tras la señora Merkel. Por solo citar tres, decir que había un inexplicable monopolista de software y proveedor de la fuerzas armadas estadounidenses, la hija de la IG Farben, que compró la americana Monsanto ("menudo par de dos") y, lógicamente, Siemens; algunos de ellos son proveedores de Trump y todos tienen intereses en Estados Unidos, donde se benefician de su excelente red de universidades y centros de investigación. Poco después de esa reunión, el Deutsche Bank ("otro que tal"), pronosticaba que General Electric sería expulsada del índice Dow Jones por sus malos resultados; normal, tanto hacer sitio a otros produce esas cosas y, al final, igual te echan de tu casa, como con los que imponen la emigración descontrolada. En agradecimiento a la Pax Americana, los davosianos coquetean con la tiránica China, quien ya es un competidor serio del liderazgo estadounidense y, displicentes, dan a India el estatus de "actor global". Eso sí, el malo es Trump. Cría cuervos. Vista la actitud alemana en Ucrania y sus "todo o nada", el conflicto a futuro es casi seguro.
¿Y el 2018 qué?
Pues a tenor de los primeros resultados de crecimiento (siguiente gráfica) y visto el perfil cíclico, no está mal pues dados los bajos niveles de paro y la inercia sistémica es difícil crecer más allá del aumento de la productividad y de la población.
Llegado este punto hay que decir que los Estados Unidos ya han digerido la anterior crisis, estando consumidores y empresas en buen ánimo (siguiente gráfica) para entrar en una nuevo período de expansión dentro de todos los riesgos y limitaciones comentados.
Con eso en mente y estando en año electoral, con las rebajas fiscales a empresas y particulares más un reparto puntual de beneficios salariales, es muy difícl que Trump pierda la mayoría en el Congreso y, salvo imponderables, como que el nuevo presidente de la FED sea un talibán que siga a piñón fijo el plan de Yellen, no debería haber recesión en 2018.
A más largo plazo, el Congreso salido de esas elecciones de este año decidirá un plan de infraestructuras federal, estatal y municipal, próximo a 1,5 billones de dólares, o un 7% del PIB, algo que, en principio, potenciaría el crecimiento a largo plazo. Si las cosas no salen bien, como desean los Establishments de Estados Unidos y Europa, entonces sí se empezará a exprimir el comercio internacional, pues a Estados Unidos no le queda otra dados sus elevados niveles de deuda y escaso ahorro interno. Pero esos son temas que exceden el 2018.
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