Opinión

Guerra en las redes

La idea de que las tecnológicas son proveedores de información apolíticos y neutrales siempre fue errónea, la guerra de Ucrania lo ha terminado de demostrar

Si desde la guerra de Vietnam todas las guerras han sido televisadas, la que empezó a finales de febrero con motivo de la invasión rusa de Ucrania está siendo retransmitida en directo a través de las redes sociales y las plataformas de vídeo online. La mayor parte de fotografías y vídeos que nos han llegado lo han hecho a través de Twitter, Facebook, TikTok, Instagram o YouTube. Si queremos información de última hora o contemplar imágenes del asedio de tal o cual ciudad ya no encendemos el televisor o buscamos en el diario, abrimos la aplicación de una red social y dejamos que el algoritmo que la gobierna nos oriente. La guerra se libra en los campos y ciudades de Ucrania, pero también en las pantallas de nuestros teléfonos móviles. Esto ha colocado en serios aprietos a las empresas tecnológicas que tratan de gestionar todo ese aluvión de datos que está pulverizando sus políticas de contenido.

La razón es fácil de adivinar, en la era digital las plataformas de Internet están indisolublemente unidas al poder. Los Gobiernos se valen de Twitter, de Facebook, de YouTube o de TikTok para difundir su propaganda, sembrar división, intimidar a sus críticos y promover sus agendas políticas. Pero, junto a esto, los movimientos de defensa de los derechos humanos y los periodistas recurren a las mismas plataformas para informar, movilizar a sus seguidores, denunciar los abusos del poder y organizar manifestaciones contra los gobiernos.

Todo eso ya existía antes, los teléfonos móviles de hace tres o cuatro años eran ya de altas prestaciones y las redes 4G habitaban entre nosotros, pero la pandemia aceleró este proceso. Nos tuvo recluidos en casa durante mucho tiempo, lo que llevó a mucha gente de cabeza a las redes sociales y a los nuevos canales de contenido como YouTube o las plataformas de podcasting. Nunca tantos habían estado conectados durante tanto tiempo. Pasamos muchas horas mirando el móvil y seleccionamos el contenido que queremos que nos llegue. Buena parte de la población mundial se informó de todo lo relacionado con la pandemia a través del móvil y no ha abandonado ese hábito, por lo que la de Ucrania está siendo la primera guerra en la que internet no es la única, pero si la primera fuente de noticias.

Mark Zuckerberg, el fundador de la empresa, llegó a decir en una entrevista que su misión no era vigilar que en Facebook se negase el holocausto o se diese rienda suelta a todo tipo de teorías de la conspiración

Esto ha supuesto un cambio radical en la forma en la que las plataformas de internet gestionan su negocio. La guerra ha hecho añicos el mito de la neutralidad. Desde que aparecieron durante la primera década del siglo, los gigantes de las redes sociales aseguraban que eran plataformas neutrales, se limitaban a facilitar que se compartiese contenido, pero no eran responsables del mismo. El debate sobre la neutralidad de la red se abrió hace años coincidiendo con los reiterados problemas que ha tenido Facebook, la mayor de todas las redes sociales. Entre 2016 y 2017 la empresa sufrió mucha presión tras el referéndum del Brexit y la campaña electoral en Estados Unidos. Les acusaban de facilitar la desinformación y servir de privilegiado púlpito a quienes la difundían. Mark Zuckerberg, el fundador de la empresa, llegó a decir en una entrevista que su misión no era vigilar que en Facebook se negase el holocausto o se diese rienda suelta a todo tipo de teorías de la conspiración.

En su defensa argüían que ellos ponían la plataforma y se abstenían de valorar lo que se publicaba en ella. Se limitaban a distribuir información, no a crearla. No eran periódicos, sino algo parecido a plazas virtuales en las que la gente llega y dice lo que le parece. Fue entonces, y tras mucha presión por parte de los Gobiernos, cuando empezaron los bloqueos a ciertos usuarios que violaban los criterios de contenido. El bloqueo más célebre de todos fue el de Donald Trump en enero de 2021 tras el asalto al Capitolio. Meses antes Twitter había empezado a etiquetar a los medios estatales como fuentes gubernamentales para contextualizar las opiniones vertidas en sus tuits.

La guerra en Ucrania ha destruido lo poco que quedaba de neutralidad. Las plataformas han tomado partido oponiéndose firmemente a la invasión. Se han sucedido los bloqueos y en YouTube se han llegado a eliminar más de mil canales que difundían propaganda rusa. Facebook ha restringido el acceso a los medios oficiales rusos RT y Sputnik dentro de la Unión Europea y ha prohibido a los medios estatales rusos publicar anuncios o monetizar la plataforma en todo el mundo. Twitter ha interrumpido la publicidad en Ucrania y Rusia y ha reducido la visibilidad de los tuits publicados por los medios de comunicación del Estado ruso.

Ya no operan simplemente como proveedores neutrales. Ahora hacen juicios de valor sobre cómo los Gobiernos se valen de sus plataformas en tiempos de guerra y qué tipos de discurso pueden ser considerados propaganda

Pero no han sido sólo las plataformas de redes sociales las que han tomado medidas. Otras empresas tecnológicas han seguido su ejemplo. Apple ha suspendido sine die todas las ventas en Rusia. Spotify ha cerrado su oficina en el país, ha interrumpido el servicio y ha eliminado todo el contenido de RT y Sputnik. Netflix también ha dejado de estar disponible en Rusia. La decisión de abandonar la pretensión de neutralidad mete a las empresas tecnológicas en una nueva era que plantea algunas cuestiones importantes. Ya no operan simplemente como proveedores neutrales. Ahora hacen juicios de valor sobre cómo los Gobiernos se valen de sus plataformas en tiempos de guerra y qué tipos de discurso pueden ser considerados propaganda. Esto va en contra de los criterios de contenido que imperaban desde su nacimiento, lo que les obliga a reescribirlos desde cero y dejar las cosas claras.

Las redes sociales ya son medios de comunicación y como tal deben ser tratados. En los regímenes dictatoriales lo vienen haciendo desde hace tiempo sin que las empresas rechisten. Si quieren mantener su negocio allí han de someterse. En Vietnam, por ejemplo, Facebook aceptó censurar sin recato a los usuarios que publicaban opiniones contra el Gobierno. Primero remoloneó, luego se avino porque el Gobierno vietnamita desconectó los servidores de la empresa. En Nigeria, el gobierno suspendió el acceso a Twitter durante varios meses hasta que la empresa accedió a abrir una oficina en el país y trabajar con el gobierno para establecer un “código de conducta”, algo que la oposición teme que pueda poner en peligro la libertad de expresión.

La guerra contra las tecnológicas ha alcanzado su punto álgido coincidiendo con la invasión de Ucrania. Facebook decidió vetar en su plataforma a los medios de propaganda rusos al tiempo que admitía la propaganda del Gobierno ucraniano

Rusia no ha sido una excepción. Según informaba el Washington Post, hace unos meses agentes de la inteligencia rusa hicieron una visita a los directivos de Google y Apple en el país. Les exigieron que retirasen de sus tiendas de Google Play y la AppStore una aplicación creada por la oposición para votar en contra de Putin. O la eliminaban o las dos empresas serían multadas y los directivos encarcelados. El Gobierno ruso ha intentado bloquear sin éxito la aplicación de mensajería Telegram por negarse a compartir claves de cifrado con los servicios de seguridad del Estado. La guerra contra las tecnológicas ha alcanzado su punto álgido coincidiendo con la invasión de Ucrania. Facebook decidió vetar en su plataforma a los medios de propaganda rusos al tiempo que admitía la propaganda del Gobierno ucraniano. Esto ha llevado al Gobierno ruso a prohibir Facebook e Instagram dentro del país.

Rusia no es el único Estado que carga contra las tecnológicas. El Gobierno de Narendra Modi en la India ha acusado a las redes sociales de colonialismo digital. En mayo del año pasado el Gobierno envió a un escuadrón de élite de la policía a la sede de Twitter en Nueva Delhi para intimidar a sus directivos y obligarles así a retirar una serie de tuits de varios opositores. No hizo falta mucho más, los retiraron sin protestar. Google sigue una línea de contenido similar en la India. Entregó a la policía los datos de un activista climático que había compartido un documento que proporcionaba recursos para los manifestantes. En Turquía, Erdogan ha promulgado leyes para que obligar a las plataformas de redes sociales a eliminar el contenido que indique el Gobierno.

Ante semejante panorama las empresas tecnológicas han preferido adaptarse a las nuevas regulaciones represivas antes que abandonar mercados muy lucrativos. Son empresas a fin de cuentas y lo primero que miran es la cuenta de resultados. TikTok, por ejemplo, cuya sede central está en China, ha prohibido la propaganda rusa en Occidente, pero, a la vez, ha eliminado el contenido problemático en Rusia. Hay dos TikTok, uno para los occidentales y otro para los rusos. Habría incluso un tercero, el TikTok chino debidamente purgado de contenido incómodo para el régimen.

En China advirtieron hace tiempo el peligro de las redes sociales para la estabilidad política. En 2010 prohibieron el acceso a Google y Facebook. Eso permitió que apareciesen servicios como WeChat, desarrollada por Tencent, un gigante tecnológico estrechamente vinculado con el Partido Comunista. WeChat sirve como un poderoso instrumento de vigilancia y censura para el Estado. Los servicios de inteligencia monitorizan lo que se habla dentro de la aplicación mediante el filtrado de miles de millones de mensajes conforme a palabras clave. En Rusia el buscador Yandex sólo permite a quince medios de comunicación aprobados por el Kremlin publicar titulares. En la India, el Gobierno promueve la plataforma Koocomo como alternativa a Twitter. La coerción y la competencia han llevado a las redes sociales con sede en Estados Unidos a aceptar las condiciones que les imponen los dictadores y los Gobiernos autoritarios.

Han cedido de forma más o menos silenciosa ante las peticiones de censura y han aceptado acuerdos con los Gobiernos cuando su supervivencia dependía de ello

Como vemos, la guerra de Ucrania ha llegado en un momento en el que estas plataformas están siendo cuestionadas y presionadas en todo el mundo. Durante los últimos quince años las empresas tecnológicas han evitado tomar decisiones difíciles sobre dónde operan y cómo tratan con los Gobiernos. Han cedido de forma más o menos silenciosa ante las peticiones de censura y han aceptado acuerdos con los Gobiernos cuando su supervivencia dependía de ello. La invasión de Ucrania, las atrocidades del ejército ruso en el país, la censura que su Gobierno ha desatado contra los disidentes y la presión que reciben en Occidente para que reduzcan su actividad en países autoritarios pone a las plataformas contra las cuerdas.

Facebook, Twitter o YouTube deben aprender a sobrevivir en un entorno global cada vez más tenso en el que los gobiernos están decididos a imponer sus puntos de vista e intereses. Los países occidentales quieren también regular el funcionamiento de estas plataformas equilibrando la libertad de expresión al tiempo que eliminan la desinformación y la propaganda. La idea de que las tecnológicas son proveedores de información apolíticos y neutrales siempre fue errónea, la guerra de Ucrania lo ha terminado de demostrar.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP