Opinión

De la guerra contra la pandemia

En una sociedad democrática la unidad no puede imponerse al pluralismo ni la lealtad excluye el disenso o el libre ejercicio de la crítica

"Demasiadas veces nos hemos confundido los seres humanos a la hora de identificar a nuestros enemigos, pero esta vez es importante no equivocarnos, porque esta vez estamos ante nuestro verdadero enemigo que es la pandemia y el virus. Es un enemigo de todos y todos debemos combatirlo unidos". Son palabras del presidente del Gobierno en su alocución del 14 de marzo, cuando explicó a los ciudadanos las severas medidas adoptadas por el Consejo de Ministros con la declaración del estado de alarma. El sentido, obviamente, es figurado.

De principio a fin la intervención de Pedro Sánchez estuvo trufada de expresiones bélicas. "El objetivo de esta batalla contra el virus es reducir su propagación y después eliminarlo". A tono con ello reclamó esfuerzo y sacrificios para conseguir el primer objetivo: "Doblegar la curva de propagación del virus". También habló de victorias escalonadas: "La victoria sobre el virus comenzará cuando el número de altas médicas sea superior al de nuevos infectados, La victoria será mayor cuando caiga en picado la propagación a nuevos enfermos (…). Pero la victoria será total cuando además de eliminarlo contemos con una vacuna que evite futuras pandemias". El día antes ya había anunciado por televisión que "estamos en la primera fase de un combate que libran todos los países del mundo y en particular Europa". En su última aparición pública el domingo pasado, volvió a remachar la misma idea: "Nadie puede ganar solo esta guerra, solo unidos venceremos al virus".

En resumen, se presenta la crisis como una contienda en la que todos hemos de movilizarnos, pues la victoria no se alcanzará sin ingentes sacrificios; incluso ya hablan de "economía de guerra"

Citas similares a éstas podrían extraerse de los discursos de otros líderes políticos, nacionales e internacionales. "Estamos en guerra, en un sentido auténtico, y luchamos contra un enemigo invisible", sostiene Donald Trump. Es un ejemplo más del modo en que la imaginería militar se ha propagado a la hora de hablar de la pandemia provocada por la Covid-19. Basta abrir la prensa para encontrar las metáforas bélicas por todas partes: la emergencia sanitaria es una batalla, una lucha, un combate; la epidemia es una invasión y el virus una fuerza hostil a la que hay que derrotar; los profesionales sanitarios forman la "primera línea de defensa" y se baten heroicamente para salvar vidas, expuestos al peligro y en muchos casos desprotegidos. El parte de bajas lo recuerda diariamente. En resumen, se presenta la crisis como una contienda en la que todos hemos de movilizarnos, pues la victoria no se alcanzará sin ingentes sacrificios; algunos hablan ya de "economía de guerra" o prefiguran los escenarios de la "posguerra".

En ese contexto, no puede extrañar que otros lleven la metáfora más lejos. "En esta guerra irregular o rara que nos ha tocado vivir o luchar, todos somos soldados", dijo el general Villaroya ante los medios. Las declaraciones del jefe del Estado Mayor de la Defensa sonaron ciertamente a arenga militar, pues no sólo recordó virtudes marciales como la disciplina y el espíritu de servicio, sino que concluyó instando a los ciudadanos a demostrar que "somos soldados cada uno en el puesto que nos ha tocado". Si tales expresiones no sorprenden mucho viniendo de un mando militar, sí que llaman la atención cuando los periodistas recurren a ellas: "Todos somos soldados en la guerra contra el coronavirus con o sin estado de alarma", ha escrito alguno en su columna. Son tiempos raros, desde luego.

Marco de referencia

El uso de la retórica marcial no es casualidad. En un librito sobre el lenguaje político que tuvo mucho éxito en su momento, George Lakoff explicó el papel que desempeñan las metáforas en la discusión pública. Como sabemos, metáforas y analogías nos permiten aprovechar de forma selectiva experiencias pasadas para entender lo que es nuevo o poco familiar. Evocan o activan ciertos marcos cognitivos de referencia, a la luz de los cuales interpretamos las nuevas situaciones y damos cuenta de los hechos. Esos marcos, en gran medida inconscientes, nos llevan a ver la situación de una cierta manera, centrando nuestra atención en ciertos aspectos de la realidad. Actúan, por así decir, como filtros de lo que es relevante e incluso aceptable; no sólo orientan la atención, sino que operan como guardagujas de nuestras inferencias y criban lo que cuenta como sentido común. De ahí su importancia para la comunicación política. De hacer caso a Lakoff, en política gana quien impone su marco de referencia: no sólo fija los términos de la discusión en provecho propio, sino que los esfuerzos de sus rivales por negarlos tendrán el efecto de reforzarlos ante el público. ¡No pienses en un elefante!

En una crisis sanitaria sin precedentes como la actual, es irresistible la pretensión de moldear las percepciones públicas acerca de lo que está sucediendo. ¿Quién habría imaginado a toda la población confinada en sus domicilios durante semanas y semanas? En las presentes circunstancias, la metáfora de la guerra sirve para alertar de la gravedad del peligro que encierra el virus, o de las vidas que hay en juego, pero sobre todo evoca la idea de una comunidad amenazada que debe reaccionar para defenderse, movilizando todos los recursos disponibles en un gran esfuerzo colectivo. Ahora la acción colectiva no consiste en unirnos a otros para trabajar en equipo o formar multitudes, sino en aislarnos unos de otros, usando la distancia social a modo de cortafuegos. Sea como sea, la respuesta colectiva supone un alto grado de organización y coordinación social, para lo cual hace falta disciplina y una cadena de mando única, que es la justificación del estado de alarma.

El campo de batalla

El uso de las metáforas bélicas para hablar de enfermedades no es nada nueva. Con ninguna se observa tan claramente como en el caso del cáncer. Nos hemos acostumbrado a hablar del trance como si fuera una batalla y se exhorta a los enfermos a que sean luchadores y venzan a la enfermedad. Pero si mis células cancerosas crecen descontroladamente, ¿soy yo el campo de batalla, el ejército invasor o el soldado que repele la agresión?, se preguntaba una paciente. De la necesidad de tener cuidado con esas metáforas advirtió precisamente Susan Sontag en un ensayo memorable, pues corremos el riesgo de acabar culpando al enfermo por no tener la actitud correcta o no haber luchado lo suficiente. "El efecto de la imaginería militar en la manera de pensar las enfermedades y la salud está lejos de ser inocuo. Moviliza y describe mucho más de la cuenta y contribuye activamente a estigmatizar a los enfermos", dejó escrito. Sabía de lo que hablaba por experiencia propia.

Esos efectos nocivos son perceptibles igualmente si del caso individual pasamos a contemplar la enfermedad como fenómeno social. Todo precaución es poca cuando hablamos de enfermedades altamente contagiosas como el coronavirus, pues cualquier enfermo o sospechoso de serlo podría ser considerado como una potencial amenaza y tratado como tal. No es lo único que debería inquietarnos políticamente si consideramos, como decía Sontag, que la guerra "es una emergencia para la que ningún sacrificio parece excesivo". De la magnitud de los sacrificios que se están exigiendo a los ciudadanos españoles basta considerar la suspensión general de un derecho fundamental como la libertad de circulación, acerca de cuya constitucionalidad caben serias dudas. Pero el "cueste lo que cueste" no cabe en una democracia constitucional, incluso en tiempos de crisis, cuando están en juego los derechos y libertades de los ciudadanos.

De ahí que me guste tan poco la imagen de que todos somos soldados o la retórica castrense fuera de los cuarteles. Pues sugiere que, al igual que los militares, el conjunto de los ciudadanos podríamos ver limitados nuestros derechos por mor de la disciplina, la eficacia y la obediencia al mando, entre ellos alguno tan fundamental como la libertad de expresión y de discusión. Cierta desconfianza no está de más cuando se nos insta a "cerrar filas", o se reclama insistentemente "unidad y lealtad", como hace el presidente del Gobierno. En momentos de crisis en los que el Ejecutivo se dota de poderes excepcionales, es más necesaria que nunca la vigilancia acerca de cómo se ejercen esas potestades y la activación de los mecanismos institucionales de control. Que es tanto como recordar que en una sociedad democrática la unidad no puede imponerse al pluralismo ni la lealtad excluye el disenso o el libre ejercicio de la crítica. Como medida profiláctica, hagamos a Sontag y librémonos de las metáforas bélicas.

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