La misma mañana del sábado 7 de octubre, en un discurso en directo para la cadena de noticias Al Jazeera, el líder del Movimiento de la Resistencia Islámica -la organización terrorista político-paramilitar Hamás-, Ismail Haniyeh, se mostraba eufórico por el acto de barbarie más salvaje, perpetrado contra ciudadanos israelíes, que el mundo estaba a punto de contemplar. Apenas unas horas después de que unidades de las Brigadas Ezzedin Al-Qassam, su brazo armado, rompieran la brecha de seguridad y penetraran en el territorio del Estado de Israel, entregándose a una orgía de violencia, barbarie y locura no vista desde el nazismo y los asesinatos en masa en el Este de Europa, la cadena qatarí daba también voz al comandante de las fuerzas armadas de Hamás, Ghazi Hamad, quien explicaba, con todo detalle, la operación de aniquilamiento que sus combatientes habían llevado a cabo contra los soldados israelíes del puesto militar de Sufa y el sentido de peinar los kibutzin, las granjas agrícolas próximas a Gaza en su estrategia de avance por el centro y el norte de Israel.
Los videos de propaganda que Hamás iba subiendo a sus redes sociales, para consumo interno, pero también con la motivación psicológica que ya habíamos visto en el Estado Islámico o Daesh, sitúan el combate en el ámbito cognitivo de las ideas y la moral, y en un mesianismo religioso que excede lo territorial y político, aunque tenga derivadas políticas y geopolíticas de magnitud imprevisible. Con el simbolismo del eslogan Revolución de los que resisten, y el mismo nombre que se dio a la operación, Diluvio de Al-Aqsa, nos daba pistas del salto cualitativo que Hamás ha emprendido con esta acción en la que, abiertamente, declara una yihad global contra la civilización occidental, enmarcada en el conflicto particular palestino-israelí.
Los revolucionarios occidentales y los progres subidos a la ola del wokismo se han aliado con los nacionalistas árabes y los fundamentalistas islámicos, desarrollando una narrativa que ha deshumanizado a los israelíes
El mesianismo irredento de Hamás, presente en el discurso de sus líderes, legitima los brutales asesinatos -crímenes de guerra si nos acogemos al mismo Derecho Internacional- como el comienzo de la batalla redentora islámica por Palestina. Y se sirven de las ideas modernas de la revolución y las causas, supuestamente justas y humanitarias que defienden los movimientos seculares en Occidente, para justificar el heroísmo de una superioridad moral genocida. Palestina no es un lugar geográfico, por mucho que los tontos útiles de la izquierda y las organizaciones como Free Palestine griten consignas contra los que consideran extranjeros perpetuos, desarraigados o ilegítimos habitantes de una tierra robada. En nombre de un imperialismo mal entendido y una disonancia cognitiva trufada de ignorancia y maldad, los revolucionarios occidentales y los progres subidos a la ola del wokismo se han aliado con los nacionalistas árabes y los fundamentalistas islámicos, desarrollando una narrativa que ha deshumanizado a los israelíes y, por extensión, a los judíos del mundo.
La tradición de legitimar toda forma de violencia contra Israel tiene su poso en prejuicios culturales y sociales muy arraigados en el pensamiento cristiano e islámico, y que el antisemitismo, hoy disfrazado de antisionismo, se encarga de amplificar. La nakba y la tergiversación y victimización de la causa palestina despierta un fervor irracional hasta el punto de que las celebraciones contra asaltos o atentados contra ciudadanos israelíes o minorías judías en Occidente no sólo son jaleadas y aplaudidas en las redes sociales y en las calles de Cisjordania, Gaza, Egipto o Jordania, sino también en las nuestras, donde la empanada mental y la maldad de muchos dirigentes políticos, académicos y medios de comunicación les ha impedido condenar sin paliativos un acto de barbarie grotesco en el que se ha secuestrado, violado, ultrajado, humillado, asesinado, quemado vivo o extraídos órganos vitales en vida a israelíes por el mero hecho de ser judíos. El mal existe y las motivaciones son muy claras, por más que a la sociedad occidental el nihilismo en el que está instalada le impida verlo, o busque un oscuro interés particular en el escenario político israelí actual para justificar una acción política o geopolítica que apoye su narrativa. El mismo Haniyeh lo decía en la televisión qatarí: "Esta batalla no es sólo para el pueblo palestino o para Gaza. Gaza es la palanca para la resistencia y Al-Aksa la batalla de la nación islámica. Hago un llamamiento a todos los niños de la nación islámica, sin importar dónde se encuentren, a unirse a la lucha de los hombres que están escribiendo la historia con su sangre y con sus rifles".
Estamos en el marco de una pulsión primitiva e inconsciente, pero también en la elección vil y canalla de buena parte de nuestra dirigencia política, intelectual y mediática a favor de un grupo terrorista frente a un Estado democrático. En esta guerra sin cuartel entre la civilización y la barbarie, no hay equidistancia posible. Eliminar para siempre las capacidades militares de Hamás y neutralizar la amenaza de Hizbollah en el norte para evitar una escalada regional del conflicto es un objetivo prioritario para las Fuerzas de Defensa de Israel, que, además, debe limitar daños innecesarios y evitar en lo posible bajas entre la población civil, sabiendo que la infraestructura militar se esconde en zonas civiles convertidas en objetivos militares en tiempos de guerra.
Se barajan varios escenarios, entre ellos la entrega del control administrativo a la Autoridad Palestina y el despliegue en la Franja de una fuerza de la ONU como garantía de Seguridad
La guerra contra Hamás y la desactivación de la violencia en la estructura política y social palestina debe definir objetivos políticos concretos y a largo plazo. Son muchas las incógnitas sobre el futuro político de Gaza, y se barajan varios escenarios, entre ellos la entrega del control administrativo a la Autoridad Palestina y el despliegue en la Franja de una fuerza de la ONU como garantía de Seguridad. De momento, Egipto canaliza la opción diplomática para el envío de ayuda a la Franja pero no abre su frontera. Lo último que quieren Egipto y Jordania es que los palestinos les desestabilicen sus territorios como ya lo hizo la OLP en los años 70 del pasado siglo.
Si la dirigencia palestina es inteligente, entenderá que esta es la última oportunidad que le va a dar la historia para normalizarse como pueblo
Hamás ha visto una ventana de oportunidad, que está aprovechando también Irán, para quebrar la voluntad de resiliencia de Israel y descarrilar el proceso de normalización abierto en la región tras los Acuerdos de Abraham. Pero, salvo la extrema izquierda más recalcitrante, el apoyo a Israel está siendo incondicional, también entre las cancillerías europeas, que parecen haberse caído del guindo ante tanto horror. A pesar del dolor de estos días, el horizonte geopolítico a medio y largo plazo puede ser optimista si el gobierno de Israel entiende que debe cuidar la forma en la que gestiona la desarticulación de la infraestructura de Hamás, que tiene que ser de la manera más quirúrgica posible. Los palestinos llevan años mintiendo y viviendo del victimismo y el relato distorsionado. Si la dirigencia palestina es inteligente, entenderá que esta es la última oportunidad que le va a dar la historia para normalizarse como pueblo y para demostrar que son capaces de convivir de manera civilizada en un mundo global.
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