Las cosas que unen a Ada Colau y a Ernest Maragall son muchas más de las que han querido dejar ver en esta campaña. Ambos comparten un profundo desprecio a España, a la Constitución, al ordenamiento jurídico, al castellano, a su cultura, y, por descontado a todos los que no comulgan con su ideario demagógico, populista, fatídico para la gestión de una ciudad con la complejidad de Barcelona. Estamos hablando de la segunda ciudad de España, la que, hasta hace poco tiempo, acogía el mayor número de ferias, de simposios, de congresos, de inversión hotelera, de talento que venía a esta tierra para encontrar su sitio. Todo se ha ido marchando, harto de esta antaño metrópoli importantísima y de referencia, en beneficio de Madrid, Valencia, Sevilla, Málaga o Donostia. Como las cuatro mil empresas que huyeron del proceso, todos los eventos que se han ido difícilmente volverán.
Con Colau eso se fue al garete por sus políticas en contra del turismo – una de las primeras fuentes de ingresos de la ciudad, si no la primera -, con sus ilegalidades en contra de hoteleros que, aún teniendo su licencia en orden, veían como Colau bloqueaba sus proyectos, teniendo como resultado que estos pleitearan y el ayuntamiento haya pagado con los impuestos de todos hasta la fecha más de cuarenta millones en indemnizaciones, por no hablar de la tolerancia con los narcopisos del Raval, los manteros en todo el casco antiguo, la permisividad, cuando no apoyo, a las mafias de okupas que son ya en este instante el primer motivo de victimización en las estadísticas de la Guardia Urbana, el incremento más que alarmante de peleas a machetazo limpio en las calles del Raval, los robos y abusos sexuales a plena luz del día en lugares tan céntricos como el Paseo de Gracia y, en fin, la dejadez más absoluta en todos los aspectos de la vida municipal.
Maragall, teniendo experiencia como gestor en el consistorio debida a los años que pasó como funcionario, primero de la mano del alcalde franquista José María de Porcioles, después con el socialista Narcís Serra, protegido del también franquista Narcís de Carreras, y, finalmente, todos los años en los que su hermano Pasqual ocupó el sillón de alcaldía, no va a poder ejercerla. Le frenará su ideología, ahora separatista. El lazo y la, independencia. Es lo prioritario, y, si no, que se lo pregunten al President Torra, que tiene a la Generalitat hibernada, pendiente solo de la Ratafía, las protestas de activista de pueblo, la asistencia a los actos de la ANC o de los CDR y, en suma, todo tipo de actuaciones que lo único que han conseguido es perjudicar muy seriamente a la economía y a la convivencia en esta tierra.
Habida cuenta que será forzoso pactar, a Colau y Maragall les hará falta buscar apoyos, que podrían encontrar en el socialista Collboni, siempre presto a lo que haga falta con tal de tener cargo y coche oficial
Habida cuenta que será forzoso pactar, a Colau y Maragall les hará falta buscar apoyos, que podrían encontrar en el socialista Collboni, siempre presto a lo que haga falta con tal de tener cargo y coche oficial, o incluso pactar entre ellos, o sumar también a los de Puigdemont, la malhadada candidatura que Elsa Artadi ha llevado a cotas de menos cero. Alguien decía en las redes sociales que la ex consellera era Clark Kent, por su parecido. Siguiendo con el símil, el ayuntamiento barcelonés ha sido siempre la kriptonita de la ex convergencia en el que se estrellaron nombres tan emblemáticos como Trías Fargas, Miquel Roca, Cullell o el propio Artur Mas.
Solo cuando los de Pujol colocaron al frente a Xavier Trías ganaron. Y eso fue posible porque se enfrentaba a un más que impresentable candidato socialista, Jordi Hereu, y también porque Trías, con una deriva actual hacia el separatismo extremo que no comparto, a pesar de mi cariño personal, era un señor de Barcelona, amable, humano, cordial y con sentido común.
En resumen, Barcelona ha quedado en manos de Ada Maragall o de Ernest Colau, que tanto monta, monta tanto. ¿Y de Valls, qué nos dice usted?, se preguntarán. Pues que la arrogancia francesa, los inútiles de los que se rodeó como asesores y su empecinamiento en no entender que esto es España y no Francia lo han llevado a sacar los mismos concejales que sacó Carina Mejías, y sin tantas alharacas. Ciudadanos debe hacérselo mirar, porque un candidato fuerte podría haber mejorado lo de Valls. La misma Carina o, ya que estamos, Jordi Cañas. Con Cañas de alcalde de Barcelona y Girauta de presidente de la Generalitat, la historia habría sido otra. Pero ahí entramos en las ucronías y hoy no es el momento. Por lo pronto, barceloneses y barcelonesas, agárrense, que vienen curvas. Parafraseando a la clásica, no te lo perdonaré nunca, Rivera.
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