Los analistas políticos coinciden en señalar que Vox ha sido el partido que salió peor parado de las últimas elecciones generales. Pierden veinte escaños y se quedan sin manera de entrar en el gobierno, dos malas señales pero no las únicas para calibrar el momento de una organización. “Serán los próximos en desaparecer, seguro”, me suelta un famoso columnista de la competencia. Es posible que el tiempo le dé la razón, aunque no apostaría por ello.
En todo caso, hay un logro que nadie les puede quitar: haberse hecho con un espacio político propio defendiendo posiciones antipáticas, por no decir demonizadas, que hace diez años resultaban impensables, desde el antiabortismo hasta la defensa de las tradiciones0 nacionales, pasando por el antiprogresismo militante. Representan ya a un sector social que, en momentos de baja marea reaccionaria, sigue convocando a más de tres millones de votantes. Aunque Vox desaparezca mañana, su existencia ha cambiado el debate político español, algo que no consiguió Ciudadanos. Librarse de tener que formar gobierno de coalición con el PP hará mucho mas sencillo profundizar en ese perfil propio, más social y menos tecnocrático. Y no terminar carbonizados como Podemos.
Vox ha definido su postura con un puñado de principios firmes e intuiciones certeras, aunque sin un programa concreto para las clases populares españolas, incluso podemos decir que sin un programa económico reconocible. “No sabemos todavía si son un partido liberal o proteccionista”, señalaba hace poco el filósofo Jorge Freire, uno de nuestros pensadores más afilados (y más prácticos). Esto confirma la potencia del espacio voxero, que no ha necesitado de grandes propuestas para llegar donde está, sino solo encarnar la oposición a consensos sociales y culturales acordados desde arriba hace cuatro décadas. ¿Dónde podría llegar el partido si articulase un programa social no progresista, sólido en el plano técnico?
Vox contra el desarraigo
Hay que señalar que una derecha social conviene tanto a los votantes progresistas como conservadores, aunque no a los neoliberales. Federico Jiménez Losantos echa humo por las orejas cuando Jorge Buxadé afirma que se arrepiente de haber militado en el Partido Popular pero no en Falange. Con esto se visibiliza que Vox y el Partido Popular ocupan dos orillas políticas distintas, una liberal y otra antiliberal, como corresponde a la mayor tradición católica de los verdes. Juan García Gallardo, vicepresidente de Castilla León, explicó en un mitin en Reus que la patria es un refugio para quienes no tienen nada, añadiendo que los ricos prefieren el globalismo “porque están protegidos por los unos y los ceros de sus cuentas bancarias”. Hay párrafos muy similares en el discurso de Reus y en otro de Iñigo Errejón por esas mismas fechas, con la diferencia de que el líder izquierdista es capaz de decir “país” trece veces en dos minutos, evitando siempre la palabra “España” para no enfadar a sus amigos de Bildu, CUP, ERC, PCE y Compromís.
“Cada vez son más los que sienten que el desarrollo tecnológico no ha traído derechos ni bienestar, solo beneficios para unos pocos y desarraigo para muchos", explica Carlos Hernández, historiador y nuevo diputado de Vox por Málaga
La campaña nos ha hurtado preguntas sociales importantes: ¿en qué nos beneficia y perjudica la Agenda 2030? ¿Por qué casi todos nuestros líderes se adhieren a ella sin que hayamos podido votarla? ¿Considera Vox, un partido profamilia, que es buena noticia la propuesta de Yolanda Díaz de ingresar 200 euros mensuales a los españoles por cada hijo a su cargo? ¿Tiene otras alternativas que la superen?¿En qué se parecen y se diferencian los modelos de la izquierda y la derecha a la hora de integrar a los inmigrantes que llegan a España? ¿Cómo vamos a evitar situaciones como las de Francia?¿Le da igual al progresismo nuestra caída brutal de la natalidad, por la que nacen cien niños menos al día en España que antes de la pandemia? ¿Qué modelos de acceso a la vivienda y de alcanzar salarios dignos están sobre la mesa? Seguramente los españoles prefieren escuchar respuestas sobre esto que quedarnos en la artificial batalla entre presuntos neofascistas y presuntos neocomunistas.
Tengo esperanza en que crezca esa derecha social. Estos días se ha publicado el libro colectivo Ser conservador es el nuevo punk (La Esfera), impulsado por la revista digital Centinela, donde varios jóvenes líderes antiprogresistas explican su enfoque sobre los nuevos conflictos sociales. El texto que abre fuego es del joven doctor en Historia Contemporánea Carlos Hernández, que acaba de ser elegido diputado por Vox en Málaga. Allí expone, a lo largo de cincuenta páginas, un imaginario conservador que puede desarmar a más de uno, donde reivindica las relaciones cercanas de los barrios y pueblos de clase trabajadora, en cuyas luchas y movilizaciones nunca vio “que a alguien le pidieran credenciales o carnés de militancia”. Hernández demuestra su amplitud de miras citando a autores como Christophe Guilluy, Christopher Lasch y César Rendueles, todos en las antípodas de la turboderecha liberal anglófila.
¿Frase clave de su tesis? “Cada vez son más los que sienten que el desarrollo tecnológico no ha traído derechos ni bienestar, solo beneficios para unos pocos y desarraigo para muchos. Cada vez son más los que no han encontrado la felicidad prometida por los vendedores de crecepelo de la ciudadanía mundial. Cada vez son más quienes quieren sentir que forman parte de algo, con independencia de sus filias y fobias parlamentarias”, explica. Si Vox consigue reforzar esta mirada seguramente ganemos un partido que deje de dar miedo a millones de españoles y ayude a defender conquistas, certezas y comunidades.
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