Al poco de que, en octubre de 2011, ETA anunciase el final definitivo de sus atentados, que no su disolución, una persona amiga me dijo: “Ahora ya no podréis negaros a hablar; ¿no decíais que sin violencia se podía hablar de todo?” Mi respuesta fue: “Claro que sí, ahora que nadie nos amenaza podemos hablar de lo que quieras, solo que no porque haya paz debes creer que te voy a dar necesariamente la razón. Es más, si te pones muy pesado, cambiaré de tema o me iré porque te equivocas si piensas que tengo alguna clase de deuda o de obligación para con tus ideas”. No le sentó bien.
Dicen que hablando se entiende la gente pero habría que añadir que solo cuando esa gente está dispuesta a entender la posición del otro. La casilla de salida de los nacionalistas catalanes es bien sabida, porque se han hartado de explicarnos lo del Estado explotador que les roba y que es enemigo de la democracia y de la libertad, contra el que se rebela “la Cataluña de verdad” (que es algo menos de la mitad de la Cataluña real). Tengo más dudas de que Torra y los suyos hayan entendido cuál es la posición política de la democracia española. El anterior Gobierno esquivó cualquier debate político y se limitó a la mera aplicación de la legislación vigente. El único discurso serio que hubo para aclarar los principios de la España democrática lo pronunció el Rey y resultó tan claro y rotundo que tampoco les sentó bien a los independentistas, como hemos podido comprobar en las últimas semanas.
En todo caso, este “hablar de todo” con el que se ha estrenado la nueva relación entre Sánchez y Torra tiene mucho de táctica de comunicación hacia terceros y muy poco de búsqueda de acuerdo entre los hablantes. Torra necesita aire para que no se ahogue la esperanza del discurso independentista entre sus fieles, mientras que Sánchez busca tiempo para que la sociedad catalana perciba un seny español dialogante y vaya regresando a posiciones de moderación, en las que el PSC pueda conseguir resultados y él mismo gane tiempo en La Moncloa.
De momento, y en estricto cumplimiento del protocolo oficial, Sánchez recibe a Torra en segundo lugar, después de reunirse previamente con Urkullu
Como vaticinaba Iceta el domingo en la entrevista de Gabriel Sanz, Sánchez alargará charlas como la de ayer mientras ofrece soluciones a problemas cotidianos de Cataluña, por ejemplo las inversiones pendientes en infraestructuras o la retirada de recursos sobre competencias. Seguirá poniendo buena cara y tratará, como se ha dicho, de que “la actuación del Estado sea visible y positiva en Cataluña”. Estrechará manos mes tras mes mientras espera que los ruidosos independentistas vayan perdiendo fuelle.
Y mientras tanto cumplirá la Ley, como hizo el viernes el Consejo de Ministros, recurriendo la moción del Parlamento catalán para avanzar hacia la independencia de Cataluña. Pero además resulta evidente que procurará poner a Quim Torra en su posición de presidente de una Comunidad Autónoma española, como ha hecho al endosarle al Govern la tarea de custodiar a los políticos catalanes presos o -nótese- recibiendo a Torra en estricto cumplimiento del protocolo oficial con las Comunidades Autónomas según la fecha de aprobación de su estatuto. Es decir, en segundo lugar, tras reunirse con Urkullu el pasado día 25.
Otra cosa es que haya quien, por definición, no se fíe del presidente del Gobierno. La semana pasada ya escuchaba improperios por trasladar a los políticos catalanes presos a cárceles cerca de sus domicilios, tal y como establece la normativa penitenciaria, sin que ninguno de sus críticos, cegados por sus propios recelos, fuese capaz de ver la jugada envenenada que le estaba haciendo a Torra.
No es mala cosa que ambos presidentes puedan hablar de todo, de autodeterminación incluida, claro que sí, y de respeto a la democracia, a sus modos y a sus leyes también. Tiene razón la consejera Artadi en que “se pueden explorar los caminos para seguir hablando", pero no por eso debería pensar que las cosa van a cambiar mucho. Hablar también podría servir para que los miembros del Govern, incluida ella, entiendan que ser nacionalistas no les da ningún plus de razón, ni hace que los demás estemos obligados a reconocérsela. Porque ese es el problema que tienen: que no piensan que quienes les rechazamos podamos estar haciéndolo desde una posición honesta y, menos aún, democrática. Lo mismo que le pasaba a mi amigo vasco, al que le parecía tan obvia su verdad que no entendía mi indiferencia.
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