Digamos la verdad, en política hasta el más simple sigue la norma impuesta por el Barça cuando la Oficina de Investigación del Fraude (ONIF) le requirió una base documental de los pagos realizados al tenebroso exárbitro Enriquez Negreira. Entonces un mangutero culé con muchos años de oficio dijo la verdad de las verdades,
-"Contrato escrito no hay, ¿lo decimos o nos hacemos el tonto?"
Y así, haciéndose un Laporta, van viviendo nuestros preclaros dirigentes, borrando los días del calendario al tiempo que agotan las legislaturas, pase lo que pase en sus partidos y mande quien mande en España. Yo creo que Saramago tenía razón cuando decía que ser comunista, socialista, o tener cualquiera otra ideología era una cuestión hormonal.
Mucho hablamos de la reforma de la Administración y de otras reformas que en España se eternizan desde los tiempos de Larra y el vuelva usted mañana. Pero acaso la más necesaria y urgente sea la de la preparación de los políticos que nos representan. Y miren, no señalo, porque en realidad la precariedad intelectual y moral se ha generalizado hasta el punto de que no siempre es fácil saber si el que habla sabe a quién representa. Cierto, todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros. No es lo mismo Feijóo que Abascal, ni Sánchez que Iglesias, aunque los estribillos que gastan recuerden melodías parecidas.
Ese líder embaucador y faltón, antes de hacer ¡fú! como los gatos del foro, quiso salvar a Podemos, renunció a una vicepresidencia, se inmoló a las en autonómicas madrileñas y fracasó
De las escuelas de verano de los partidos, en las que aprenden lo más indecente de una actividad que debería ser todo lo contario, y de los manuales de resiliencia y resistencia a cualquier eventualidad que pueda quitarles el cargo está llena el palomar de la Carrera de San Jerónimo y otros del mismo jaez. Claro está que no han llegado ellos, y ellas, por arte de birlibirloque a lugar tan placentero. Nosotros, la llamada ciudadanía, que es como llaman ahora aquellos que sienten sabor a ceniza en sus bocas cada vez que han de referirse a los españoles, colaboramos con verdadera devoción a que la situación no cambie.
Votar cada cuatro años es un entretenimiento. Vamos a las urnas como algunos van a misa los domingos, a un centro comercial o pasar el rato. Y así nos va. Por eso no yerran aquellos que aseguran que solo desde los efectos de una anestesia general se puede entender lo que pasa. Vamos a votar, por ejemplo, a un partido cuyo líder marca las estrategias desde las tertulias y los platós de la televisión, y no desde las Cortes Generales. Ese líder embaucador y faltón, antes de hacer ¡fú! como los gatos del foro, quiso salvar a Unidas Podemos, renunció a una vicepresidencia del Gobierno de España, se inmoló a las en autonómicas madrileñas, fracaso y decidió cambiar el escaño por un micrófono y un megáfono. La pobre Belarra hace que manda, pero no se entera mucho. Habla y no para de la culpa de los gobiernos europeos que ayudan con armas a Ucrania, pero ella parece olvidar que se sienta en un Consejo de ministros que ha decidido hacer lo que ella denuncia. Puesto que disiente, ¿Belarra se plante irse? No, claro.
Una señora sin ideas que, cuando le preguntan por su opinión sobre la ley que rebaja y excarcela a violadores y pederastas, responde con un: acuerdo, acuerdo, acuerdo
Cerca de Iglesias anda Yolanda Díaz, una señora que no parece comunista y que, aunque la puso quien la puso en la vicepresidencia, no sabe si esta con Irene Montero y su sólo sí es sí o está con los que desean su reforma. Yo Yolanda tiene un juguete que se llama Sumar, pero no sabemos lo que suma, intuimos -Sánchez sobre todo-, lo que quita y resta, pero desconocemos si se presentará o no a las generales. Salvando todas las distancias que hay que salvar a favor de Miquel Roca, a mí esta señora me recuerda aquel desastre de la llamada Operación Roca, que nació muerta antes de presentarse porque, entre otras cosas, la lideraba un político que militaba en otro partido. Un bluf, esa es la palabra. Una señora sin ideas que, cuando le preguntan por su opinión sobre la ley que rebaja y excarcela a violadores y pederastas, responde con un: Acuerdo, acuerdo, acuerdo unas veces, o diálogo, diálogo, diálogo, otras. Esa es su ciencia política. Podía hacer como un amigo mío, que cada vez que le preguntan por algo incómodo responde siempre igual: No lo sé porque lo ignoro.
Sostenía Tarradellas que en esto de la política se puede hacer de todo menos el ridículo. Quizá era verdad en los tiempos en que ser político era una actividad con tintes de seriedad. Ahí tienen a Macarena Olona afirmando exactamente lo contrario de lo que defendía cuando estaba en Vox. Entre la ignorancia y la mentita anda el juego de una mujer cuya única verdad es la nómina que ha hecho pública como abogada del Estado: Cerca de 8.000 euros. Vamos, que se hace muy bien la tonta y la loca.
Y ya puestos a hacer el ridículo, ahí queda el hilo de los mensajes que las pelotas de la calle Génova escribieron el día que Pablo Casado se suicidó en la Cope. Que entre los WhatsApp que alababan y bendecían aquella infortunada entrevista con olor a incienso y funeral estuvieran los de Elvira Rodríguez, Dolors Montserrat, Maroto, Montesinos, Olano y Andrea Levy: "Estupendo y clarificador Pablo, sereno y cercano". O este otro de Maroto: "Pablo, siempre ganas cuando, además de con la razón, hablas con el corazón". Y ahí siguen casi todos. En sus puestos. Supone uno que Feijóo los conoce bien. Estoy seguro de ello por lo que a Ayuso respecta. Pero no tengo tan claro que los recordemos el día que nos llamen a votar. Que ya se sabe que hay anestesias que duran cuatro años. Por lo menos.
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