No corren buenos tiempos en el que hasta hace unos años fue el campo barcelonés del Español, aquel cuidado tapiz del antiguo estadio de Sarriá en el que se vivieron momentos tan épicos como el mítico partido entre las selecciones de Italia y Brasil en el Mundial de España del 82, de imborrable memoria. Cuando el club vendió los terrenos para marcharse a otra parte, la épica dio paso a la lírica. De acoger las competiciones entre gigantes deportivos pasó a ser un jardín pequeño y correctamente cuidado a la medida del disfrute de sus principales usuarios, los niños y los perritos, ambos de gama pequeña, del barrio. De su antigua gloria conservaba una incierta vibración festiva, sus dimensiones, vagamente rectangulares, y el lustre de la hierba acompañada ahora por árboles y arbustos que facilitaban el juego de las criaturas y el paseo de los perretes. Tras meses de inclementes cielos azules e incompetencia absoluta de los que nos gobiernan, el jardín, que parece un arenal condenado por la falta de riego a la aridez del desierto, ha amanecido hoy con unos enormes agujeros de factura municipal al lado de cada uno de los árboles que aún van sobreviviendo y que todavía no han sido talados tras morirse, uno a uno, de pie. Le pregunto a uno de los operarios que está trabajando en ellos a golpe de pala para qué sirven, con qué intención los están excavando. El funcionario, muy amable y con una voz que me ha parecido muy triste, me contesta, “estamos haciendo estas piscinas al lado de cada árbol para ver si podemos salvarlos. Las llenaremos con agua del acuífero cada día, esperamos que las raíces puedan acceder a ellas. Es que debajo ya no queda nada. Se calla un momento, posa su mirada sobre los terrones de lo que fue un pulmoncito verde en medio de la ciudad y continúa: “Con lo bonito que era este jardín. Da mucha pena, pero ya no volveremos a tener hierba”. Ni él ni yo volvimos a hablar. Para qué, si ya estaba todo dicho. Unos niños pequeños de la guardería cercana se asomaban a los agujeros recién perforados con esa curiosidad invencible propia de la corta edad. Creo que tanto para mí como para los jardineros fue un alivio comprobar que la capacidad de ver cosas maravillosas en cualquier terrón reseco seguía intacta en los verdaderos dueños del jardín. Seguí a mis recados. Ni una sola nube en el cielo. Hoy no va a llover. Tampoco lo hará mañana.
El mantenimiento y mejora de las infraestructuras hidráulicas, tan imprescindibles para poder seguir viviendo de la forma a la que estamos acostumbrados, no lucen, no venden electoralmente, son como los cimientos de las casas, lo más caro de construir pero lo que no se visita
En este circo de tres pistas que es la política catalana, con su orgía de embajadas de pacotilla, lacitos exhibicionistas, histéricos e histéricas vociferantes, egos sobredimensionados, racistas sin vergüenza, corruptos sin pudor, prófugos sin dignidad, mediocres todos agarrados a un poder al que jamás habrían podido acceder por sus propios méritos en la esfera privada, la gestión del agua nunca ha sido importante ni les ha importado literalmente un comino. El mantenimiento y mejora de las infraestructuras hidráulicas, tan imprescindibles para poder seguir viviendo de la forma a la que estamos acostumbrados, no lucen, no venden electoralmente, son como los cimientos de las casas, lo más caro de construir pero lo que no se visita porque no hay nada bonito que ver. Además, la ejecución necesariamente lenta de los trabajos lleva consigo el riesgo de que los réditos electorales de su conclusión se los lleve otra formación política distinta a la que los emprendió, y por ahí no pasa esta recua de inútiles que colma el día dando vueltas alrededor de los centros de poder del gobierno autonómico, en un “qué hay de lo mío” infinito. Nos quedamos sin agua porque hasta las borrascas dan la vuelta ante la pereza insoportable que les produce la política catalana y ahora se pegan el bofetón inescapable contra la realidad. Fueron siempre contra una gestión racional y nacional del agua porque jamás concibieron una situación en la que la siempre superior Cataluña tuviera que pedir en vez de dar, y ahora tenemos que suplicar a los eternamente ofendidos por las gracietas de los nepobabies del 3 per cent, aquel, “nos tratan como si fuéramos murcianos” que emitió desde todo lo (poco) alto de su soberbia uno de los innumerables zagales de Pujol.
No han llevado a cabo las inversiones hidráulicas que ya estaban aprobadas para desviar el dinero a chorradas más vistosas. No hablemos de trasvases porque ya no llegamos a tiempo, dice Aragonés con toda su boca de comer
Echarán la culpa a los agricultores, que estamos con restricciones autoimpuestas y una gestión espartana del agua disponible desde hace más de un año, o a los hoteleros, que a base de arrancar bañeras recién puestas y de recalibrar sus protocolos de actuación han conseguido bajar los consumos a cifras nunca antes vistas. Todo antes de reconocer su culpa, porque la verdad es que no han llevado a cabo las inversiones hidráulicas que ya estaban aprobadas para desviar el dinero a chorradas más vistosas. No hablemos de trasvases porque ya no llegamos a tiempo, dice Aragonés con toda su boca de comer. Si lo hubiérais planteado a su tiempo, si en algún momento de vuestra vida os hubiera dado por trabajar y no por enredar estaría hecho ya y la situación sería otra muy distinta. Pero pedirle a ERC o a Junts que trabajen es como mirar al cielo de esta tarde y suplicar que llueva. Un imposible.
Si los romanos hubieran pensado en qué emperador se iba a llevar los laureles de sus infraestructuras no tendríamos puentes, ni vías, ni esos acueductos perfectamente conservados que hasta hace muy poco seguían cumpliendo la tarea humilde pero sagrada de llevar el agua donde se necesita. Por eso Roma fue Roma, y por eso la republiqueta de los 8 segundos fue lo que fue.
Mientras tanto, los ciudadanos empiezan a darse cuenta de que el agua no sale mágicamente de los grifos y las duchas empiezan a durar menos y los cubos para fregar el suelo empiezan a durar más. Sobreviviremos a las sequías, también a las de decencia política y de talento y con un poco de suerte, los pequeñajos que han pasado de jugar en la hierba a excavar agujeros en los terrones seguirán siendo inconscientemente felices. Porque al final solo eso importa.
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