Ganar la batalla legal, moral y política se plantea como el principal escenario para todos los líderes políticos catalanes que en estos momentos están siendo trasladados por la Guardia Civil de las cárceles catalanas a las de Soto del Real y Alcalá Meco en Madrid. El viaje que los va a llevar finalmente a ser juzgados unos hechos por los que se les ha privado de libertad durante más de un año. Viajan sin privilegios, en furgones de la Guardia Civil con poca o nula visibilidad hacia el exterior, como cualquier preso. No sabemos si esposados o no, pero a estas alturas diríamos que ya no hay ningún plan de fuga que valga para estar junto al expresident Carles Puigdemont.
Están fuertes, así se desprende del goteo de declaraciones que de una manera u otra hemos ido escuchando estando entre rejas, dispuestos a luchar hasta el final y con todas las consecuencias. Les honra, pero ¿merece la pena?; ¿merece la pena sacrificar la vida familiar por la política? Como reza en cada esquina de cualquier calle de Cuba, consignas de lucha: “Hasta la victoria siempre” o “Revolución o muerte”. Cualquier radicalismo es malo venga de donde venga y llegar hasta el final no siempre vale la pena.
Quizás ahora que el Supremo se dispone a juzgar por fin hechos y no ideas políticas veamos luz en el profundo túnel de oscuridad en el que nos ha sumido el proceso independentista
Nadie creía que unos hechos como los del 1 de octubre los llevarían a una privación de libertad así, difícil de entender en aras de un riesgo de fuga. Si se hubiesen querido fugar, como hizo Puigdemont, ya lo hubiesen hecho. ¿Era necesario todo esto? ¿Era necesario un escenario de privación de libertad? Quizás ahora que estaremos en disposición de que el Supremo juzgue por fin unos hechos y no estén en tela de juicio ideas políticas, que veamos luz en un profundo túnel de oscuridad en el que nos han sumido en Cataluña por y para la independencia. El president Torra y su equipo está más con los de la cárcel que con los de la calle y la oposición está más criticando al president que haciendo gestión de país. Unos por otros, seguimos igual que en 2015 antes de celebrarse las elecciones. O diría que peor. Peor porque hablar de políticos presos o de privación de libertad significa que algo falla y no sólo en Cataluña. Falla aquí y falla allí. Todo en su justa medida. Si Cataluña está a la deriva política no lo va a resolver un tribunal, no, aunque sí que marcará el devenir político de los próximos meses y años.
Se va a vigilar al Supremo con lupa, y en beneficio de la transparencia bien harían en aceptar el acceso de observadores internacionales. Callarían bocas si cabe. Los políticos independentistas que han estado presos inician un viaje que esperamos que ponga fin a un largo paréntesis en Cataluña por lo que respecta a la gobernabilidad y a la gestión de esta rica comunidad. Porque a juzgar por el día a día, nos ocupan más los presos que los ancianos que mueren esperando las ayudas de la ley de dependencia, nos importa más la independencia que los menores migrantes que duermen en fiscalía porque no hay posibilidad de ofrecerles cobijo, no hablemos ya de listas de espera para intervenciones, no, no hablemos de los colapsos sanitarios y sociales. Mejor nos quedamos y seguimos tapando los problemas con la lucha, con la independencia.
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