Opinión

¿Hay algún valiente en el PSOE?

‘Desconfío extraordinariamente de los nacionalismos, creo que son un cáncer para la democracia’, ha dicho Cándido Méndez. ¿Cuántos diputados del PSOE están de acuerdo con él?

Bancada socialista aplaudiendo a su portavoz, Patxi López en el Congreso

Soy escéptico. Vaya por delante. Soy escéptico porque, como recordaba aquí Ignacio Gomá, citando a Upton Sinclair, "es difícil que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda". Pero una cosa es reconocer la realidad y otra aceptarla. Una cosa es asumir la asombrosa dilatación de tu nivel de tolerancia frente al engaño y otra muy distinta renunciar a la identificación de sus principales causantes. Y ya vale de echarle toda la culpa a Pedro Sánchez. Los que le apoyan cuando cambia de opinión, los que le animan cuando se publican noticias ciertas que le disgustan o le arropan en su huida hacia delante, son igualmente culpables.

Pongamos un ejemplo: Óscar López. Si para ser ministro hay que cambiar de principios, pues se cambian, faltaría más. Si en 2018, justo antes de la moción de censura contra Mariano Rajoy, vas, López, y publicas un libro en el que dices: “Tenemos que girar 180 grados y ceder soberanía hacia arriba [Europa]. Si seguimos troceando la soberanía hacia abajo será todavía más difícil afrontar retos que hoy ya son complicados (…). Necesitamos una legislación europea que garantice la igualdad entre europeos independientemente de dónde residan”. Si dices todo eso, porque estás convencido de ello, en Del 15M al procés (Ediciones Deusto, 2018), luego, cuando te rectificas a ti mismo y declaras en eldiario.es que lo del concierto catalán va a ser estupendo, y que “la financiación autonómica es una suma de singularidades”, no te quejes si te llaman, como poco, incoherente.

Óscar López no es ni mucho menos el primero que ejerce el transfuguismo dogmático. Ni será el último. El PSOE es hoy un sindicato de masajistas que se matan por atender a un único cliente

Pero no es la incoherencia de López lo más lamentable. Lo peor es que ya no esperamos otra cosa de ningún subordinado de Sánchez. Lo que da vergüencita es que, en un diligente ejercicio de adaptación a las urgencias del momento, López, Óscar, que no Patxi, justifique ahora los privilegios y diferencias territoriales después de haber defendido con entusiasmo justamente lo contrario. Y nadie le saque los colores. ¿Por qué? Porque el general secretario ha convertido en rutina la impugnación de la palabra dada. Porque lo de los Lópeces es ya tradición, y en nada se diferencia de lo practicado en estos años por algunos de sus ilustres colegas (o excolegas), como María Jesús Montero, Félix Bolaños o José Luis Escrivá, por citar solo a tres de los más destacados exégetas de la rectificación política y doctrinal.

Así que no, López no es ni mucho menos el primero que ejerce el transfuguismo dogmático. Ni será el último. El PSOE es hoy un sindicato de masajistas con un único cliente. Ni una queja cuando Sánchez aceptó a Bildu como socio preferente, o al conocerse el indulto a los condenados por el procés; el silencio como respuesta a la eliminación del delito de sedición y la rebaja de las penas por malversación; boca cerrada cuando se supo que Sánchez negociaba con Puigdemont los detalles de la ley de amnistía. ¿Pasará lo mismo si se materializa la amenaza de un concierto catalán que inevitablemente perjudicará a otros territorios?

Ley Fraga 3.0

El exsecretario general de la UGT, Cándido Méndez, quien también fuera años atrás (1982-86) diputado del PSOE, acaba de publicar Por una nueva conciencia social (también Ediciones Deusto). En una reciente entrevista en El Mundo, Méndez ha dicho lo que algunos piensan pero ningún socialista con un gramo de poder delegado (por la superioridad), y una nómina adecuada, verbaliza: “Creo que ha habido dos golpes a la igualdad en un espacio de tiempo muy corto. Uno es el golpe a la igualdad ante la ley, que es la amnistía, y el otro es un golpe contra la igualdad de oportunidades, que es el pacto fiscal, porque aboca a una discriminación”. Ha ido aún más lejos: “Desconfío extraordinariamente de los nacionalismos, creo que son un cáncer para el progreso y para la democracia, y la historia lo avala”. Está hablando de los socios de Sánchez, por si no lo habían notado.

¿Cuántos diputados del PSOE están de acuerdo con él? ¿No hay ningún diputado que se rebele ante lo que a todas luces parece un acuerdo que consolida y acrecienta la desigualdad entre territorios? No son preguntas retóricas. Lo eran hasta el pacto con Esquerra sobre la financiación singular de Cataluña. Ya no. En el Grupo Parlamentario Socialista, lo hemos visto en estos años, hay tragaderas de sobra para digerir la amnistía, lo del Sáhara y Marruecos, las prácticas poco éticas de la mujer del presidente del Gobierno o este nuevo engendro llamado Plan de Regeneración, una combinación de la Ley de Defensa de la República de 1931 y la Ley Fraga de 1966. Pero ningún diputado que aspire a tener un futuro en política -o un futuro a secas en su pueblo o su ciudad- puede asumir el impacto que tendría en sus circunscripciones la aprobación del concierto catalán: entre el 20 y el 30 por ciento de merma en recursos para Sanidad, Educación o Dependencia, según los cálculos del economista del PSOE José Carlos Díez.

Pareciera que el ‘plan de regeneración’ ha sido concebido para tener entretenido al personal mientras Sánchez salva ciertos obstáculos en los tribunales y decide cuándo convocar nuevas elecciones

Este es el verdadero nudo gordiano de la legislatura. Por eso han puesto en remojo el texto del acuerdo con ERC. Sin firma y sin membrete. Quizá porque en el Gobierno saben que es papel mojado. Inaplicable, salvo suicidio colectivo. Por eso se nos ha dicho que lo mollar del pacto, los detalles del nuevo modelo de financiación, no se conocerá hasta bien entrado 2025. Tratándose de Sánchez, largo me lo fiais. De momento, el presidente se ha sacado de la chistera un paquete de 30 medidas que obligan a retocar dos docenas de leyes, algunas orgánicas, y que en teoría pretenden regenerar la democracia, pero que en realidad han sido concebidas para tener entretenido al personal mientras Sánchez salva ciertos obstáculos en los tribunales y despeja algunas dudas antes de decidir en qué momento le conviene disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones.

La legislatura se ha convertido en un delirio ingobernable. La economía es el área que da algún respiro, pero su mejoría es más coyuntural que estructural. Sin presupuestos, en manos de los independentistas y de Podemos, y con un Ejecutivo que muestra a diario su fragilidad, es imposible llegar sin graves lesiones al verano de 2025. No digamos ya al teórico final de la legislatura en 2027. Así que no. No hay tiempo para la rebeldía. Ni para pasos en falso. En cualquier momento Sánchez te puede pillar con el pie cambiado. Entre los 120 diputados del PSOE (Ábalos ya no cuenta) no se detecta a ningún valiente. Porque, hoy por hoy, y a pesar de todos los pesares, es Sánchez quien a corto o medio plazo les va a seguir garantizando, con un puesto orgánico en el partido o de salida en las listas, su próximo salario.   

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