Con tantas elecciones menudean en nuestras televisiones una pléyade de debates, conciliábulos, corrillos y novilladas. Son un espectáculo, créanme. Igual que ver un funambulista bailar la yenka encima del alambre, sin red y con un foso de leones sometidos a la dieta de la alcachofa. La gracia estriba en que, como aquí ni Dios tiene idea de nada, todos se guían por los soplos que les da el político con el que hicieron la mili, los análisis suelen ser tan erróneos como las apreciaciones de Chamberlain acerca de Hitler y sus buenas intenciones.
Por eso el analista ejerce con satisfacción maligna los pretextos, desdecirse con sonrisita de conejo, las excusas y el morro soberano. Siguiendo las instrucciones de sus señoritos, han dicho blanco y comprueban que ha salido negro. Precioso. Es mejor que cualquier programa y, de hecho, las tertulias políticas – de las que servidor es, lo reconozco, partícipe en ocasiones – son refugio para el surrealismo. Cuando ante la derrota de Sánchez en las pasadas generales – perdió, aunque parezca lo contrario – se le afeó a uno que sostenía que Sánchez era el ganador dándole las cifras poco le faltó decir la gloriosa frase que Marx – Groucho – le suelta a Margaret Dumond cuando ésta lo pilla con una señorita de cascos ligerísimos. Es una situación más que comprometida y éste lo niega, a lo que la ricachona le dice dolida que lo ha visto con sus propios ojos, y el gran Groucho le suelta “¿A quién va usted a creer, a sus ojos o a mí?”. Pues lo mismo pasa con analistas, politólogos, periodistas, amigos, conocidos o saludados que integran el plantel de las televisiones del régimen, sin menoscabo de que en las pocas otras que quedan pudiera darse también el caso. Todos saben de todo, todos están en la pomada, todos han hablado con éste, con aquel, con el Gran Sanedrín, el Concilio de Nicea, la Dieta de Worms, las Cortes de Cádiz y José, ya saben, el del bar de la esquina. Porque si en algo se caracteriza el analista es en la ubicuidad para estar en todos los sitios, llegando a practicar la bilocación, cosa milagrera. Si alguien los interpela con algo similar a “¿Pero no eras tú quién decía que fulanito lo tenía fatal para ganar?” se despachan con un giro que ríanse ustedes de la Pavlova y al final resulta que él ya lo había predicho, dicho y redicho.
Claro está que con los debates que llevamos a nuestras espaldas y los que quedan este año las posibilidades de meter la gamba son notabilísimas
Claro está que con los debates que llevamos a nuestras espaldas y los que quedan este año las posibilidades de meter la gamba son notabilísimas. No es fácil saber qué hará o no hará un político español, que es lo más parecido a una anguila y, por tanto, inaprensible. Errar por inocencia, buena fe, incluso por ignorancia son cosas disculpables. No serán pocos los que hayan cometido el mismo error con sus parejas o sus socios, pensando que todo era a fin de bien y han acabado con unos cuernos que ríanse del padre de Bambi o una ruina tremenda, y aquí permítanme que me ponga pedante y cite a Shakespeare – pronúnciese Schopenhauer, que decía Fraga – cuando aseguró que hay puñales en las sonrisas de los hombres; a fuer de cercanos, más sangrientos.
Luego hay analistas que cobran a tanto la opinión y venden su lengua como otras personas venden su zafarique, claro. Se les nota mucho pero a ellos les da igual. Todo alimenta. Así que tenga cuidado si es usted, como servidor, partidario de la sopa, porque puede encontrarse un analista cuando menos se lo espere. Ni se le ocurra comérselo. Son muy indigestos. Cambie de canal y ponga una serie turca, “Caso Cerrado” o un documental sobre el Serengueti y su fauna. Infinitamente mejor. Ande va a parar.
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