1.
Este domingo hubo ciudadanos que se grabaron rompiendo su voto en las mesas electorales porque lo nuestro “no es una verdadera democracia”. Esto es una anécdota.
Las semanas previas se destaparon varios intentos de manipular los resultados de las elecciones a través de redes de compra de votos, siendo la de Melilla la más grave. Esto es un escándalo. Como era de esperar, el escándalo fue calificado como “anécdota” por parte de varios periódicos, analistas y políticos. El verdadero escándalo, según ellos, era denunciarlo. Mostrarse preocupado por las fugas de nuestro sistema democrático era para ellos una amenaza para la democracia. Y aún no se ha entrado en lo más significativo del asunto: que el caso más grave haya ocurrido en Melilla deja claro que el problema al que nos enfrentamos va mucho más allá de las prácticas caciquiles de unos pocos partidos españoles. Cuando comiencen a centrarse en esto, cuando asuman el verdadero fondo del asunto, las palabras que aparecerán serán otras bien conocidas: racismo, conspiracionismo, trumpismo.
Estos días han supuesto una especie de viaje en el tiempo. Hemos vuelto a los 90: mientras el Estado se entregaba al crimen, una parte de la prensa lo relativizaba. En realidad el problema, decían (y dicen), no fue el asesinato y el secuestro, sino la “conspiración” de periodistas y políticos para destapar el asunto. Aquellos fueron bautizados con un nombre propio de los cómics de DC: el Sindicato del Crimen. Hoy las referencias se han vuelto mucho más aburridas, y todo se resuelve apelando a lo mismo: Trump. Se estaba investigando un secuestro en el que estaban implicados dirigentes del PSOE andaluz. La compra de votos. La investigación de contratos irregulares en Valencia.¿Pero quién es una amenaza para la democracia? El que lo denuncia, claro.
A pesar del abnegado trabajo de tantos periodistas profesionales, el barco no ha resistido. El gran proyecto de izquierdas capitaneado por Sánchez se ha hundido
2.
Para analizar los resultados electorales de la izquierda hay que fijarse en partidos como Podemos, ERC o el PSOE. Hay poco que decir, porque lo relevante hoy está en otro lado. Podemos no se sabe ya ni lo que es, escindido entre la extrema izquierda cursi, la extrema izquierda ortodoxa y un señor con una crisis de los 40 terrible y un canal de televisión pirata. La izquierda cursi tiene opciones de seguir sumando, pero el Podemos ortodoxo parece que no llega a diciembre. ERC también se la ha pegado, dejándose la mitad de sus concejales en Barcelona. En Baleares al crucero de la izquierda y el nacionalismo le tocará pasar la resaca de una derrota muy clara. Y el PSOE pierde en plazas como Valencia, La Rioja o Extremadura, pero podría mantener Navarra si aceptase un pacto con Bildu. Ese pacto que nunca aceptó y que volverá a aceptar.
El PSOE ha llegado a estas elecciones con demasiados frentes abiertos. Su única respuesta ante la multitud de escándalos recogidos en la prensa ha sido acusar a la prensa de generar dudas sobre las instituciones y sobre el proceso democrático. Pero a pesar del abnegado trabajo de tantos periodistas profesionales, el barco no ha resistido. El gran proyecto de izquierdas capitaneado por Sánchez se ha hundido prácticamente en toda España.
3.
¿En toda? No. Una aldea resiste, todavía y más que nunca, al batacazo general. Hay que fijarse en la única izquierda que ha triunfado en estas elecciones. Bildu ha ganado en Vitoria, y el simbolismo es evidente. En 1999 tuvieron un alcalde del PP. Repitió en las siguientes elecciones, las de 2003. En 2007 salió elegido el candidato del PSE, y en las de 2015 el Partido Popular recuperó la alcaldía. En 2015 obtuvieron su segundo mejor resultado, ganaron las elecciones, pero el candidato del PNV -tercero en esos comicios- fue elegido alcalde con los votos de Bildu. En las últimas elecciones volvió a ser elegido, ganó también en número de votos, pero a partir de hoy Vitoria es otra ciudad en la que las listas electorales con etarras han convencido a los ciudadanos. El simbolismo es evidente y doble: Vitoria es la sede del Parlamento Vasco.
La única izquierda que triunfó ayer en España fue la izquierda que abraza sin complejos a los asesinos políticos. Tal vez ésa sea la clave. Unos admiran a los más grandes, Fidel, el Che, Mao, Stalin. Otros tienen como figuras históricas a algunos de los españoles más viles que dio nuestra Guerra Civil. Pero, ah, Bildu. Bildu es otra cosa. Bildu abraza a los asesinos, y los suyos no están muertos y no están lejos. Son abrazos reales. Los aplauden, los colocan como concejales, les escriben pancartas de amor y admiración. Y a los vascos les gusta.
4.
Ciudadanos terminó. Fue el único partido que entendió que en política había que hacer lo que había que hacer, y que la gran tarea de España era que volviéramos a sabernos españoles. Se equivocó.
5.
Me voy a permitir un pequeño análisis en clave local. Bildu alcanza en Galdácano, tradicional feudo del PNV, 9 concejales. Consigue tres más que en las últimas elecciones. A pesar de la web de memoria histórica que consideraba a los etarras del pueblo “víctimas del conflicto”, dirán los de Babia. No, hombre. No es “a pesar de”. Es “precisamente por”. Y es lo que se consolidará en las próximas elecciones autonómicas. Por fin se podrá decir del País Vasco que es una región profundamente progresista. Un pequeño oasis para la izquierda española.
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