Opinión

He visto un globo chino

Nadie sabe nada sobre nadie y es vomitivo que exista gente que se dedique a escupir insultos incendiarios como el volcán expulsa lava cuando entra en erupción

El movimiento de la cámara baila de arriba abajo, de arriba abajo, como si tuviera delante y estuviera a punto de derribar uno de esos globos chinos que ha vuelto a desatar la batalla con Estados Unidos. Como si fuera el objetivo de un bombardero cuando lo cierto es que no es más que un paneo vertical, en el argot televisivo, que lo que está enfocando es un cuerpo de mujer envuelto en un vestido marrón de escote palabra de honor y una largura que oculta los pies.

Es el movimiento propio de una cámara contratada para cubrir la alfombra azul de los Goya y cuya misión no es otra que captar hasta el más mínimo detalle de caras, pelos, modelos y zapatos. Hasta ahí, nada que no forme parte del ritual que conlleva cualquier photocall, nos guste o no. Yo lo llamaría “El ritual de las tres pes”: paseo, pose, paseo. El problema de todo esto está en esos ojos -que los hay, desgraciadamente- que realizan un escrutinio tenebroso y que son capaces de tumbar al examinado o examinada, con solo una mirada. Es lo que le ha ocurrido a la actriz Berta Vázquez sentenciada a la hoguera por cobardes tuiteros y tuiteras y cuyo único delito ha sido el de engordar. Un delito imperdonable en esta sociedad superficial que hemos construido, gobernada por los filtros.

Todo, envuelto en aquel pelo rizado e indomable que venía a reforzar, incluso más, aquellas facciones. La chica me pareció tan bonita que hacía hasta daño

Recuerdo que hace algunos años, paseando por la glorieta de Quevedo en Madrid, me dirigía hacia los cines Paz de la calle Fuencarral -mi refugio habitual- cuando, a lo lejos, un rostro de tez café con leche me llamó poderosamente la atención: “Qué tía tan impresionante”, pensé. Era una óvalo indescriptible que brillaba por su luz, por sus labios gruesos y perfilados y por una mirada que te atrapaba a metros de distancia. Todo, envuelto en aquel pelo rizado e indomable que venía a reforzar, incluso más, aquellas facciones. La chica me pareció tan bonita que hacía hasta daño. A medida que me iba acercando a la mesa de la terraza en la que compartía charla y algunos vasos con varias personas, me percaté de quién era. La mismísima Berta. Hay sensaciones que se clavan en la memoria porque no olvido el “wow” que me atravesó al verla.

El mismo “wow” que el pasado sábado me produjo su presencia en esa alfombra azul. Porque continúa siendo la belleza descomunal que me cautivó. Tiene más kilos, sí ¿y qué? ¿A quién le importa? ¿Alguno o alguna de las que ha hecho esos comentarios repugnantes en redes sociales se ha preguntado, antes de lanzarse a la crítica fácil, qué hay detrás? ¿Si es felicidad? ¿Si es infelicidad? ¿Si es tristeza o es amor? ¿Si es un problema, mil o ninguno? Lo cierto es que nadie sabe nada sobre nadie y es vomitivo que exista gente que se dedique a escupir insultos incendiarios como el volcán expulsa lava cuando entra en erupción.

Habla de lo que juzgamos, a simple vista, sin conocer la historia que hay más allá de un físico determinado. Quien mira fuera, imagina. Quien mira dentro, conoce

“Las grandes mentes discuten sobre ideas, las mentes medianas discuten acontecimientos y las mentes pequeñas discuten sobre personas”. A los ignorantes, palabras. Es la respuesta por la que ha optado la propia artista. La mejor, sin duda. A todos esos necios -añado yo- les vendría bien, también, darse una vuelta por el cine y deleitarse con The whale por la que espero, Brendan Fraser, se lleve un Oscar el próximo 12 de marzo. No digo, ni mucho menos, que tenga algo que ver con la actriz. Pero, habla de lo que juzgamos, a simple vista, sin conocer la historia que hay más allá de un físico determinado. Quien mira fuera, imagina. Quien mira dentro, conoce. En este caso, el film narra la historia de un hombre con obesidad que se refugió en la comida para sobrellevar la pérdida de un amor y de una hija. Para entender, es necesario escarbar en los miedos, en las inquietudes ajenas, en lo que se mueve más allá de la apariencia.

Todos los que hayáis leído el título de esta columna habréis pensado, como es lógico, que sería una más sobre esa presunta guerra de espionaje que envuelve a chinos y estadounidenses. Como si yo hubiera visto en el cielo uno de esos globos. Sin embargo, sólo los que os hayáis atrevido a profundizar, a dar un click y llegar hasta este punto, habréis descubierto que se trataba, en realidad, de otra cosa. De otro globo. El que se infla en las redes sociales a base de críticas inhumanas y que no hace más que llenarse de aire contaminado. Su destino es volar y volar, hasta que explota. Porque siempre explota y los restos acaban diluyéndose en la atmósfera. Como si nada hubiera pasado, cuando ya ha pasado todo.

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