Hasta los ocho años, Sofía de Grecia y Dinamarca sólo conoció el exilio. En apenas un lustro vivió en tres países distintos y cambió 22 veces de residencia, once de ellas tan sólo en los primeros doce meses. Abandonó su tierra la madrugada del 23 de abril de 1941 a bordo del hidroavión militar británico Sunderland.Aún no había cumplido los tres.
La Alemania nazi avanzó como un rodillo: lograron cruzar la frontera el día 6 de abril de 1941 y en poco más de dos semanas habían logrado el control de Atenas: ocurrió el 27 de abril, cuatro días después de que la familia real griega abandonara la ciudad rumbo a Alejandría.
Dos años más tarde, Sofía regresa al fin a Grecia a bordo del destructor Nauvarinin. “Había salido sin nada de Grecia y sin nada volvía”, escribió su madre, la reina Federica. La princesa era tan pequeña al momento de salir de su país, que aquel regreso supuso su verdadero encuentro con el lugar donde había nacido y en el que debía reinar.
El paisaje que encontraron fue desolador: pobreza, miseria y una inestabilidad política determinada por el enfrentamiento entre guerrillas. En aquellos años de tensión y exigencia, Sofía absorbió de sus padres los valores que determinarían su vocación y su comportamiento público. Su padre, Pablo I, insistió a sus hijos en ese mensaje: el papel de rey, repetía, consistía en estar más cerca que nunca de los ciudadanos.
Su abuela se plantó junto a los griegos, cuando el país fue ocupado por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial
Una vez finalizada su educación en el internado de Salem y tras completar sus estudios secundarios, Sofía estudió Puericultura. En aquel país castigado por la guerra, sólo la medicina y los cuidados podían dar cobertura a una gran cantidad de niños huérfanos y madres solteras. La princesa Sofía se inscribió en la escuela de Mitera, en Atenas. Durante dos años, entre 1956 y 1958, cursó sus estudios en los turnos de la mañana o la tarde, y luego en la noche. Aún pueden verse sus fotos, vestida de enfermera, durante sus prácticas. Trabajó tres años.
Su padre le enseñó que, cuanto más un pueblo estuviese destruido, más necesitaba a su rey. Sofía quería estudiar arqueología, pero su deber era abrazar un oficio que acompañara a los suyos en su carestía. Quizá la princesa Leonor debería dar un paso al frente y asumir una adultez que su linaje ya le impuso de antemano. Echo de menos a la heredera en alguna primera línea de esta pandemia.
A Leonor le ha tocado una pandemia. El sufrimiento de los demás la empuja a aparecer. A reinar
Leonor es joven, por supuesto, pero ya lo suficientemente mayor como para hacer lo que su abuela con poco más de quince años: ponerse junto a la ciudadanía justo cuanto más desguarecida está. Desde ese mismo momento, empezará a reinar sin necesidad de diadema alguna, ya la habrá forjado.
Las fotos de la heredera del trono deben sobrepasar el catálogo de los modelos de ropa y las fotos producidas por navidad, para pisar la calle como lo hizo su abuela después de que su país quedara saqueado y destruido por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. A ella le ha tocado una pandemia. El sufrimiento de los demás la empuja a aparecer. A reinar.
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