Fue la mala fortuna quien segó la vida de este militar español. Al intentar eyectar su asiento de piloto, esperó demasiado. Terrible momento, imaginamos, aquel en que te das cuenta que tu vida toca a su fin en medio de la belleza del Mar Menor, entre el agua y el cielo, ese cielo al que los pilotos van seguro, porque son los que mejor conocen sus caminos. Y bien, en cualquier deceso solo cabe mostrar tus condolencias a familia y allegados, y si eres creyente, musitar una oración por el alma de quien ya descansa. Es lo suyo entre humanos.
Pero en nuestra sociedad hay fieras que conviven junto a estos para devorar sus restos, para festejar el canibalismo ideológico, para mostrarnos sus dentaduras melladas y podridas. Al poco de conocerse el accidente, ese oscuro armario de chamarilero que es en ocasiones Twitter se ha plagado de hienas que venían a hozar sus infames morros en el cuerpo del soldado. Sus risas pueden confundirse con las nuestras, en un primer momento, pero son harto distintas, porque la hiena poco o nada tiene que ver con usted o conmigo. La hiena es un depredador carroñero, sucio, cobarde, que carece, por ejemplo, de la solemnidad del león o de la belleza asesina del tigre.
Como, repito, la hiena es carroñera y se alimenta de lo que matan otros, han acudido en tropel a la que han olido sangre, para hacer escarnio de quien en vida no habrían osado ni pedirle la hora. Vean algunas muestras: "Espero que ninguna especia marina haya sufrido", "Un catalán ha escupido al cielo y se ha caído un avión", "Así quieren invadir Cataluña" o "Uno menos que podrán enviarnos, cada día lo tenemos más fácil". Hay más, que no reproduzco, porque me pesa tanta infamia. Estos son los que dicen ser pacíficos, tolerantes, los que exigen libertad, democracia, diálogo, cuando lo único que conocen es la risa de las hienas, reunidas en sanedrín horrible. Son los que hablan de Otegui como hombre de paz, los que justifican las agresiones siempre que no sean contra los suyos, los que este próximo once de septiembre saldrán a ocupar calles y plazas.
Lo diré otra vez: son hienas, hienas de la peor especie, hienas que con esos comentarios miserables solo consiguen degradar su causa y a sus propias personas, que el muerto está demasiado alto como para que le alcancen sus espumarajos infectados de rabia. Que uno de los que abrió el fuego, cuando aún no se conocía el fallecimiento del piloto, sea miembro del secretariado de la Asamblea Nacional Catalana debería hacer reflexionar a quienes, sintiéndose independentistas, no han abjurado por ello de su humanidad ni de su respeto. ¿Qué idea justifica alegrarse ante la muerte de quien no te ha hecho nada? ¿Qué causa lleva aparejada consigo esa inquina, esa insania, esa amputación de la compasión ante una vida segada en su juventud? Se lo diré.
Estos son los que dicen ser pacíficos, tolerantes, los que exigen libertad, democracia, diálogo, cuando lo único que conocen es la risa de las hienas, reunidas en sanedrín horrible
Francisco era miembro de la Patrulla Águila, y había declarado públicamente que dibujar la bandera de España en el cielo era para él lo más bonito. Y todo lo que sea España es automáticamente combatido desde la víscera regurgitante de estos elementos. No es algo nuevo en Europa. Recuerdan a los buenos alemanes, padres y madres de familia, educados y cultos, que reían jocosamente cuando se cruzaban por la calle con una patrulla de los SA y unos judíos a los que obligaban a limpiar, de rodillas, las aceras con cepillos de dientes; tienen un corazón de oro similar al de aquellas profesoras alemanas que pedían a sus alumnos detenerse cuando veían a una mujer rapada, escoltada por las SS, y con un cartel colgado al cuello que rezaba "Soy una puta que se ha acostado con un judío, deshonrando al Volk, a mi pueblo"; son tan decentes como quienes, viviendo al lado de un campo de exterminio, nunca se enteraron de lo que pasaba, a pesar de que las cenizas de los cadáveres incinerados les cayeran encima como una nieve blasfema; en fin, esos tuiteros albergan unos sentimientos tan nobles que están postrados de dolor ante un político cobarde y fugado de la justicia que vive instalado en el lujo, como el líder de una secta, a prudente distancia de sus compañeros encarcelados y de la justicia que le pide cuentas, mientras ellos se ríen porque un piloto español se ha estrellado.
Son hienas, y, por su propio bien, los mismos separatistas deberían señalarlos como tales. Estos depredadores no conocen ni a los suyos cuando de morder se trata y, de momento, no hay león que les ruja. De ahí que la risa de los carroñeros se escuche tan fuerte, tan desesperadamente fuerte, tan monótona y horriblemente fuerte.
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