Opinión

Hispanoamérica se viste de rojo

La izquierda hispanoamericana atraviesa un momento dulce. El año pasado se celebraron elecciones en Chile, Honduras y Perú y en los tres casos ganó el candidato de izquierda. En 2020

La izquierda hispanoamericana atraviesa un momento dulce. El año pasado se celebraron elecciones en Chile, Honduras y Perú y en los tres casos ganó el candidato de izquierda. En 2020 hubo elecciones en Bolivia y también se hizo con la victoria la izquierda en la persona de Luis Arce. Meses antes, en Argentina, los peronistas recuperaron el poder tras cuatro años de Gobierno de Mauricio Macri. En 2018, Andrés Manuel López Obrador alcanzó la presidencia de México. La tendencia es obvia, aunque con algunas excepciones. En Uruguay a finales de 2019 Luis Lacalle Pou sacó al Frente Amplio de la presidencia, donde llevaba tres lustros, y en Ecuador hace justo un año Guillermo Lasso hizo lo propio con los herederos de Rafael Correa. Pero lo de Uruguay y Ecuador son excepciones, la tónica general es que la izquierda vuelve a Hispanoamérica. Este año, además, habrá elecciones en Colombia y en Brasil. Son dos países muy importantes (el primero y el tercero más poblado de Hispanomaérica) y en los dos casos los candidatos de izquierda aventajan en las encuestas a sus adversarios de derecha.

La última vez que sucedió algo así fue hace veinte años cuando comenzaron a proliferar por todo el continente Gobiernos de inspiración bolivariana. Empezó Venezuela en 1999 con Hugo Chávez, le siguió Argentina y Brasil en 2003 con Néstor Kirchner y Lula da Silva; Bolivia, Ecuador y Nicaragua entre 2006 y 2007 con Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega; Paraguay en 2008 con Fernando Lugo; Honduras en 2009 con Manuel Zelaya y Perú en 2011 con Ollanta Humala. Aquello era un bloque muy bien organizado con una hoja de ruta más o menos común. A la cabeza se encontraba Chávez, que era el padrino de todos ellos, y por detrás estaba el régimen cubano de los hermanos Castro dirigiendo la orquesta. A instancias de Chávez se crearon algunas organizaciones internacionales como la “Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América” más conocida como ALBA, la “Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños” (Celac) o la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Hoy la Celac sigue teniendo algo de actividad, pero el Alba y Unasur son ya espectros de otro tiempo. El Alba sólo lo integran Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y algunas islas del Caribe. En Unasur sólo quedan Venezuela, Bolivia, Surinam y Guyana. Está tan apagada que no celebran una cumbre desde hace ocho años. La América bolivariana, en definitiva, ha pasado a mejor vida. Quedan Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua como guardianes de las esencias, pero nada más. La izquierda en Hispanoamérica se ha descentralizado y los nuevos líderes que han ido surgiendo son más producto de factores propiamente nacionales, casi siempre relacionados con la pandemia, que de una gran ofensiva como la bolivariana de principios de siglo.

El chavismo ya no es atractivo. No es un modelo de éxito, todo lo contrario. El principal producto de exportación de Venezuela no es el petróleo, sino millones de emigrantes desesperados. Nicaragua se encuentra en manos de un antiguo guerrillero metido en años que ha montado un régimen caudillista muy desprestigiado en el exterior. Hace un mes, la toma de posesión de Daniel Ortega para un cuarto mandato fue rechazada en casi todo el mundo por el fraude electoral que perpetró en las elecciones del noviembre del año pasado. En cuanto a Cuba, su economía está quebrada y sufre una acuciante escasez de comida y medicamentos. A su frente se encuentra Miguel Díaz-Canel, un triste y cuestionado burócrata del partido que carece del atractivo romántico que en tiempos tuvieron los hermanos Fidel y Raúl Castro.

No tenemos una figura tan potente como Hugo Chávez, que coordinaba y financiaba a todo aquel grupo de caudillos izquierdistas que llevaban por bandera el socialismo del siglo XXI

Este renacer de la izquierda hispanoamericana ha hecho que se enciendan algunas alarmas en Washington. Todavía muchos recuerdan a Hugo Chávez y sus continuas bravatas antiyanquis que se materializaron en el endeudamiento a China y a Rusia. Habría que preguntarse si esta vez está pasando algo similar. De entrada, no tenemos una figura tan potente como Hugo Chávez, que coordinaba y financiaba a todo aquel grupo de caudillos izquierdistas que llevaban por bandera el socialismo del siglo XXI. No hay petrodólares venezolanos corriendo con los gastos de la fiesta porque la propia Venezuela más que ayudar está para que la ayuden. Tampoco existe una situación similar a la de hace dos décadas. La pandemia lo ha llenado todo. La victoria de Boric en Chile o Xiomara Castro en Honduras sería simplemente inexplicable sin ella. Hay un enfado general y los votantes molestos por la miseria provocada por la pandemia señalan al presidente. Ahí tenemos lo que pasó en Ecuador el año pasado o lo que ha pasado en Argentina y México en las elecciones legislativas de 2021. Sufre el que está en el poder sin importar el programa que traiga bajo el brazo.

Hay otro elemento importante a tener en cuenta. La victoria de Xiomara Castro, Pedro Castillo, Alberto Fernández o Gabriel Boric no ha sido arrolladora. No tienen una oposición débil y fracturada como seguramente les gustaría. En muchos de estos países, además, tanto las instituciones públicas como el Estado de Derecho se han fortalecido en los últimos años, proporcionando seguros institucionales que impiden cambios radicales o la apertura de procesos constituyentes desde el poder como hizo Chávez en Venezuela en 1999.

Andrés Manuel López Obrador, ha realizado solo dos viajes al extranjero como presidente, ambos a Estados Unidos y cuando quiere despachar frustraciones no lo hace con su vecino del norte, sino con la lejana e inofensiva España

Quizá por eso mismo esta nueva ola de izquierdas llega con un tono mucho más suave que la anterior. No parece que les interese demasiado la retórica antiimperialista de la época de Chávez. No fundamentan lo suyo en un antiyanquismo primario. El izquierdista más influyente de Hispanoamérica, el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, ha realizado solo dos viajes al extranjero como presidente, ambos a Estados Unidos y cuando quiere despachar frustraciones no lo hace con su vecino del norte, sino con la lejana e inofensiva España. En Argentina, muchos peronistas y los simpatizantes de Alberto Fernández se refieren al presidente de EEUU como “Juan Domingo Biden”, en honor al fundador del peronismo, Juan Domingo Perón.

Con la excepción de Pedro Castillo que, como acaba de bajar de la sierra aún no se ha puesto al día, todos gastan un discurso más parecido al de la izquierda europea o norteamericana. Han dejado de lado la retórica marxista y los rituales antiimperialistas tan queridos por la izquierda hispana. Han entendido que lo que se lleva ahora son otras cosas, que incidir en la clase social o en la maldad del imperio no sirve de mucho, que es más rentable y transversal poner el énfasis en la igualdad de género o la ecología. Eso, hoy por hoy, les convierte en aliados de los socialdemócratas europeos y de los demócratas estadounidenses.

En la Casa Blanca lo han entendido a la perfección. Condenan a Maduro o a Daniel Ortega, a quienes han echado a los leones, pero la relación con el México de AMLO y la Argentina de Alberto Fernández es inmejorable. Al llegar al poder Biden hace poco más de un año puso la cruz a varios presidentes conservadores de Hispanoamérica, a Juan Orlando Hernández de Honduras, por ejemplo, o a Jair Bolsonaro. Todo lo bien que van las cosas con México van mal con Brasil. En ambos casos, han visto a sus rivales de izquierda una opción mejor como aliados de Estados Unidos. La Casa Blanca mostró su alegría por la victoria de Xiomara Castro en Honduras en diciembre de 2021. La propia Kamala Harris asistió en persona a su toma de posesión. Respecto a Brasil, Lula da Silva, que quiere presentarse de nuevo a la presidencia, es un viejo conocido de Biden de cuando era vicepresidente de Obama. En Perú el departamento de Estado no vio con malos ojos que llegase Pedro Castillo al poder porque lo prefería a Keiko Fujimori.

Boric, que tan contestatario era hace pocos años, no parece dispuesto ahora a hacer la revolución. Ha renegado públicamente de su apoyo al chavismo

En cuanto a Chile, la relación de EEUU con el país es buena desde hace 30 años sin importar quien gobierne. Se han llevado bien con Sebastián Piñera y todo indica que lo harán también con Gabriel Boric, que ha conquistado la presidencia acaudillando una coalición de fuerzas en la que está el Partido Comunista de Chile, de honda tradición marxista y muy amigo de culpar a EEUU de todo lo malo que pase. Ese elemento creo algo de nerviosismo tanto fuera como dentro de Chile. Pero Boric, que tan contestatario era hace pocos años, no parece dispuesto ahora a hacer la revolución. Ha renegado públicamente de su apoyo al chavismo y en la composición de su gabinete ha adelantado que el próximo ministro de Hacienda será Mario Marcel, actual gobernador del Banco Central de Chile. Los inversores parece que se han calmado un poco. Marcel ha criticado en varias ocasiones algunas de las promesas estrellas Boric como reducir la semana laboral o desmantelar el sistema de pensiones capitalizadas.

Aparte de Mario Marcel, Boric también ha anticipado que la próxima ministra de Relaciones Exteriores será Antonia Urrejola que es la presidenta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Urrejola ha sido muy crítica con el régimen de Ortega en Nicaragua y no muestra simpatía alguna por el chavismo. Es una buena noticia, sin duda, pero el gabinete de Boric no va a estar lleno de moderados, también entrarán halcones como Camila Vallejo, que será ministra Secretaria General del Gobierno, lo que en España denominamos portavoz del Gobierno. Vallejo es una comunista ortodoxa de la vieja escuela. Está por ver si ha entendido los nuevos tiempos y olvida las soflamas marxistas a la que es tan aficionada. Lo mismo aplica a Boric y, por extensión, a todos los recién llegados. Veremos si la cabra tira al monte o prefiere quedarse en el redil.

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