Benjamin Franklin fue muchas cosas en su larga vida. Fue científico, político, inventor (le debemos el pararrayos, las lentes bifocales, la deliciosa armónica de cristal para la que Mozart escribió música), filósofo ilustrado, embajador en Francia, ilustrísimo masón, padre fundador de EEUU… y periodista. Sí, también periodista, parece mentira con lo buena gente que era. Incluso hizo una fortuna editando y vendiendo periódicos, quién lo vería hoy, pobrecito. Pero fue, además de lo anterior, uno de los mejores definidores del concepto de libertad y de democracia que ha dado el género humano.
Franklin dijo esto: “No hay tal cosa que se llame libertad pública si no hay libertad de expresión… Quien quiera acabar con la libertad de una nación debe comenzar subyugando la libertad de expresión”. Una gran parte de ustedes ha tenido el privilegio de nacer en un país en el que esa frase de Ben Franklin era casi una obviedad. Lo mismo se entendía en toda la Europa libre, en América del Norte y en la práctica totalidad del mundo que nos atrevemos a llamar civilizado.
Todo ese mundo estaba de acuerdo en eso: la libertad de expresión es una parte indisociable de la libertad, y si no hay libertad de expresión no hay democracia. Así de claro. ¿Quiénes pretenden acabar con la libertad de expresión? Los tiranos. Todos, sin excepción, desde el antiguo Egipto –donde los faraones ejercían una habilísima censura– hasta ahora mismo, hasta la censura colectiva (mejor fuese decir acoso o linchamiento) que determinados grupos de desalmados ejercen en las redes sociales. Estos son tan tiranos como los papas hasta el siglo XX, como los reyes absolutos, como Hitler o Stalin o Mao.
¿Cómo se acaba con la libertad de expresión? Fácil: acogotando a quienes la ejercen, y estoy pensando, en este caso, en los periodistas. ¿Y cómo se acogota a los periodistas? Lo más corriente es comprarlos o, por mejor decir, subvencionarlos, cosa muy común en nuestros días.Pero si ni siquiera eso basta, lo que hay que hacer es cercenar su independencia por la fuerza hasta conseguir que digan lo que el tirano (o los tiranos) quieren que digan… y nada más.
Pero nadie puede obligarle a decir de dónde sacó los datos. Eso es cargarse la independencia del periodista, amenazar su trabajo y destruir la libertad de expresión
Una de las normas sagradas del periodista es su derecho a no revelar las fuentes que le han proporcionado la información que publica. El informador debe estar seguro de que lo que publica es cierto, pero nadie puede obligarle a delatar a quienes se lo han contado o de dónde lo ha sacado: eso podría poner en peligro a mucha gente, por más veraz que sea la información. Si a alguien (al poder, por lo general) no le gusta lo que el periodista ha publicado, lo que tiene que hacer es desmentirlo y demostrar que el informador ha mentido. De eso suelen encargarse los hechos. Pero nadie puede obligarle a decir de dónde sacó los datos. Eso es cargarse la independencia del periodista, amenazar su trabajo y destruir la libertad de expresión. Eso ya era así cuando Benjamin Franklin fundaba periódicos. No ha cambiado.
El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, acaba de decir en un acto público que hay que obligar a los periodistas a revelar de dónde o de quién han sacado lo que dicen. Si no lo revelan, él propone meterlos en la cárcel, donde seguramente serán sodomizados por algún “preso que es extremadamente fuerte, duro y malo”. Entonces el o la periodista, siempre según Trump, “te va a decir: mira, creo que te voy a dar la información, este es el que me lo contó, sacadme de una jodida vez de aquí”.
Pues muy bien. Eso es exactamente lo que se hace en Cuba, por ejemplo, y lo que se hacía (y se sigue haciendo) en Rusia, primero con los soviéticos y ahora con ese mafioso que tienen todavía al mando. Eso es lo que hizo Franco toda su vida, y lo mismo Mussolini, Hitler, Stalin, Pinochet, Videla, Trujillo, todos los tiranos de los países árabes y por ahí seguido hasta Seti I, faraón que mandó manipular la información sobre la batalla de Qadesh, en el 1274 antes de nuestra Era. Eso es la negación de la democracia. Su destrucción, como bien decía Benjamin Franklin.
Se informaba al presidente del “expediente Steele”, que contenía escalofriantes informaciones (políticas y de orden privado) sobre las relaciones de Trump con la Rusia de Putin
Cuando el presidente Joe Biden dice que ese Trump pretende la destrucción de la democracia estadounidense, no está haciendo una frase típica de campaña electoral. Está formulando una evidencia como la copa de un pino. No es un insulto ni una crítica; es la descripción de una realidad. Una realidad objetiva. Una realidad gravísima.
No es la primera vez que Trump dice eso. Nada más llegar a la presidencia, en los primeros meses de 2017, ese sujeto tuvo una reunión en el célebre despacho oval con varias personas. Entre ellas, el director nacional de Inteligencia, James Clapper; el Fiscal General, Jeff Sessions, y el director del FBI, James Comey. Se informaba al presidente del “expediente Steele”, que contenía escalofriantes informaciones (políticas y de orden privado) sobre las relaciones de Trump con la Rusia de Putin. Se le dijo que el informe no había sido elaborado por el FBI sino por una fuente externa pero segura, y que no era imposible que la Prensa lo tuviese y lo pudiera publicar. Eso sería terrible para la nueva administración.
“Pues se les mete en la cárcel”, dijo Trump delante de todo el mundo. Añadió que los periodistas son unos cobardes y que, con unos cuantos días en prisión, “cantarían” todo. El director del FBI, Comey (que fue quien contó aquella reunión en su libro A Higher Loyalty), trató de explicarle a Trump que encarcelar a periodistas por hacer su trabajo tendría tremendas consecuencias constitucionales.
Los demás estaban de acuerdo. Pero a Trump le daba igual. Lo único que quería era impedir que su mujer, Melania, se enterase de que en Moscú, invitado por Putin, había tenido una sesión de sexo salvaje con prostitutas de lujo en la que había habido un numerito de “lluvia dorada”; es decir, que habían producido y usado orina para sus divertimentos eróticos. Si para evitar que Melania lo supiese había que detener a los periodistas que lo publicasen, pues adelante.
Esa barbaridad, que le costó el puesto a Jim Comey al frente del FBI, es un precedente directo de lo que Trump acaba de repetir: que los periodistas deben publicar lo que él quiere, no aquello que a él no le gusta. Ese es uno de los motivos para concluir que Trump es un déspota, un tirano al que le importa un rábano la salud del sistema democrático norteamericano. Es decir, que es un peligro muy serio. Y no solo para su país; lo es para todos.
El gobierno de Nixon, enfurecidísimo, llevó ante el Tribunal Supremo a ambos periódicos, a los que acusaba de haber revelado “secretos oficiales” y de haber puesto en riesgo la seguridad nacional
Hay, entre muchos más, un precedente histórico (legal) que podría dejar en nada las pretensiones totalitarias de Trump. En 1971, primero el diario The New York Times y luego el Washington Post publicaron los célebres “papeles del Pentágono”, una monumental colección de documentos en los que se demostraba que todos los presidentes, desde Eisenhower hasta Nixon, habían mentido sobre la implicación de EE UU en la guerra de Vietnam y sobre las posibilidades reales de ganar aquella contienda.
El gobierno de Nixon, enfurecidísimo, llevó ante el Tribunal Supremo a ambos periódicos, a los que acusaba de haber revelado “secretos oficiales” y de haber puesto en riesgo la seguridad nacional.
El Tribunal Supremo dio la razón a los dos periódicos con una frase demoledora: “La libertad de prensa está para beneficiar a los gobernados, no a los gobernantes”. Benjamin Franklin no lo habría dicho mejor. Nixon, como suele decirse, se la envainó minuciosamente y como represalia ordenó que, a partir de aquel momento, ningún periodista del Times ni del Post volviesen a pisar la Casa Blanca. Tres años después, Nixon tenía que dimitir por sus trampas y sus mentiras en el caso Watergate.
Lo mismo que Trump, azuzan a su hueste contra los periodistas, a los que tachan sistemáticamente de manipuladores, mentirosos y sembradores de noticias falsas
Piensen en todo esto los seguidores de los partidos que ponen en sus actos públicos vídeos en los que ese miserable totalitario les muestra su apoyo. Resulta que son los mismos partidos que “eligen” a los periodistas que pueden cubrir sus actos: dejan entrar a unos sí (los buenos, los obedientes y favorables) y a otros no. Como todos los tiranos o aprendices de tirano. Lo mismo que Trump, azuzan a su hueste contra los periodistas, a los que tachan sistemáticamente de manipuladores, mentirosos y sembradores de noticias falsas… cuando esa es precisamente su especialidad. Es a lo que se dedican.
Lo mismo que Trump, acabarán con la democracia en cuanto les dejen. Quiera Dios que no tengamos que verlo nosotros, aquí. Otros ya lo están viendo.
Hay una ilustre organización estadounidense, la RDI (Renew Democracy Initiative), que está presidida por la ex senadora Heidi Heitkamp y de la que forman parte, entre muchos más, Garry Kaspárov y el también ex senador Bob Kerrey. Su intención es mantener y vigilar la salud de la democracia. Uno de sus últimos documentos, sobre la libertad de expresión, concluye así:
“La alternativa a esto [la protección de la libertad de Prensa y de su independencia] es la interferencia y la censura del poder. Algunos países, incluidas algunas democracias, toman esa ruta. Somos bendecidos de vivir en un país que no lo hace”.
Que Benjamin Franklin y el Señor, en su infinita misericordia, les conserven la vista. Que buena falta les hace.
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