Hace unos días me encontré, en una cadena dedicada al rescate de películas estupendas, con la reposición de ¡Viven! La cogí empezada, la he visto varias veces y leí en su momento el libro que Piers Paul Read escribió a partir de las declaraciones de los supervivientes. A pesar de ello, esta impresionante versión cinematográfica que Marshall hace de la epopeya vivida por el equipo de rugby uruguayo accidentado en el corazón de los Andes en 1972, de nuevo me enganchó. Y de nuevo me sedujo. Y de nuevo me emocionó.
No obstante, la inspiración de este artículo no está tanto en la película en sí sino en el choque mental que me supuso el contraste con la publicidad que vino justamente a continuación. Sí, se trata del anuncio que se están imaginando. En el preciso momento en que se acababan los títulos de autor, apareció el polémico spot de "el hombre blandengue" que, enmarcado dentro del Plan Corresponsables, el Ministerio de Igualdad ha difundido con el objetivo de "animar a los hombres a seguir viviendo la masculinidad de una forma más comprometida, abierta y sana".
No me voy a molestar en analizar la procedencia o no del anuncio, lo bueno o malo que publicitariamente pueda considerarse, lo necesario o lo superfluo que consideren unos u otros su rodaje y difusión, o lo positivo o pernicioso que para la sociedad suponga el uso ambiguo que hacen del concepto "hombre blandengue". El debate que intelectualmente se pueda derivar de ello, como de tantas cosas que nos rodean actualmente, me genera una pereza cerebral tremenda. Me aburre el neocórtex. Me hastía el telencéfalo.
Me voy a centrar en el análisis de esos hombres, en su manera de afrontar los desafíos, en sus respuestas ante las adversidades.
La hazaña que protagonizaron esas personas para resistir durante 72 días dentro de un trozo de Fairchild FH-227D de la Fuerza Aérea Uruguaya sin alimentos, sin posibilidad de comunicar su situación, en unas condiciones climatológicas extremas y con todas las variables coordinadas para hacer inviable su supervivencia, incita mucho a la recapacitación.
Eran Homo sapiens, es decir, seres con unos hemisferios cerebrales capaces de discurrir y encontrar soluciones ante los problemas como ninguna otra especie del planeta
¿Qué fue lo que los hizo sobrevivir?
A mí entender, una combinación perfecta de lo mejor de las dos naturalezas del ser humano: la biológica y la cultural. Me explico.
En lo que se refiere a su parte biológica, además de contar con el instinto de supervivencia que acompaña a todos los grupos animales desde los inicios de sus orígenes evolutivos, los supervivientes eran jóvenes, deportistas, bien alimentados y entrenados físicamente para ser competitivos en un deporte rudo como el rugby. Pero, y sobre todo, eran Homo sapiens, es decir, seres con unos hemisferios cerebrales capaces de discurrir y encontrar soluciones ante los problemas como ninguna otra especie del planeta. Animales listos que sopesaron pros y contras ante las muchas encrucijadas que encontraron, incluyendo la terrible decisión de recurrir al canibalismo como única forma posible de obtener la imprescindible energía vital.
No obstante, y aunque todo ello les ayudó a sobreponerse al mal de montaña, a la deshidratación, al frío brutal, a los huesos rotos, a las heridas sin desinfectar, a los estados carenciales por déficits vitamínicos y al estado general de malnutrición, no habría sido suficiente para hacer frente al peor de todos los males: la desesperación, el desánimo, y la lenta espera de la muerte a la que estaban, de antemano, condenados. Fue la otra herencia la que obró el milagro, la no biológica, la cultural, la que sus mayores les inculcaron en una serie de valores mucho más fuertes que la materia: sus convicciones y sus creencias. Los principios de solidaridad, de apoyo, de dignidad, de espiritualidad y de respeto fueron trascendentales, especialmente en la solicitud expresa de los moribundos de que dispusiesen de sus futuros (próximos) cadáveres para alimentarse sin remordimientos. Pero aun fue más decisivo otro factor: el liderazgo. Parrado y Canessa, corazón y razón respectivamente, dotaron al grupo de las herramientas clave para soportar la más absoluta sensación de adversidad, la más terrible percepción de fatalidad: optimismo, disciplina y confianza en alcanzar lo inalcanzable, en conseguir lo imposible, en hacer realidad lo inviable.
Alguien que no concentra los esfuerzos en buscar un cabeza de turco con el que disimular su propia falta de valor sino que busca soluciones con actitudes proactivas
Estos dos amigos, compañeros de equipo jugando el partido más importante de sus vidas, eran encarnaciones de lo que realmente es un gran ser humano: alguien que consigue sus objetivos luchando y esforzándose. Alguien que no se dedica a llorar o a echarle la culpa a los demás de su situación. Alguien que no concentra los esfuerzos en buscar un cabeza de turco con el que disimular su propia falta de valor sino que busca soluciones con actitudes proactivas. Alguien que cree en el coraje, el tesón, la generosidad, el esfuerzo y el sacrificio. Alguien digno de protagonizar una epopeya.
Cuando nos confinaron por el SARS-CoV-2 y nos llamaban héroes por estar en casa tumbados en el sofá, yo me reía (por no llorar) releyendo la impresionante gesta de Magallanes atravesando el Cabo de Hornos que tan magistralmente describió Stefan Zweig. Cuando pretendían hacernos merecedores de figurar en relatos épicos por hacer bizcochos ocho horas al día (y estar otras ocho comiéndolos), yo me indignaba. Me soliviantaba volviendo a mirar la impresionante fotografía de la tripulación que se quedó encima de un trozo de hielo en mitad del antártico Mar de Weddell publicada en uno de los mejores libros de aventuras que he leído y que Caroline Alexander escribió sobre los tripulantes (y supervivientes) del Endurance. En esa instantánea se recoge el momento en que el idealista e incombustible Ernest Shackleton y seis de sus hombres se despiden de sus compañeros aventurándose en un bote rudimentario para buscar ayuda al otro lado de en un mar abierto, glaciar y absolutamente incierto. Y no son fabulaciones ni interpretaciones. Todo quedó registrado en los diarios de los supervivientes y en las fotografías que Frank Hurley tomó y que se recogen en el impresionante "Atrapados en el hielo", cuya lectura recomiendo a todos los amantes de los verdaderos libros de aventuras.
Pero ha habido muchos otros en la historia de la humanidad: desde Colón y nuestros extraordinarios descubridores españoles (a los que los necios pretenden quitarles mérito a base de juzgar estúpidamente el pasado con los preceptos, prejuicios y perspectivas actuales), a los impresionantes Armstrong, Aldrin y Collins que consiguieron el gran sueño humano de alcanzar la luna (y volver para contarlo) embutidos en una ligeramente tecnificada lata de berberechos.
Puede que estemos caminando hacia la muerte, pero prefiero caminar para encontrarme con mi muerte que esperar a que ella llegue a mí"
Todos ellos comparten grandes características personales pero me quedo con una: la valentía. La recoge muy bien la frase que Parrado le dirige a Canessa cuando consiguen subir a lo que creían el pico más elevado de su camino para bajar a pie los Andes. Consciente de que tenían por delante una empresa mucho más difícil de la que presuponían y empezando a andar por el descorazonador paisaje de lo que parecía una sucesión infinita e imposible de cimas concatenadas, Nando le dice a Roberto: "Puede que estemos caminando hacia la muerte, pero prefiero caminar para encontrarme con mi muerte que esperar a que llegue a mí".
Las mujeres hemos luchado mucho, muchísimo, para conquistar cotas profesionales y sociales que injustamente se nos negaron durante siglos. Hemos conseguido poder desarrollar nuestro potencial intelectual en igualdad de condiciones que los hombres (no en todo el planeta y no en todas las circunstancias, y por ello seguimos en la lucha), pero sin renunciar por ello a ser mujeres. A los hombres les queda todavía un largo camino en su reivindicación de participar en actividades sociales y personales absurdamente consideradas femeninas. Hacen bien en batallar por ello. No obstante y a veces, cuando contemplamos determinadas campañas políticas, da la sensación de que están corriendo un serio riesgo de perderse en el intento. Al igual que a los protagonistas de ¡Viven!, les vendría fenomenal una brújula…
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