Dicen que cuando fallece una persona, una biblioteca arde. Con la partida de Josep Piqué el dicho se convierte en realidad. No he conocido a nadie con la lucidez, la capacidad de razonamiento y el conocimiento como el que tenía Josep, básicamente tenía el mundo en su cabeza, todo el caleidoscopio de la enmarañada tela de araña internacional podía desgranarla con una sencillez y capacidad pedagógica que llegaba a asustar. Pero Josep tenía una cualidad que pocas o ninguna vez me he encontrado, alguien que lo ha hecho todo en el mundo de la política y la empresa, suele sufrir una transformación en la que el personaje se come a la persona, en el caso de él, era lo contrario, la persona desbordaba el personaje.
He de confesar que me causa mucho dolor tener que referirme a Josep utilizando tiempos verbales del pasado, no he podido digerir la noticia, me consuela lo que nos ha dejado, su obra y su entrega a lo público, pero aún más haber podido compartir buenos y malos momentos con él. Comprometido hasta el final, siempre intentó ayudar a los que le rodeaban (a mi incluido), a sus amigos, a su familia, a su país. Siempre desde la discreción, siempre desde el desinterés, siempre desde la generosidad. Josep tenía otra cualidad que tampoco suele ser muy común en nuestros días, sabía escuchar, te escuchaba con atención, le gustaba entender a su interlocutor, ya fuese este un ministro, un presidente o un cualquiera como yo.
Me impactó su sencillez en el trato y sus formas exquisitas. Recuerdo su mirada mientras escuchaba lo que tenía que decirle, en su cabeza iba desgranando mi discurso, analizaba la coherencia del relato, te dejaba hablar
Recuerdo cuando lo conocí, la primera vez que me encontré con él, tuvo a bien recibirme en su despacho, ya estaba fuera de la política, me impactó ver la sencillez en el trato, la educación y sus formas exquisitas. Recuerdo su mirada mientras escuchaba lo que tenía que decirle, en su cabeza iba desgranando mi discurso, analizaba la coherencia del relato, te dejaba hablar, te dejaba que hablases lo que quisieses, no te interrumpía hasta que hubieses acabado. Después te daba su opinión, fuese coincidente o no con la tuya, con un nivel y profundidad de argumentación inusitado. Por supuesto, a partir de ahí siempre estuvo a disposición de aquellas causas que merecen la pena, tanto las personales como las que atañían a nuestro país y a nuestra democracia.
Esa mente preclara de Josep pasaba a segundo plano cuando veías su calidad humana, cosas que hacía que nadie sabía qué hacía, era un hombre bueno y leal, un hombre sencillo que desde muy joven -tal y como nos explicaba la última vez que comí con él hace no mucho tiempo- ya despuntaba mientras cursaba Economía en la universidad, en ese almuerzo (uno nunca sabe cuándo será la última comida con un amigo, la última charla, el último abrazo…) nos explicaba cómo su profesor le dijo algo así como “estás llamado a hacer muchas cosas en la vida, pero cuando alguien te suba a un taburete, no creas que estás en una montaña” y esa máxima de su profesor, nos confesó que le había guiado toda su vida.
Cuánto siento su pérdida, demasiado joven, demasiadas cosas por hacer, demasiadas cosas por vivir. España necesitaba que un catalán como Josep volviese a ocupar cargos de responsabilidad, necesita alguien como Josep que anteponga el bien común al interés personal, alguien que crea en el diálogo sin perder sus convicciones. La pérdida es profunda, muchos grandes hombres nos están dejando cuando más les necesitábamos, Josep Piqué, Jaime Carvajal, Alfredo Pérez Rubalcaba y, mucho me temo que no tenemos ninguna alternativa en el horizonte.
Pero como más lo siento es por haber perdido un amigo, alguien que siempre estuvo en mis malos momentos, lo siento por su familia y por su compañera de vida Gloria Lomana, que siempre estuvo a su lado contra viento y marea, contra las vicisitudes de la vida y contra todo aquel que quisiese hacer daño. Lloro su pérdida, pero siempre nos quedará su obra y el recuerdo de una gran persona, tan buena como honorable.
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