Hay una regla no escrita en política que dicta que las víctimas nunca son lo más importante en los actos que sirven para homenajearlas. Entre otras cosas, porque quien pierde el derecho a réplica no puede protestar y quienes lo tienen, tampoco suelen tener un altavoz a su disposición.
Se celebraba este jueves una ceremonia en recuerdo por los fallecidos de la covid-19 y se ponía delante del micrófono Aroa López, la enfermera supervisora del Servicio de Urgencias del Hospital Vall d'Hebron. A la sanitaria la sentaron al lado del presidente del Gobierno y, cuando habló, el realizador de Radiotelevisión Española tuvo a bien, durante un generoso espacio de tiempo, enfocarla junto a Pedro Sánchez. Poca esperanza queda para un país en el que los representantes institucionales no renuncian a su ración de protagonismo en las actividades que sirven para honrar la memoria de los muertos. Es evidente que tienen que estar, pero, cuando se trata de honrar a miles de muertos, nunca destacar.
Quizá haya quien considere excesivo el hecho de extraer conclusiones a partir de un plano de unos pocos segundos, pero basta observar las imágenes del 'minuto de silencio' que se ha guardado durante el acto para cerciorarse de que, en realidad, esto era un acto para ellos, y no para las víctimas. Y, lo peor, de que RTVE ha sido cómplice de las obsesiones de los partidos. En concreto, durante esos 60 segundos se ha enfocado a la Familia Real, al presidente del Gobierno, a los vicepresidentes, a Isabel Díaz Ayuso, a Alberto Núñez Feijóo, a Juan Manuel Moreno Bonilla, a María Chivite, a Íñigo Urkullu, a Quim Torra, al trío conformado por Rajoy, Zapatero y Aznar; a la Familia Real de nuevo; y a Emiliano García-Page. Ninguno, culpable de la pandemia, pero, entre todos, responsables de que España haya sido el país que peor la ha gestionado, según la Universidad de Cambridge.
El mejor discurso del homenaje
Sobra decir que la intervención de Aroa López ha sido la mejor de toda la ceremonia. Los aduladores de siempre lanzarán vivas hacia Felipe VI por su discurso, pero ha sido igual de vacío que casi cualquiera de los precedentes. En cambio, la enfermera ha trasladado a los españoles la realidad de los días más duros de las últimas décadas: "Hemos sido mensajeros para personas mayores que morían solas, escuchando la voz de sus hijos a través del teléfono (...). Hemos hecho vídeo-llamadas, hemos dado la mano y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: no nos dejes morir solos”.
Para rematar, ha afirmado: “Quien había detrás de los EPIs (equipos de protección) no eran héroes. Éramos personas”. Sorprenderá esta afirmación a quienes desde el púlpito de la sala de prensa de Moncloa o desde los almibarados noticiarios de RTVE emplearon un lenguaje epopéyico para referirse al trabajo de los empleados de los hospitales. Los representantes gubernamentales acariciaban su lomo mientras les obligaban a tratar a los pacientes sin las medidas profilácticas adecuadas. Por eso, enfermaron por miles. Utilizando el innecesario lenguaje bélico, los enviaron a la guerra sin fusil ni munición y los convirtieron en carne de cañón.
Habrá algún día en el que se analizará con detenimiento la función barbitúrica que jugaron los medios públicos en los días más duros de la pandemia.
Se podría decir que habrá algún día en el que se analizará con detenimiento la función barbitúrica que jugaron los medios públicos en esos días. Es lógico pensar que en aquellos días de incertidumbre, en los que todavía no se había alcanzado ‘el pico’ de la curva, era necesario evitar el alarmismo. Sin embargo, da la impresión de que los noticiarios más próximos al Gobierno hicieron todo lo posible por quitar hierro al tema. Las calles estaban vacías, las morgues llenas y el comercio, cerrado a cal y canto; y las imágenes que se transmitían eran las de un país que se divertía en los balcones y reía con la impericia de la abuela en las videoconferencias.
La realidad era muy distinta y, claro, se ha mostrado con cuentagotas. No hace dos meses que el Gobierno lanzó la famosa campaña de publicidad institucional titulada “Salimos más fuertes”. Entonces, comenzó a remarcarse que 20.000 personas habían fallecido en los geriátricos durante la pandemia. El dato impresiona al principio, pues es devastador. Pero, como ocurre con todo en la vida, pierde fuerza cuantas más veces se recita. Los procesos judiciales avanzarán poco a poco y se conocerá una parte de lo que en realidad ocurrió en las residencias de ancianos, donde hombres y mujeres murieron solos, boca abajo y con una intolerable omisión de auxilio y atención por parte del sistema público sanitario. Pero, entonces, el suflé se habrá desinflado y la atención mediática ante ese escándalo será menor. El tiempo es siempre un aliado para los negligentes.
Discursos vacíos
Podrá destacar el Rey el buen hacer de quienes estuvieron en ‘primera línea’ de fuego durante la pandemia. Incluso los propagandistas de Moncloa sentarán al lado del presidente a la representante de los sanitarios en el acto institucional. Sin embargo, nadie se esmerará –como ha ocurrido hoy- en contar la mayor tragedia de la pandemia -la de las residencias- ni en hablar del triaje que se utilizó en los hospitales con los más viejos, pues a ninguno de los allí presentes le conviene. Sencillamente, el Gobierno central y los autonómicos tienen mucho que callar al respecto.
Escenificar un homenaje a los fallecidos sin poner el foco sobre lo acaecido en los geriátricos sería como organizar un acto en memoria a los muertos en la Primera Guerra Mundial y no citar a los caídos en Verdún. Algo así ha ocurrido este jueves.
En cualquier caso, merece la pena quedarse con la frase pronunciada por Aroa López. “No éramos héroes, sino personas”. Aquí no ha habido épica. Aquí ha habido –y hay- una crisis sanitaria sin parangón en el último siglo, a la que se ha enfrentado una parte del personal sanitario sin los medios de protección necesarios. Y los ciudadanos no han ganado músculo, como venden la propaganda; ni los representantes institucionales han realizado un papel tan importante como para arrogarse el protagonismo de un homenaje a las víctimas. El país es peor, las perspectivas son mucho más pesimistas y los ciudadanos pueden tener la impresión de que perderán un valioso tiempo vital entre preocupación, enfermedad y dificultades.
No sólo ocurre en el caso de Pedro Sánchez. También en el de Casa Real, pues no conviene olvidar que a las pocas horas de la declaración del estado de alarma, casualmente, alguien aprovechó para desactivar la bomba sobre la herencia del emérito.
No, desde luego, hoy ninguno debía haber sido protagonista.
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